Cannae: el día más largo de Roma
El día 2 de agosto del 216 a.C., el ejército más grande jamás reunido por la República de Roma se desplegó sobre la llanura de Cannae, en formación de combate, dispuesto a acabar con el ejército Aníbal Barca, el general cartaginés que había osado invadir la península itálica y destruir dos ejércitos romanos en las batalla de Trebia y Trasimeno, matando en esta última al cónsul Flaminio. La segunda guerra púnica estaba en uno de sus momentos más álgidos, y en las siguientes horas de ese día las dos naciones que se enfrentaban ponían gran parte de la carne en el asador.
Los precedentesAntes de llegar hasta Cannae, Aníbal y sus hombres recorrieron un largo camino, que conviene relatar, así como las relaciones entre la república cartaginesa y la romana que llevaron al desencadenamiento del conflicto.
En el año 272 a.C., Taras, la actual Tarento, capitulaba ante el cónsul romano Papirius. A partir de esa fecha, los romanos asentaron su poder en el sur de la península itálica. Desde los Apeninos al estrecho de Mesina, la autoridad romana no tenía rival. Por su parte, Cartago llevaba siglos dominando los mares del mediterráneo occidental. Esta ciudad, situada en la actual Túnez, expandía su influencia sobre buena parte de las costas del norte de África, el sur de Hispania, y las islas de Córcega, Cerdeña y Sicilia. Las relaciones entre ambos estados habían sido, hasta ese momento, amistosas. Incluso cuando el rey Pirro de Épiro invadió la península itálica en auxilio de la ciudad de Tarento durante los años 280 y 275 a.C., ambas potencias firmaron una alianza contra tal audaz enemigo. No obstante, el choque entre las esferas de influencia romana y cartaginesa llevarían a tensiones que eventualmente desencadenarían el conflicto que conocemos como la
primera guerra púnica.
En el 264 a.C., los mamertinos, unos mercenarios que habían logrado hacerse con el control de la ciudad de Mesina con anterioridad, pidieron ayuda tanto al senado romano como al cartaginés por la invasión que Hierón II, tirano de Siracusa, había llevado contra ellos. Por diversos motivos que no explicaré aquí por no alargarme demasiado, los romanos aceptaron la petición de ayuda, y enviaron al cónsul Apio Claudio a socorrer la ciudad. Los cartagineses declararon la guerra a Roma, una guerra que se prolongó durante más de veinte años y se saldó con una victoria romana. Ambas potencias quedaron arruinadas, y los términos de la paz fueron duros: la expulsión de los cartagineses de Sicilia y el pago de una gran suma de dinero (a pagar en varios años). La escasez de fondos al acabar la guerra y el tener que hacer frente a las reparaciones de guerra hizo que Cartago no tuviera efectivo suficiente para pagar a sus mercenarios: estos se rebelaron, y Roma aprovechó la ocasión para anexionarse las islas de Córcega y Cerdeña. Agotada, humillada y sin recursos tras sofocar la rebelión, Cartago tuvo que aceptar la pérdida de ambas islas, y fijó su atención en la península ibérica.
El general Amílcar Barca, que había conducido a los ejércitos cartagineses a la victoria durante la revuelta de los mercenarios, fue el elegido por el senado cartaginés para encabezar una expedición a Hispania en el año 236 a.C. Hasta su prematura muerte, ocho años después, se dedicó a expandir la influencia y el poder cartaginés, estableciendo alianzas con las tribus íberas y sofocando las rebeliones de aquellas que no acataban su autoridad. Su yerno Asdrúbal continuaría su obra, teniendo que firmar con Roma el Tratado del Ebro en el año 226 a.C., por el cual se comprometía a no cruzar dicho río hacia el norte, si los romanos hacían lo propio hacia el sur. Roma contemplaba con miedo la expansión cartaginesa en Hispania y el renacimiento de la riqueza y el poder de Cartago, patente tras haberse apropiado de los ricos yacimientos minerales de la península, así como al haberse garantizado el acceso a las grandes reservas humanas que esta poseía para la formación y el reclutamiento de nuevos ejércitos.
