Autor Tema: [Fanfic] Pandemónium  (Leído 889 veces)

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Sopén

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[Fanfic] Pandemónium
« en: 29 de Julio de 2016, 09:25:26 pm »
 
Pandemónium

Bienvenido querido lector, y gracias por entrar a echarle un vistazo a este Fic. Antes de todo presentarme, soy Spolker, quizás alguien ya me haya visto divagando por este foro xD. Os agradecería que si quisierais comentar este Fic lo hicieseis en este tema (http://www.pokexperto.net/foros/index.php?topic=67760.0) y no en el hilo principal. Bueno, espero que os guste.

Me reservo este post para futuras añadiduras.
« Última modificación: 29 de Julio de 2016, 09:38:19 pm por Spolker »


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Sopén

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Re:[Fanfic] Pandemónium
« Respuesta #1 en: 29 de Julio de 2016, 09:27:21 pm »
Prólogo: Clepsidra de recuerdos


El agua de las clepsidras fluye, cae y se escapa evidenciando el paso del tiempo y su hegemonía. Alguien alguna vez quiso enmarcar toda la eternidad en una clepsidra, pero no lo consiguió. Su empresa no halló éxito porque no existe suficiente líquido en el orbe para plasmar el hostigador peso del crono.

Algo similar ocurre con los recuerdos, estos se agolpan, se oprimen y necesitan ser libres, y aunque la memoria sea una clepsidra eficaz rezumante de recuerdos siempre puede fallar y aniquilar uno de tantos tesoros cerebrales. Por eso hoy, antes de que el inexorable transcurso del tiempo me inocule su amnesia transfigurando y menoscabando algo tan frágil como un recuerdo, y antes de que los avatares de la senectud osen arrebatármelo, quiero dejar constancia de él por escrito.

Me hinche de júbilo permanecer en Cenizia tras tantos años, la aldea que contempló silenciosa los albores y el desenlace de esta historia, testigo mudo de tantas curiosas misceláneas y cobijo que amparó a los nuestros ante el asedio del poder hostil. Lejos quedan las asambleas en la Exedra, las sempiternas horas escudriñando tomos en la biblioteca o los paseos agrestes por los extramuros de Cenizia; evoco con nostalgia esto último. Todavía me embauca la pituitaria el pretérito aroma de la flora silvestre encontrada en el bosque de Umbría, además allí se extendía El Lago, aquel afable abrevadero que te instaba a paliar tu sed.

Al enarbolar esta pluma las imágenes se ciernen sobre mi mente. Quisiera narrarlas todas, pero ni las irrelevantes fruslerías ni los detalles superfluos son imprescindibles para avanzar, así que con todo mi pesar tendré que resumir. Tal vez erre puntualmente, soy un escriba redactando el dictado de una deteriorada memoria, mas juro y perjuro por mis ancestros que la tinta vertida sobre este legajo es veraz y no distorsiona la realidad con el fin de deificar al héroe y demonizar al villano. El necio alardea de acierto, el inteligente aprende del fallo.

Me pierdo divagando en mi dédalo de metáforas. Sin más prolegómenos ofrezco este fragmento de mi historia al lector. No busquen una lógica exotérica en las entrañas de estas páginas, intenten ver más allá de la mera cáscara. Un último consejo, denle la vuelta a la clepsidra, aunque el agua sucumba al sosiego el tiempo fluye con análoga celeridad.

Remco Estovaren

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Re:[Fanfic] Pandemónium
« Respuesta #2 en: 06 de Agosto de 2016, 09:09:44 pm »
Capítulo I: Ojo avizor

¿Cuál es la mejor virtud? Es una de tantas preguntas recurrentes que ha merodeado por un sinfín de seseras desde el origen de los tiempos. Claro está que no existe una única respuesta válida, todo depende del prisma con el que se enfoque. Para un aguerrido comandante prima el carisma y el liderazgo, mientras que para un humilde campesino probablemente se anteponga el esfuerzo y la perseverancia. Agudeza, iniciativa, versatilidad, valor, equidad… existen múltiples cualidades positivas que dignamente podrían ostentar oro y lemnisco en un podio de virtudes. Pero hay gente peculiar, gente ve la grandeza en la zampoña, como Telmo. Su perspectiva consideraba la cautela una virtud primordial, quizás porque él aunaba todos sus requisitos albergando un perfecto equilibrio entre sigilo, estrategia y paciencia. O quizás porque desde infante le instaron a estar siempre alerta, con su cautela en ristre. En momentos de tensión evocaba las típicas palabras que su Maestro repetía con asiduidad, “Ojo avizor, Telmo. Ojo avizor”.

Cuando llegó a su mayoría de edad Telmo decidió desfogar su pasión, fortalecer su espíritu cauto con una afición que nutriera su cuerpo y despejase su mente, la cetrería. Y no era de extrañar, diversos antepasados de su estirpe más reciente habían sido excelentes cazadores, terrestres eso sí. Telmo por su parte sentía predilección por las aves, le hipnotizaba su melancólico y raudo levitar, además veía en ellas las compañeras silenciosas y eficaces que tanto apreciaba.

