Autor Tema: Si vis pace, para bellum  (Leído 1147 veces)

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Gibb

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Si vis pace, para bellum
« en: 29 de Septiembre de 2012, 06:03:10 am »
Ahí tenéis un relato corto. Quiero críticas, comentarios, pero sobretodo críticas, no os cortéis si os parece una bazofia.

Spoiler: mostrar

Amimitl era un pequeño pueblo pesquero situado en la costa este de la bota. Todos los hombres vivían de la pesca, de eso y de los intercambios del pescado, claro. Gracias a eso, Amimitl, era conocido en Italia por su buen pescado y su actividad comercial. Su posición también favorecía los intercambios, pues era de las pocas regiones que no se encontraban sitiadas por montes y cordilleras. Los pueblerinos acostumbrábamos siempre a pescar solos, con nuestra caña de pescar y nuestro taburete, todo era sencillo así, aunque solo diera para la subsistencia y poco más, vivíamos felices. Todo se complicó con el paso del tiempo y la mecanización de la pesca, así como la modernización de los métodos pesqueros. Esto, causó, que el pueblo, que era de los pocos de la época que podía comerciar de forma rentable con pescado fresco, aun llevándose una parte para ellos mismos, tuviera que adaptarse a los tiempos, y cambiar el bote por un barco en condiciones, ya con un motor potente incorporado. Ahí la cosa se complicó. Tardamos mucho en entender cómo utilizar esos aparatos, y cómo manejar un barco también. Cuando aprendimos, algo se interpuso en nuestro camino a reconvertir nuestro mercado de nuevo. Los bancos de peces, que siempre habían ocupado nuestras orillas a horas del día exactas y semanas concretas, ahora desaparecían, dando paso a terribles tormentas veraniegas.

Un día, mientras yo pescaba de noche, algo se clavó a mi anzuelo. Tiré de ello fuertemente, si era un pez, era enorme, sin embargo, no parecía que el pez hiciera ademán de movimiento por librarse del anzuelo, como todos los peces, si no más bien parecía un peso muerto. Mi caña se doblaba a cada tirón que le propinaba, tratando de mantener la cuerda tensa. Escuché el crujir de la madera de cerezo, y me dije que me diera más prisa si no quería romperla. Pude ver como una sombra se elevaba del fondo, y luego escuchar un objeto levantarse contra el agua. Rápidamente lo desenganché del anzuelo una vez conseguí subirlo a tierra. La silueta era parecida a la de un instrumento. Me aparté hacia un lado, para que uno de los faroles sobre mí iluminase a duras penas el objeto. Sus cuerdas eran como hebras de oro, líneas translucidas que apenas eran visibles por un ojo viejo como el mío. De vez en cuando, las cuerdas brillaban en tonos dorados frente a la luz. El cuerpo tenía forma de la herradura de los caballos, y en medio de la herradura, se situaban las finas tiras musicales. Me pregunté donde podría tener la caja de resonancia, y luego, toqué las cuerdas con curiosidad. El sonido resultó reconfortante, y el sentimiento de ensoñación me pidió volver a tocarla. Tiin... ese sonido se esparcía por la mar, causando un efecto de eco maravilloso, revoloteando en el aire, y luego por debajo del agua, para perderse en las profundidades del Mediterráneo. La coloqué entre mis brazos. Era verdaderamente pequeña para lo que eran las arpas de nuestra época, y sumamente sencilla, hasta un inglés ignorante encontraría la forma de tocarla sin romper la magia del instrumento. Pasé las yemas de los dedos por los hilillos, levantándolos a la vez que los posaba, alternando una mano con la otra ¡Era fantástico! Como los cuentos que las abuelas contaban sobre el dios de la pesca, Amimitl, quien dio nombre a nuestra villa. Cuando terminé la última nota, esta se repitió, como hacía la primera vez, aunque esta vez algo no estaba bien. Era como si debajo del agua las notas volvieran a ascender. Parpadeé incrédulo a lo que mis oídos escuchaban, ahora no eran notas sin concordancia y ritmo como las mías, ahora lo que salía del agua eran notas agrupadas en armonía, lo que las hacía parecer más aterradoras que encantadas. Cogí mi caña y el arpa y volví a zancadas hasta mi casa.