Pero Asdrúbal sería asesinado, y sería el hijo mayor de Amílcar, Aníbal; quién le sucedería en el mando de la provincia ibérica. Aníbal ya había probado su valentía y su capacidad de mando y contaba con el apoyo de los ejércitos cartagineses allí estacionados. Tras terminar la conquista de los territorios situados al sur del Ebro, Aníbal fijó su vista en la ciudad de Sagunto. Esta plaza situada al sur del Ebro había sellado una alianza con Roma, generando tensiones: mientras que los cartagineses decían que se trataba una violación sobre su derecho a su soberanía de dicho territorio, los romanos argumentaban que no se podía atacar a un aliado de Roma. Los pro-romanos de Sagunto asesinaron cruelmente a sus detractores, y Aníbal, dispuesto a no tolerar la injerencia, puso sitio a la ciudad, que capituló tras ocho meses. Pronto los romanos exigieron la cabeza del general cartaginés, y el senado púnico, temeroso de perder influencia en Hispania y debido a la popularidad de Aníbal; se negó a satisfacer dicha exigencia. Los romanos, entonces, declararon la guerra.
Roma, que controlaba el mar debido a su victoria en la anterior guerra, se dispuso a preparar dos escuadras: la primera debía llevar un ejercito a Hispania, al mando del consúl Publio Cornelio Escipión (padre del famoso Publio Cornelio Escipión “Africanus”, el vencedor de Zama), y la segunda, al mando del cónsul Tiberio Sempronio Longo, a África, a conquistar la misma Cartago. Los romanos, sin embargo, se movilizaron con demasiada lentitud, quizá confiados en su superioridad, o infravalorando al enemigo; mientras que Aníbal ya tenía sus planes. El cartaginés concluyó que si llevaba la guerra a territorio romano, a la península itálica, conseguiría rebelar a los aliados romanos y podría aplastar el poderío de Roma. Para ello, en la primavera del 218 a.C., reunió un gigantesco ejército, que si hacemos caso a Tito Livio, de 90 000 hombres de infantería, 12 000 de caballería, y 37 elefantes de guerra. El control romano del mar obligó al ejército a realizar su ruta por tierra, lo que obligó a Aníbal a cruzar territorio hostil, y lo que es peor, atravesar la cordillera de los Alpes, para evitar cruzar por la ciudad de Marsella, que los romanos habían fortificado previendo un eventual ataque de Aníbal. Este temerario movimiento sorprendió a sus enemigos y permitió llegar al ejército cartaginés a la península itálica a principios de septiembre, pero a costa de muchas bajas. El cruce de los Alpes, los combates contra las tribus celtas durante el trayecto y las deserciones habían mermado en gran medida el ejército de Aníbal: sólo 30 000 hombres sobrevivieron al trayecto. La llegada a Aníbal al valle del Po tuvo consecuencias: la deserción en masa de los celtas de esta zona, que Roma había sometido hacía menos de una década tras la batalla de Telamón (225 a.C.), lo que permitió a Aníbal reclutar nuevos hombres. No obstante, el reclutamiento masivo de estos hombres hizo que los aliados romanos del centro de Italia vieran al ejército de Aníbal como una horda de bárbaros saqueadores, lo que los hizo más reticentes a sublevarse contra el poder romano. Los romanos no perdieron tiempo y enviaron al ejército que iba a ser enviado a África a pelear con Anibal, mientras que el consul Escipión envió su ejército a Hispania para cortar los aprovisionamientos del cartaginés mientras se reunía con su colega consul en Italia. El ejército de Sempronio fue masacrado en la batalla de Trebia.
