Primer capítulo.
Un minuto eterno.
Entraron cuidadosamente en la sala de la mansión. La madera crujía con cada paso que daban, siendo el único sonido audible en toda la casa. El viento era fuerte afuera, pero tras cerrar la puerta no se pudo escuchar más. Las ventanas estaban cerradas a la perfección, lo que evitaba que entrara el frío polar que había en el exterior. Estaba oscura, sin ninguna clase de iluminación. Las seis personas que se adentraron no poseían una linterna para iluminar su camino, idea bastante estúpida. En sus mochilas tenían suministros suficientes como para pasar una noche: barritas energéticas, agua, algunas galletas, y una cobija para cada uno. Escucharon que la casa todavía tenía los muebles antiguos porque nadie se atrevía a entrar en semejante lugar, que se decía estaba encantado.
—Si te descuidas, puede que un espíritu te despeine— dijo un chico, de cabello rubio y peinado hacia arriba. Frente a él, una chica un poco más baja de tez morena.
—Cállate— y se siguió arreglando el cabello.
Se detuvieron a ver el salón: las paredes eran demasiado oscuras como para determinar su color. Los muebles tenían ornamentos exagerados que terminaban en espiral, y la alfombra tenía un diseño de mal gusto con un ángel negro en él. El candelabro que colgaba en el techo era simplemente horrible, con un diseño similar al de los muebles. Las ventanas tenían marcos de metal pesado, y otra vez, diseño con espirales y rejillas. John le dio una mirada a la puerta que conectaba el salón con el comedor, que estaba abierta. Se fijó en que el salón tenía una decoración distinta, más isabelina, lo que desentonaba.
—Qué gusto tan... excéntrico. Parece sacado de la imaginación de Will— rió un poco. Al joven no le hizo gracia alguna —Ay, no te amargues— le dio unas palmadas en la espalda. Sonrió y siguió caminando.
Se sentaron en los sillones a descansar un poco, pues la mansión está lejos del pueblo. Sacaron sus cobijas para abrigarse un poco. La morena sacó una barra energética de su mochila, y se dispuso a comérsela. Soltó un bufido al tragar el primer mordisco, y miró con mala cara al que se sentó junto a ella. Volteó, molesta, y dijo casi entre dientes que se fuera.
—Vamos, Mary, no puedes seguir molesta. No estabas obligada a venir.
Pensó en dirigirle otro mal de ojo, pero prefirió no hacerlo para no parecer tan infantil. Se acomodó en su asiento, aún sin mirar a su acompañante. Abrió los labios para hablar, pero estas palabras no eran para el fornido castaño.
—Ah, cómo desearía una taza de café. Hace tanto frío que me tomaría un vaso de agua hirviendo si es necesario.
—Tú sigue soñando, Mary.
Todos cerraron los ojos un momento y pensaron en qué hacían en esa casa tan horrible: John quería hacer un documental nocturno para practicar sus habilidades con la cámara, manejando sombras. Convenció a sus amigos, Will, Mary, Jesse, Roxie y Michelle, para que fueran sus modelos. Tratarían de documentar lo que ocurría en la mansión Wentworth, usando velas que trajeron y no se podían desperdiciar, para darle un toque más dramático. La idea no entusiasmo a Mary, pero su novio la obligó a venir. Los demás accedieron porque les pareció divertido, salvo Will, que quería ver la famosa casa encantada de la que tanto se hablaba en el pueblo.
—Oh, permítaseme servirle una taza de té, señorita— Roxie se levantó y se puso a actuar como un mayordomo —¿Con o sin leche?— e hizo una reverencia muy exagerada. Todos empezaron a reírse mientras caminaba como estirada hacia la cocina, cuando se topó con el pecho de un hombre bastante alto.
—¿Y a mí, se me permite?
El hombre vestía un traje negro, bien planchado y almidonado. Medía un metro ochenta, como mínimo, altura que Jesse superó hace un tiempo. Tenía guantes negros, y una pose servicial. Su mirada era un poco arrogante, y su voz era clara al hablar. Traía consigo una bandeja de plata que relucía con la luz de la cocina.
Pensándolo bien, parece que hay mucha actividad en la misma. Se escucha el sonido del cuchillo cortando algo en la tabla de madera, y el humo saliendo disparado de una olla hirviendo. La tetera empezó a chillar, indicando que ya estaba listo para servirse. El hombre le dedicó una mirada a Mary, quien todavía estaba sorprendida al ver que había alguien el la casa y que, además, estaba preparado para su llegada.
—Lo lamento señorita,— dijo, aún viendo a Mary —pero a la señora no le gusta el café. ¿Le parece bien una taza de té?
Ella seguía impactada, al igual que el resto.
—Tomaré eso como un "sí", por lo que me retiro. Y, por favor, enciendan la luz.
Y tocó un interruptor al lado de la puerta. Ya con la luz alumbrando la sala, pudieron comprobar que las paredes eran moradas. Sí, un color horrible, pero al señor le gustaba la decoración de este estilo. Vieron que la fogata estaba encendida, con el sonido de la madera quemándose, el cual era tan familiar que se sentía bien. Mary decidió relajarse y esperar su taza de té, aunque no dijo cómo la quería, pero estaba bien. Suspiró, y rompió la quietud.
—Pues, parece que nos recibirán como merecemos que nos traten— soltó una risita —Bueno, como
merezco que me traten.
Mary siempre ha sido esa clase de persona que se adora a sí misma, en cualquier momento. Le encanta presumir sus logros a todos, pero sabe cuando es molesto. Disfruta ser mimada, más que cualquiera. Cuida su imagen como si su vida dependiera de ella.
—Pero... ¿no te parece un poco extraño?
—Ay, por favor, hemos caminado kilómetros para venir a esta casucha, lo menos que pueden hacer es darme atención.
—Como prefieras...— John se levantó y fue a investigar el comedor, que le pareció la sala mejor decorada hasta ahora, pues la cocina era de tonos verdes que siempre odió.
En él, vio a una mujer con un abrigo elegante, bebiendo vino tinto. Estaba sola, y casi ni se percató del joven con una cámara entrando. Le saludó con la mano derecha, fingiendo una sonrisa, y volvió a mirar la mesa con cierta melancolía. Detrás de ella estaban unas ventanas enormes, y se podía ver un hermoso jardín con manzanos y naranjos, diversos rosales y lo que parecía ser un ciruelo en crecimiento. La señora volteó un momento, y un par de jóvenes vestidas de blanco regaban las plantas con cariño.
—¿Le gustan?
—Sí... Sus árboles son hermosos— sonaba tímido.
—No, mis hijas— rió un poco —Tranquilo, es una broma. Toma asiento.
Así lo hizo. El mayordomo le trajo una taza de té, y preguntó si quería un terrón o dos. Detrás, estaba una chica de unos veinticinco años, sosteniendo la bandeja del azúcar y la leche. Estaba sonrojada y nerviosa, sin dejar de ver a John.
—Oh, Esteban, déjalo para después, deben de estar cansado. Despáchalos a sus habitaciones.
—Como ordene, madame.
El mayordomo y John dejaron el salón, con la señora y la chica en él. John pudo escuchar cómo una de las dos, no pudo decir quién, decía entre susurros "
¿no es lindo?". Roxie había dejado la habitación y se fue al jardín, pues siempre le encantaron las plantas. La buscarían más tarde. Accedieron a ir, siendo guiados por el hombre de porte elegante a sus cuartos.
Se acostaron, pensando que todo el asunto de la mansión abandonada era sólo un chisme.[/spoiler]