BLANCA ROSA MORTAL
Corrí y corrí hasta creer desvanecer. Había perdido a mi alma gemela, fuerza que me empujaba a seguir riendo, comiendo y soñando feliz junto a mi almohada.
Perdí aquello importante para mí. ¿Fortuna?. ¿Destino?. No...¡tragedia sin fin! La muerte de quien no supe proteger. El adiós no dicho a alguien a quien de por vida sería fiel.
Pero todo se fue. Y con ella, aquella tierra prometida. Fruto de mitologías, cuentos y leyendas donde príncipes y princesas mueren como Narciso, enamorándose de un sueño prohibido, viendo el presente ideal sin percatarse del fatal destino.
Entonces me percaté. Hallábame en nuevo mundo. Nueva tierra, nuevos frutos y un futuro oculto. Descansé sobre el estanque de aquel oscuro y frío bosque. Un bosque bello, más que por sus tenebrosos árboles ramificados como si fueran arpías, por ese cálido helor que consolaba a mi destemplado corazón.
Luz. Tintineante lucecita que cada noche, junto a un servidor dormía. ¿Dónde fuiste a desaparecer? Me cediste a la oscuridad de un mundo insensato, sin conocimiento de la bondad, con sentimiento de justicia absoluta que, abrumando mi persona como la de otras tantas, se cierne con dureza sobre nosotros, haciendo gala de justicia, de nobleza y de sabiduría, poder desconocido para la inmensa mayoría.
Rodeado por doquier de sombras y densas nieblas, sumergí temeroso y confuso mi rostro en el agua del estanque. ¿Quién fue aquel ser infame que osó dejarme sin guía?
Al atreverme a incorporarme, vislumbré en la lejanía, en el centro del estanque, un perlado brillo blanco y tenue que emergía y creaba suaves y bonitas ondas que, al entrar en contacto con el entorno, rápidamente sembraban pánico y confusión por todo aquel lugar tenebroso.
¿Dónde estarías en ese momento, difunta amada?
Como lágrimas de mis fosilizados y resecados ojos, caían desde un lúgubre y misterioso vacío, flores de cerezo que mudaron el paisaje marchito.
¿Fuiste tú, amor?
Sentí un agradable olor y mi corazón se recuperó. Creí recuperarla. Gemela mía en alma.
Tembloroso, decidí mirar nuevamente el estanque. Sus turbias aguas dejaron paso al más tierno, puro y maravilloso paraje.
"Queridas flores de cerezo. Vosotras que vencísteis a la oscuridad. Guiadme por este sendero de luz, que parece creado por un eterno sueño, a mi amada, a la persona que más anhelo"
Cierto es que me sentí diferente desde que observé aquella bella rosa blanca emerger del estanque abrazado por ese brillo perlado. Pero ahora, esas flores de cerezo habían creado, me habían creado, un hermoso camino hasta la bendita rosa.
Me acerqué temeroso y precavido, además de por ese halo misterioso ajeno a esas novelas románticas modernas donde se combina con acción y muertes y policías, por el sentimiento de ligereza que recorría mi cuerpo desde que saqué la cabeza del estanque.
¡Por fin estaba allí! Junto a la reencarnación de mi amada. La recogí del agua y la abracé entre mis magullados y débiles brazos. "Llevo ya un mes sin tí, pero fue eterno"
Aquella rosa me transmitía frío y nostalgia. Quería reunirme con ella. Lo hice. Lo hago. Me someto a su atracción. Correspondo a su dolor. Cierro los ojos en busca de emociones. Emociones que terminan con la vida de quien ya no sonríe cuando la noche lo absorbe.
Y ahí me quedo, tendido en la nada. Muerto de tristeza. Desesperación desencadenada. Y mientras cierro los ojos y cedo mi vida a aquella bella rosa de sangrante armonía, pienso en la nada. En lo que me espera. En dónde y con quien podré reunirme cuando me libre de semejante agonía.