Al año siguiente, los romanos enviarían otro ejército, esta vez, al mando del cónsul Flaminino. Dicho ejército sería también aniquilado en una asechanza en el lago Trasimeno, de la que no se salvó ni el propio cónsul. Aníbal entonces se dirigió al sur, a la Campania, esperando en vano una revuelta de los aliados de Roma. Los romanos, deseperados ante tal evolución de los acontecimientos, decidieron nombrar un dictador, el senador conservador Quinto Fabio Máximo. Fabio cambió la estrategia romana, pasando a una guerra de desgaste con el invasor y evitando la confrontación directa. Dicha táctica tuvo cierto éxito en tanto en cuanto Aníbal no consiguió progresos significativos y restableció una confianza romana muy mermada. Sin embargo, cada vez más voces en el Senado clamaban por atacar a Aníbal y eliminar una amenaza tan cercana de una vez por todas. En el año 216 a.C. los romanos cesaron a Fabio de su cargo de dictador y nombraron a dos nuevos consules, Lucio Emilio Paulo y Cayo Terencio Varrón. En lugar de dividir las fuerzas, se optó por juntarlas en un gigantesco ejército, el más grande que Roma había reunido hasta el momento: ocho legiones, es decir, unos 80 000 hombres. Tras adiestrar a las tropas, a mediados de verano el gigantesco ejército avanzó hacia Cannas, en Apulia, donde Aníbal había acampado con su ejército. El cartaginés, con no más de 45 000 hombres; igualmente deseoso de combatir, salió a su encuentro.
Las fuerzas contendientesRomaLos romanos contaban con ocho legiones, que en la práctica suponía contar con cerca de 80 000 hombres. “Pero Grim, que estás diciendo, si las legiones tenían solo 5 000 hombres”. En la época imperial, sí, pero durante la etapa republicana, la legión tenía una estructura muy diferente a la tradicionalmente conocida.
La principal diferencia entre la legión imperial y la republicana es que la primera era un ejército profesional, mientras que la segunda era en su inmensa mayoría un ejercito de leva, reclutado según las necesidades del momento. Mientras que el soldado de infantería imperial contaba con el mismo equipamiento que sus compañeros, proporcionado por el Estado, en el caso de la legión republicana las cosas eran bastante diferentes. En función de su mayor o menor riqueza los ciudadanos romanos podían permitirse un mejor o peor equipo; y en la teoría, según su edad y experiencia, se dividían en cuatro grupos.
— Los
velites, tropas hostigadoras que portaban como una protección un escudo de unos 90 cms de diámetro. Armados con varios venablos de madera y espadas cortas, su cometido era hostigar al enemigo antes de que la infantería pesada de la legión entrase en combate. También servían para impedir visualizar al enemigo las maniobras que se estaban llevando a cabo detrás de sus líneas. Estos soldados eran jóvenes y procedían de las clases más humildes y trabajadoras.
— Los
hastati, aunque también jóvenes y humildes, portaban una armadura más pesada: armaduras de cuero, corazas y cascos, además de un escudo rectangular de madera reforzado con hierro, de un tamaño considerable (unos 120 cms de altura). Blandian una espada llamada gladius y dos lanzas arrojadizas llamadas pila. Eran los primeros en entrar en batalla.
— Los
princeps, más mayores y experimentados, y con un armamento muy similar al de los hastati, aunque de mejor calidad, formaban la segunda línea de batalla. Su tarea consistía en sustituir a sus compañeros de la primera línea cuando estos estuvieran exhaustos.
— Los
triarii eran los veteranos y la élite de la legión republicana. Contaban los mejores equipos, y solían ser ciudadanos pudientes, ya que solo ellos podían permitirse el lujo de contar con tales armaduras. En lugar de espada y pila, llevaban por arma una larga pica. Los triarii entraban al campo de batalla en una formación similar a la falange. Se usaban como último recurso a la hora de decidir las batallas campales, y eran los más escasos en número.
— Los
équites, los soldados más ricos y pudientes de la legión, pertenecientes al orden ecuestre. En tiempos de paz eran los encargados de mantener los pocos caballos que poseía el pueblo romano.
La legión solía contar con 1 200 vélites, hastati y princeps, con 600 triarii y con 300 equites, haciendo un total de 4 500 hombres. Además, a estos soldados, había que añadir los contingentes auxiliares de caballería e infantería que proporcionaban los pueblos aliados de Roma en la península itálica. A cada legión solían acompañar 4 000 infantes y 900 caballeros aliados. Los armamentos de estos hombres dependían de su lugar de procedencia pero no se diferenciaban demasiado de los de sus aliados romanos.
