le pides educadamente que se vaya a otro lado y ya está.
Me voy a ahorrar cierta comparación entre un falo y cierta catedral. Pero...
- ¡Eres un quejica! ¿A ti que te va a afectar el tabaco?
- ¡No me da la gana: deja tú los videojuegos!
- Si quiero fumarme un cigarro, lo haré donde me dé la gana.
- Cámbiate tú de sitio: aquí no está prohibido fumar.
- ¿Quién eres tú para decirme dónde debo fumar?
- ¡Pero si estoy en la calle, chaval! ¿Qué vas a oler?
Y un larguísimo etcétera. No: no suele valer con pedírselo amablemente. Al menos yo he tenido que tragarme el humo del tabaco a la fuerza más ocasiones de las que quiero recordar. A pesar de que me cuesta respirar de forma normal e insista en ello. Desconozco la razón, pero la gente suele tener la estúpida idea de que, en un espacio superior a X metros cuadrados o en la calle, el humo y el olor desaparecen inmediatamente. O la tonta de idea de que si a mí no me molesta, al resto tampoco.
Si no eres un recién nacido o un anciano, tú no importas lo más mínimo.
Por algún tipo de inspiración divina, el gobierno decidió que los no fumadores podemos comer por fin en bares y restaurantes sin tener que luchar para distinguir el sabor del pollo del tabaco. Antes era una pesadilla.
¿El alcoholismo provoca problemas familiares? Sí. Eso es cuando te bebes tres botellas al día.
El cigarro empieza a molestar a la primera calada.