El detective se acerca a la señora Marissa, a quien el tiempo no ha perdonado. Si bien sus habilidades como ama de casa le han ganado una gran reputación y sus servicios son constantemente solicitados, tiene fama de atraer mala suerte a sus dueños. Algunos incluso dicen que ella planifica los asesinatos de todos sus patronos. Claro está, nada de eso está comprobado; ningún asesinato se ha vinculado con ella, y las autoridades le adjudican simple mala suerte. Posiblemente porque sólo trabaja en casas que perteneces a miembros de alto perfil, propensos a maquinaciones en su contra. Sea como fuere, ella imponía con mano dura su presencia entre los sirvientes, organizándolos, entrenándolos e incluso actuando como psicóloga improvisada entre los trabajadores domésticos.
Así pues, la claramente cansada Marissa descansa en la sala de estar de la mansión. Poco hacía respetando la propiedad del ya muerto, y se podía permitir una infracción o dos. Se dijo a sí misma que tras este trabajo se retiraría, pero dadas las ofertas de trabajo que había recibido en la última hora (y la consecuente paga), no estaba muy segura de eso. Vio al detective acercarse a ella, e inmediatamente puso los ojos en blanco. Tomó otro sorbo de su aún caliente té, y dirigió la mirada hacia el hombre que seguramente quería arruinar su tarde. "Ya sé lidiar con ellos", pensó. "Pero cómo me dan dolor de cabeza".
"Qué quieres", dijo, casi escupiéndoselo en el rostro a su interlocutor.
El joven e inexperto titubeó por un momento, dudando de si debía molestarla o no. Pero la verdad de este caso era más importante que el miedo producido por esta mujer. Con toda la paciencia del mundo, le explicó que necesitaba ayuda para revisar el almacén atrás de la casa, pues él no sabría si algo faltaba o no. Marissa no cambió su expresión en todo el rato, y esto incomodaba al hombre. Sus ojos estaban llenos de un sentimiento que él conocía bastante bien, pero que no podía explicar en simples palabras. ¿Ira? ¿Mal humor? ¿Instinto asesino? No, ninguna cubría el espectro de malas vibras que Marissa emanaba.
"No", volvió a escupir en su cara. Bebió un poco más de su té con calma, volvió a bajar la taza y se dirigió a él una vez más. "No tengo por qué. Ya os entregamos nuestras llaves; dejadnos en paz. O mejor, dejadme en paz. Al menos hasta que termine mi taza de té. ¿Es que no se puede una relajar en paz? ¡Ya visteis el desastre que se armó aquí! Imaginad tener que organizar una reunión con una semana de anticipación porque el señor Priddy no se decidió a tiempo. Luego, imaginad que uno de vuestros subordinados desaparece en mitad de dicha reunión porque le dio la maldita gana, y os obliga a volver a delegar funciones. Y luego, tras varias horas de estrés porque una sirvienta es demasiado inútil como para funcionar en el mundo real, vuestro patrón muere; ergo, esa semana que pasasteis organizando la fiesta, rogándole a los proveedores que hicieran una excepción para que entregaran los paquetes días antes, y limpiando las vajillas finas que aún no se habían roto fue completa, absoluta, y en su totalidad INÚTIL". Para este punto, tenía su cara tan cerca del rostro del detective, que podía ver con claridad las sutiles arrugas bajo sus ojos; sin mencionar lo roja que se veía tan de cerca.
El detective, tras excusarse, se levanta de su silla. Marissa estaba tomando el té y no era buena idea molestarla.