CartagoEl ejército de Cartago, sin embargo, era mucho más diverso. Mucho tenía que ver en ello el orden social de aquella ciudad, que solo reclutaba a sus ciudadanos para la guerra en la marina y para defender de manera extraordinaria la propia ciudad de Cartago. Los cartagineses, por tanto, dependían de la contratación de mercenarios y del enrolamiento en su ejército de hombres de los distintos pueblos que tenían sometidos. Los 45 000 hombres con los que contaba Aníbal eran de muy diversa procedencia: libios, íberos, galos, númidas… un ejército multi-étnico con características dispares, pero que en manos de Aníbal demostró ser una máquina de guerra muy bien engrasada que sólo pudo ser totalmente vencida en Zama, tras dieciséis años de guerra y poniendo fin a ella.
El núcleo del ejército de infantería lo constituían los libio-fenicios, unos 8 000 en número. Estos libio-fenicios eran reclutados en las ciudades súbditas y aliadas a Cartago en África, en la actual Túnez, el corazón del imperio colonial cartaginés. Su lealtad no se podía poner en duda. Su equipo consistía en escudos de madera reforzados y protecciones de cuero, así como lanzas con puta de acero. Combatían formando en una falange, pero no tan compacta como la de los griegos. Tras la batallas de Trebia y Trasimeno fueron armados con equipamiento romano de los soldados caídos en batalla. A estos africanos se sumaban 5 500 getulos, gentes procedentes de la antigua Mauritania, región que se extendía por el norte de Argelia y Marruecos.
Había también íberos en el ejército de Aníbal, cuya arma mas característica era la falcata, una espada corta cuya capacidad de corte y flexibilidad eran incluso alabadas por sus adversarios romanos, que terminaron adaptándola. Portaban pequeños escudos de madera y protecciones de cuero. Se estima que 8 000 íberos combatieron en Cannae.
La infantería gala que Aníbal reclutó en el norte de Italia era la más numerosa. Cerca de 16 000 (aunque la mitad de ellos no combatieron en la batalla ya que se quedaron guardando el campamento),, por su valentía (tan grande que rozaba la temeridad) eran una temible fuerza de choque. Se tatuaban el cuerpo, y algunos combatían desnudos, armados tan solo con escudo y espada, como parte de sus rituales. Su presencia, sin duda, intimidaba a su adversario, pero su falta de disciplina podía ser explotada en su contra.
En cuanto a hostigadores, los cartagineses contaban con cerca de 8 000, de diversas nacionalidades, pero los más celebres, sin duda, eran los honderos baleares. El historiador Diodoro Sículo comentaba acerca de su pericia, que “en la práctica de lanzar grandes piedras con honda aventajan a todos los demás hombres”. El mismo Diodoro nos da una descripción detallada de ellos; “Su equipo de combate consta de tres hondas, una de las cuales llevan en la cabeza, otra en la cintura y una tercera en la mano; utilizando esta arma son capaces de arrojar proyectiles mayores que los lanzados por otros honderos y con una fuerza tan grande que parece que el proyectil ha sido lanzado por una catapulta. Por ello en los ataques a las ciudades son capaces de desarmar y derribar a los defensores que se encuentran en las murallas y, si se trata de combates en campo abierto, consiguen romper un número enorme de escudos, yelmos y toda clase de corazas”.
De la caballería, las estimaciones hablan de unos 10 000 hombres, también de diversas procedencias: 4 000 númidas, 2 000 hispanos y 4 000 galos. Los más célebres eran los númidas; por sus resistentes caballos y por su táctica de hostigamiento con jabalinas.
La batallaDesde el principio, Aníbal contaba con una ventaja en lo que se refiere al mando de las tropas: mientras que él era indiscutiblemente el general en jefe del ejército y nadie podía rebatir sus órdenes, en el caso romano no sucedía así. Los cónsules romanos Varrón y Paulo se turnaban en el mando diariamente, lo que en la práctica significaba que debían de estar de acuerdo para poder llevar a cabo una táctica eficaz. Mientras que Varrón deseaba probar a su ejército contra Aníbal, Paulo era más prudente. El día que sucedió la batalla de Cannae, fue al cónsul Varrón a quien le correspondía el mando.