A la mañana siguiente “La fé”, un barco pesquero famoso en Amimitl, llegó a puerto sin su tripulación. No podíamos imaginar donde podía esconderse a tantos marineros en medio de agua salada. Registraron el barco, y lo único que encontraron fueron sus objetos personales y algo de comida. Se habían desvanecido sin dejar rastro alguno.

Dos días después, un muchacho que se encontraba pescando junto al muro, cayó a la mar, perdiéndose en el agua. Un amigo suyo afirmó que se lanzó por voluntad propia, que de pronto se levantó y se lanzó al agua. No volvió a salir. Buscaron el cuerpo, y toda búsqueda fue en vano. Sin embargo, después de que una semana de escasez de peces asolara nuestras costas, llegaron a nuestra playa los cuerpos de los marineros perdidos, y el del chico. No habían sido golpeados, ni tenían cortes, ni les habían envenenado, simplemente se ahogaron tragando agua salada. Toda su cara estaba arrugada y marcada con el signo inconfundible de la muerte. A los civiles no nos dejaron acercarnos mucho, pero al ver los cadáveres grises y tumbados sobre la arena en gesto de paz eterna pude fijarme en sus labios. Los labios de los marineros y el del chico parecían estar acusadamente más arrugados que cualquier parte del cuerpo, mucho más que el rostro, y tenían un aspecto mucho más… deshidratado, como si una sanguijuela les hubiera chupado el color y luego hubiera comido su carne. Estaban completamente consumidos para el poco tiempo que hacía que habían muerto.

Mi nieta me invitó a darme una vuelta en su nuevo barco “La amapola” lo había bautizado. Era un barco bonito y grande, de tamaño medio para lo que eran nuestros navíos, de un blanco bien lustrado, dibujado sobre él las letras del nombre del barco, en uno de sus laterales, no logré fijarme cual. Partimos a mar abierto, alejándonos de la costa, pudiendo ver únicamente azul infinito, aquel azul marino que tanto me había gustado de niño y tanto había aprendido a temer con los años.

Para nuestra suerte, los peces nadaban con viveza por nuestras aguas, lo que indicaba la ausencia de las tormentas que minaran la moral de los pescadores. La tripulación de La amapola, constituida por tres hombres fuertes y mi nieta, echaron la red al agua, y se levantaron unos cuantos kilos de pescado respetables. Los camarotes estaban situados bajo la cubierta, eran pequeños, pero la cama era confortable, y la espalda no dolía al apoyarla sobre el colchón.

