A día 10 de octubre de 20XX
Querido señor o señora:
Hace unos días que no escribo, primero quería que te llegase la carta anterior, y de paso que digirieses que un extraño de doce primaveras te escriba sin conocerle de nada.
Bueno, a ver... ¿por dónde me quedé en el mensaje anterior? Mmm... OK. Revisando unas notitas que dejé en un cuaderno he descubierto la solución.
Como te estuve contando, la situación se quedó en un Laesor encima de mi, ¡y mira que pesaba el maldito! Cogí las otras dos Poké Balls no sin antes bajar al suelo a mi nuevo conocido. A la vez, cada bola en una mano y... abiertas.
Salieron un cuadrúpedo de mirada inquisidora y llamas moradas y una semilla flotante y ojos luminosos, ¡qué miedito, por Arceus!
Tras los segundos de cortesía, mire a aquellos tres seres con más alegría que miedo y les hice un gesto con la mano. Los tres se quedaron mirando y acto seguido la semilla hizo un gesto semejante con su mano, el ser marino inclinó la cabeza a la vez que cerraba los ojos, y el cuadrúpedo... en fin, aquel Pokémon ni se inmutó. Mantuvimos la mirada como si estuviesemos en un duelo de esos que hacen los niños chicos para sacarse unas risas y tras esto, inclinó la cabeza, pero al contrario que Laesor, sin ni siquiera pestañear. Por un momento me preocupé, se le acabarían por secar los ojos pero al rato se obró el milagro.
"Bueno, hijo, ¿a quién escogerás? A Chanteem de tipo planta (y lo señaló), a Kynno de tipo fuego (seguido de otra señal), o Laesor de tipo agua (con la correspondiente gestualidad)?"
"No sé, mamá, es una decisión dificil, y, ¿si escojó mal y todos estamos abocados a una desdicha eterna? Imagínate que me llevo mal con mi primer Pokémon, ¿qué desastre por Arceus! Y, ¿si lo saco a combatir contra otro entrenador y me deja en gayumbos y se marcha? Y, ¿si me ataca? Y, ¿si me ridiculiza? ¡Mira a ese bicho, mamá, no me quita los ojos de encima (y señalé a Kynno)! Y mira ese espíritu de la golosina, mamá, ¡mira a esa semilla chupada, que parece desnutrida y deseando comerme, si esta babeando y todo! ¡¡Y ya sobre el Sealeo en potencia ni te cuento, ese me lleva a las profundidades del mar a comerme con sus amigos los Carvanha!! ¿Pero que clase de profesora es esa, mamá? Quiere asesinarme y así ahorrarse una pasta gansa en seguridad social, que seguro que así le toca pagar menos, la muy..."
Pero, mi querido lector, despotricar contra tres Pokémon y una amiga de tu madre, no parece muy buena idea cuando tu progenitora esta delante y no solo eso, cuando los tres Pokémon a los que pones verde se encuentran enfrente de ti.
Ni que decir tiene que mi primer día como entrenador empezó siendo una lluvía constante de látigos cepa, pistolas de agua, ascuas y capones. Y no, lo último no es ningún ataque de Pokémon, aunque seguro que cuando mi madre era entrenadora no le hacía falta protección alguna...
Y tampoco hace falta mencionar que soy un exagerado ante las situaciones dispares que se me presenten. Empiezo a inventar y a comerme el tarro y acabo apaleado, da igual si el ejecutor es un humano o Clefairy, y mira que para que un Clefairy acabe usando en tu cara doblebofetón tienes que cabrearlo, y mucho.
Al final elegí al que menos respeto me daba de los tres: Laesor. Ya habíamos tenido nuestro contacto previo (más bien aplastamiento) y parecía muy majete, aunque después de llamarle gordo no es que estuviese precisamente amoroso. Es más, tras mojarme, quemarme y azotarme aquellos tres animalillos empezaron a corretear por toda la casa unos detrás de otros, en lo que era, según parecía, una disputa por ver quién me daba el golpe de gracia. Afortunadamente, o eso creo, mi madre pegó un grito cuando se habían parado a negociar, lo que los puso firmes como alfileres. Cogí las Poké Balls corriendo y metí a cada uno en la suya. Respiré aliviado y entonces sí, escogí a mi primer compañero de viaje.
En el trayecto a la isla Sofrivo saqué a Laesor de su Poké Ball y aunque me miraba como si fuera el más imponente de los contrincantes, acabó derritiéndose cuando me disculpé y le dí una golosina que llevaba en la chaqueta; previamente me la había tenido que poner para que mi madre dejase de regañarme por lo poco aseado que iba a ver a su amiguita. Incluso así, mientras cerraba la puerta de casa escuchaba su murmullo en la cocina, con el que se preguntaba a quién habría salido su hijo, que ella en sus tiempos no era así. Sí, en la prehistoria, no te joroba...
Tras llegar a la isla, que estaba que daba pena, mi compi y yo llegamos al laboratorio, aunque más que eso parecía una vieja choza que en breves acabaría aplastando a aquel lo bastante osado como para dar un golpe en sus paredes o pegar una voz más alta que el susurro.
Toqué el timbre, ¡DIN DON! Al menos parecía nuevo. Esperé y esperé... Volví a llamar y por fin me abrió una mujer de pelo rojizo, largo y despeinado (ni un Pyroar iría así), un moño muy fashion en la cabeza y una bata de laboratorio. Llevaba zapatillas de andar por casa y cara de haberse despertado hace medio minuto.
Con más mala leche que otra cosa pero reprimiendo mis ganas de ahogarla por haberme tenido esperando mientras se echaba la siesta la saludé y le dije mi nombre.
"No te esperaba tan pronto, Marcos" fue su respuesta. La madre que la... ¡uih! aprentando los dientes le dije "¿Te pillo en mal momento?"
"No, no, pasa a mi laboratorio. ¿Has estado esperando mucho? Es que estaba ocupada en la toma de datos sobre... lo-s... los Magikarp" Y se rió desesperadamente. Le debía dar mucha vergüenza decir que estaba en la fase REM del sueño, así que con una ligera y oculta sonrisa se me pasaron todos los males y crucé el umbral de aquel edificio.
Bueno, me he vuelto a enrollar de nuevo así que, dentro de unos días te mando una nueva carta, espero que no te importe, a mi me ayuda a desahogarme.
Un saludo,
Marcos, el entrenador