El despliegue convencional de los ejércitos en aquella época consistía en situar a la infantería en el centro de la formación, colocando a la caballería en las dos «alas» o flancos laterales. Varrón siguió este modelo, pero con inteligencia o estupidez, añadió una mayor profundidad a su formación reduciendo el espacio que usualmente tenían las cohortes entre ellas. Varrón sabía que la infantería romana había logrado romper el centro de la formación cartaginesa en la batalla del Trebia, y su intención era recrear esto a mayor escala, realizando un arrollador avance. Esto, sin embargo, tenía un inconveniente: A pesar de superar ampliamente a los cartagineses en cuanto a número de tropas, las líneas romanas tendrían aproximadamente la misma longitud que las de sus oponentes. Por otra parte, la maniobrabilidad de sus tropas se había visto severamente reducida, y la flexibilidad era lo que confería su potencial a la legión.
Aníbal desplegó sus tropas con la infantería en el centro, pero con una formación particular: su centro estaba ligeramente avanzado sobre el centro romano. Aquí situó a sus disciplinadas tropas íberas, apoyadas por detrás por los menos disciplinados contingentes celtas. A los lados de la formación fue situada la infantería libio-fenicia. En el ala izquierda Aníbal colocó al general Asdrúbal con 6 500 jinetes pesados, que debían arrollar a la caballería romana situada en su flanco para después hacer un movimiento de rodeo y arrollar la otra ala de caballería romana. En el ala derecha, colocó 3 500 jinetes númidas al mando de Hannón, que debían entretener a su contraparte romana hasta la llegada de Asdrúbal. El mismo Aníbal se colocó en el centro de la formación de infantería, pues aquí era donde se iba a desarrollar la parte más cruda del combate y donde mejor podía dirigir las cruciales maniobras que debían de llevarse a cabo.
A medida que los ejércitos avanzaban uno hacia el otro, Aníbal fue extendiendo de forma gradual el centro de su línea. En palabras de Polibio; “Tras desplegar a su ejército al completo en una línea recta, tomó a varias compañías de celtas y de hispanos y avanzó con ellas, manteniendo al resto en contacto con estas compañías, pero quedándose atrás de forma gradual, para conseguir una formación en forma de luna creciente. La línea de compañías de flanqueo iba estrechándose cada vez más a medida que se prolongaba, siendo su objetivo utilizar a los africanos como fuerza de reserva y comenzar la lucha con los celtas y los hispanos”. Mientras el bloque romano avanzaba hacia el cartaginés, lo hacía con el viento en su contra, lo que hacía que se arrojase polvo sobre la cara de los legionarios romanos y se obstaculizase su visión. Los soldados romanos, por otra parte, estaban sedientos: el día anterior, Aníbal les había impedido suministrarse agua del río Aufidus, muy próximo a donde se estaban desarrollando la batalla.
Aníbal se colocó junto con sus hombres en el débil centro de la formación, y les hizo desplazarse en una retirada controlada. Conociendo la superioridad de la infantería romana, Aníbal dio instrucciones para esta retirada, creando un semicírculo cada vez más estrecho que iba rodeando a las fuerzas romanas. Los romanos empujaron en su ataque y el centro de Aníbal cedió terreno, curvándose hacia atrás, ocupando el centro romano el espacio desalojado por el centro cartaginés. Con ese movimiento, Aníbal convirtió la fuerza de la infantería romana en una debilidad: A medida que las tropas avanzaban, el grupo de tropas romanas comenzaban a perder cohesión debido a que los soldados comenzaban a empujar los unos contra los otros hasta que llegaron a situarse tan próximos los unos a los otros que no tenían espacio ni para maniobrar con sus armas. Cuando los romanos cayeron completamente en la trampa, Aníbal ordenó a su infantería africana de los flancos atacar. La doble tenaza se había cerrado y los romanos estaban rodeados, pues en aquel momento, la caballería cartaginesa, que había barrido a su contraparte romana, atacaba la retaguardia romana a galope. Los romanos, sin escapatoria y muy apretados unos con otros, no podían siquiera alzar sus armas para defenderse. Lo que siguió fue una masacre que solo la noche pudo detener. Se calcula que en los momentos más crudos de la batalla llegaron a morir 600 legionarios por minuto.