De noche, no pude resistir la tentación de tocar unas notas de aquella arpa maravillosa que había encontrado pescando. Las tirillas doradas temblaron al contacto, resonando suavemente por todo el barco, acariciando mis oídos y el navío entero. Esta vez, las notas no se repitieron, no emergió una composición distinta del mar en respuesta a la mía. Al cabo de un rato, oí un tintineo, un sonido discordante, casi como un chillido. Cuando me di cuenta, las olas ya golpeaban el barco de un lado a otro. Lara se levantó junto a su tripulación y subieron a cubierta. Mi nieta comenzó a gritar órdenes, y sus marineros las respondían, asintiendo y llevando a cabo sus tareas. Me vestí y subí yo también. El agua me golpeó la cara y el cuerpo, lanzándome contra la puerta de los camarotes. Volví a subir a trompicones. Llovía con fuerza sobre nosotros, si no clareaba pronto, tan solo el agua de lluvia nos hundiría. Busqué a mi nieta con la mirada, la encontré y me acerqué a ella. Antes de poder tocarla, una ola la arrastró hacia las oscuras aguas, perdiéndola en su fuerza y negrura. Grité ayuda, no obstante, el único marinero que quedaba a bordo le pareció buena idea lanzarse a nadar un poco. Reconocí una silueta femenina en el mar, y corría hacia ella hasta el borde del barco. Le ofrecí mi mano. La silueta negra no pareció querer aceptarla, y hasta casi pude distinguir una sombra de risa en su rostro oscuro. Al final se acercó, yo le extendí más la mano, y ella me agarró por el brazo, llevándome hacia ella. Pataleé en el agua, no obstante, ella me sostuvo, y no me dejó ahogarme, ni que me hundiera, era como si a ella le resultara fácil flotar. Puso una de sus manos detrás de mi cuello y me besó en los labios. Sus labios eran salados, casi tanto como la mar, finos y firmes. No comprendí la situación, y pronto caí presa de un sueño incipiente. Un canto resonaba en mis oídos ¿Era latín? No lo sabría decir bien… solo sabía que era muy relajante, y me dejó flotar por unos momentos en pensamientos de tranquilidad y paz. Todo eso se hizo pedazos en cuanto mi cabeza se sumergió en las aguas, junto a la de la mujer, que aferraba su boca a la mía. La luz de luna se introdujo entre las negras nubes para dar paso a algo de claridad grisácea. Abrí los ojos bajo el agua, dando patadas y tratando de separarme de la mujer. Ahora, gracias a la luna, podía ver de verdad como era aquella silueta. No tenía piernas ¡Tenía cola, cola de pez! Cada vez notaba como si me faltara aire, pero ya había estado en situaciones bajo el agua, y ese sentimiento no era natural. Era como si me chuparan el oxígeno de los pulmones. Poco a poco la preocupación se convirtió en un cosquilleo en la cabeza y un regusto dulce en la boca. Ella se separó de mí. Mi cabeza ya no podía sujetarse por mi cuello, me faltaban las fuerzas, y, al mirar hacia atrás pude verlas ¡Eran miles de ellas! ¡Miles de criaturas con cuerpo de mujer y cola de pez! Entrecerré los ojos, sin poder dar crédito a lo que veía, de todas formas, ya había muerto. El canto volvió a mis oídos, pero esta vez no poseía ni una pizca de armonía, era agresivo y amenazante-Si vis pace, para bellum- Todas ellas me miraron, yo les devolví la mirada. Ya no eran hermosas. Ahora, ante mis viejos ojos, estaban formadas por una piel blanca y arrugada, de nariz más arrugada metida hacia dentro del rostro. Me dieron náuseas momentáneas. Vi las arpas que sostenían entre sus manos. Supe que nunca debí quedarme con nada que la mar ofreciera que no fuera pescado-Si quieres paz, prepárate para la guerra-Repetí, moviendo lentamente los labios, sintiendo una calma infinita recorrer el cuerpo.



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Re:Si vis pace, para bellum
« Respuesta #1 en: 29 de Septiembre de 2012, 06:38:48 am »
Me gustó mucho~ La forma en la que narras todo es impecable. La historia está muy bien, interesante, aunque un poco extraña. Me parece raro que, en el fondo del mar, se puede oír una lira, pero bueno~


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Re:Si vis pace, para bellum
« Respuesta #2 en: 29 de Septiembre de 2012, 08:36:38 am »
Me gustó mucho~ La forma en la que narras todo es impecable. La historia está muy bien, interesante, aunque un poco extraña. Me parece raro que, en el fondo del mar, se puede oír una lira, pero bueno~
Gracias por comentar. Bueno, que puedo decir, si vamos a plantear la verosimilitud del relato yo me pensaría primero la existencia de sirenas que el sonido de un arpa bajo el agua  :ph43r:

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Re:Si vis pace, para bellum
« Respuesta #3 en: 29 de Septiembre de 2012, 08:38:56 am »
Gracias por comentar. Bueno, que puedo decir, si vamos a plantear la verosimilitud del relato yo me pensaría primero la existencia de sirenas que el sonido de un arpa bajo el agua  :ph43r:

El relato está en un universo donde es posible la existencia de criaturas mitológicas, ¿por qué no sonaría una lira bajo el agua? No importa, igual está muy bien~