Poseía dos piezas excepcionales que le fueron obsequiadas el día de su decimoctavo aniversario: la dádiva de su padre fue un halcón joven bautizado como Roc, del color del azabache, pequeño y veloz, su vuelo simulaba al de un guijarro lanzado con iracundia; el otro pájaro fue un regalo de su Maestro, aquella águila majestuosa y nacarada que con su ostensible envergadura intimidaba y aturdía a sus presas con vuelos rasantes, Telmo decidió bautizarla como Ethon. Solía practicar la cetrería con frecuencia, se escapaba al próximo bosque de Umbría siempre y cuando no anduviese atareado con labores puntuales o con su desarrollo intelectual.

Por aquel entonces el otoño había irrumpido con timidez en Cenizia, su vetusta pero acogedora aldea. Los árboles interpretaban un irrisorio espectáculo; mientras los caducifolios se desnudaban nostálgicos azotados por céfiros de patente liviandad, los perennes resistían incólumes mofándose risueños de sus compañeros. Pese a la llegada del equinoccio el mercurio aún exhibía temperaturas estivales y aunque el crepúsculo madrugase, las noches no se podían catalogar de frías. Al menos no hasta ese día.

La tarde de aquel sábado de mediados de octubre, un Telmo esquivo a los runrunes mundanales de la vida urbana, estaba más que predispuesto a ejercer su actividad predilecta. Como bagaje portaba un carcaj desvencijado con siete u ocho saetas finas, el antiquísimo arco de su abuelo que había vivido tiempos mejores y como no, a sus leales Roc y Ethon. Con las marañas de su rubicunda cabellera danzando por su rostro se abría paso entre la copiosa maleza del bosque de Umbría, este se denominaba así debido a que su espesura actuaba como un umbráculo natural; para los novatos esta gigantesca arboleda era un auténtico laberinto vegetal, sin embargo adoptaba un papel de Locus Amoenus para el cazador experimentado. Cada movimiento hacía crujir la crepitante hojarasca que se postraba debajo sus pies, esto era un impedimento ya que las liebres que ávidas que se percatasen de su presencia huían relampagueadas hacia sus inexpugnables madrigueras. La jornada no estaba siendo fructífera, las flechas estaban siendo imprecisas en demasía y ni tan siquiera sus mascotas habían conseguido atrapar a ningún conejo laso. Frustrado por los infortunios de la jornada de caza musitaba algún que otro improperio en su soliloquio.

- ¡Maldición! Hoy los gazapos me dan esquinazo. Lástima que no acertase con el faisán, ese tuercebotas de Jasper se hubiera muerto de la envidia- se decía mientras escupía al suelo.

Telmo era reacio al abandono, se resignaba a regresar a Cenizia con las manos vacías. Seguía con su inútil búsqueda de animales cuando se vio sorprendido por un bello paisaje, unas límpidas aguas lacustres que se extendían en un remoto claro del bosque. Sabía de la existencia de El Lago pero a causa de su puerilidad nunca lo había contemplado a través de sus pupilas. En él vio un apto lugar para refrescar su garganta y las de sus aves, así que sin isagoges se apropincuó a la alfaguara y juntó sus manos de forma cóncava para poder llevarse el agua a sus labios con mayor facilidad. También aprovechó para lavar sus botas, las cuales estaban cubiertas por una gruesa capa de lodo granate.
 
Ethon ya reposaba sobre el hombro de Telmo cuando éste se dispuso a abandonar aquel remanso. Apremió con silbidos a Roc pero este hacía caso omiso a las llamadas de su amo ya que estaba entretenido hurgando con saña entre las briznas centrales del claro; viendo su desobediencia Telmo fue a por el díscolo halcón. De cerca apreció la razón de porqué Roc escarbaba con maliciosos picotazos el silvestre suelo, trataba de desenterrar un objeto brillante y Telmo, complaciente, aceleró el proceso de excavación extrayendo con su mano el tesoro hallado por Roc. Nada más producirse contacto con las yemas de sus dedos percibió una textura fina, suave, demasiado regular, una perfección que sus ojos no tardaron en constatar. Era una especie de cubo, de un color rojo reluciente y con sus aristas endiabladamente afiladas, por la sensación que producía a la vista y al tacto podría tratarse de algún derivado del corindón. Divertido y curioso escudriñaba el dado, lo puso a contraluz y éste produjo un tenue reflejo negruzco que alimentó la intriga de Telmo. Lo rasgaba con la uña de uno de sus índices buscando indicios de resina, mas no los hubo. Tal hallazgo podía entrañar una valía importante, así que con sumo esmero lo depositó entre las hebras de su deshilachado bolsillo.

Roc, en babia seguía arrancando la hierba con su ganchudo pico, cual inmisericorde hoz segando el trigo. Pero Telmo ya había tenido suficiente, dos palmadas bastaron para despertarlo de su hipnosis, y solo un gesto ascendiente con la mano para que sus mascotas se perdiesen entre las copas arbóreas. La jornada de caza había finalizado.
« Última modificación: 06 de Agosto de 2016, 09:19:03 pm por Spolker »
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