Las consecuenciasMucho se ha hablado de las consecuencias de Cannae. Fue el peor desastre que la República Romana había sufrido hasta el momento, y la dejó sin ejército para poder atajar la amenaza de Aníbal. Cerca de 70 000 romanos perecieron, y unos 3000 fueron tomados prisioneros. Unos 80 senadores (el 25-30% del Senado Romano de aquel momento) junto con el cónsul Emilio Paulo y muchas otras personas influyentes hallaron la muerte. Aníbal arrancaría los anillos de sus cadáveres como botín. Por su parte, los cartagineses sufrieron 16 700 bajas, la mayoría de ellas de celtíberos e íberos. De éstas, 6000 fueron mortales: 4000 celtíberos, 1500 íberos y africanos y el resto de caballería. Muchos fueron los que no entendieron la decisión del cartaginés de no marchar hacia Roma, ahora que tenía el camino despejado. Dice la leyenda que el comandante de su caballería númida, Maharbal, le dijo: “Los dioses no han concedido al mismo hombre todos sus dones. Sabes vencer, Aníbal, pero no sabes aprovecharte de la victoria”. Pero, ¿podía Aníbal tomar Roma?
Cuando se supo del desastre de Cannae en Roma, los romanos no se desmoralizaron. Al contrario, siguieron incluso más firmes en su determinación de luchar. Armaron a sus esclavos, redujeron la edad de reclutamiento, incluso llegaron a hacer sacrificios humanos. Si Aníbal hubiera decidido marchar contra Roma, no se habría encontrado con una ciudad indefensa. A todos los hombres que los romanos habrían armado a la desesperada, Roma aún contaba con dos legiones urbanas, unos 10 000 hombres bien armados y pertrechados. Sagunto, mucho peor defendida; había caído tras un largo asedio de ocho meses, en los que Aníbal tuvo que hacer frente a severas bajas. ¿Cuanto tiempo y hombres habrían hecho falta para hacer capitular a una ciudad como Roma? Probablemente, demasiados. Sin ayuda desde Cartago, habría sido muy complicado.
Por otra parte, hay que hacer referencia a los aliados de Roma en el centro de la península itálica que, a pesar del tremendo revés que había sufrido Roma, no la abandonaron, si no que se mantuvieron fieles y le siguieron suministrando hombres y suministros hasta el final de la guerra. Sin haberlos sometido, un asedio a Roma sería tremendamente arriesgado, pues un ejército de podría haber llegado en auxilio de Roma, tomando la retaguardia de Aníbal y aniquilando su ejército.
No se puede decir que el éxito de Aníbal fuera estéril. La mayor parte del sur de Italia se rebeló contra la autoridad romana y se puso del lado cartaginés, pero no fue suficiente para socavar el poder romano. Eventualmente, Roma conseguiría reconstruir sus ejércitos, y siguiendo las tácticas de Fabio Máximo de evitar la confrontación directa, conseguiría neutralizar al ejército de Aníbal y reconquistar gran parte del territorio que habían perdido. Mientras tanto, centraron sus esfuerzos en una ofensiva en la península ibérica, que al final tuvo éxito. No obstante, el ejército de Aníbal no pudo ser eliminado, y hasta que fue llamado a África para defender la propia Cartago, Aníbal no recibió una aplastante derrota en campo abierto. La ausencia de refuerzos desde Cartago, que había centrado su atención en el avance romano en Hispania, evitó que Aníbal pudiese tener posibilidad alguna de éxito.
En cualquier caso, el legado de Cannas perduró para la historia como una de las grandes obras maestras de la táctica militar. Incluso hoy en día, Cannas es estudiado en las academias militares, y el nombre de Aníbal es nombrado como uno de los mejores tácticos militares, si no el mejor, de la Historia.