El salón de mármol estaba lleno. Montones de seres estaban esparcidos, mientras que otros iban llegando. Comían, reían, bebían, disfrutaban. Algunos charlaban entre sí, socializando. Podían llegar a ser muy imprudentes, ofendiéndose entre sí. Todos eran humanos. No, eran algo más. Eran etéreos, y de un color azulado. Todos usaban mantos para cubrirse, y su aspecto era deplorable. Sin embargo, el salón y la ambientación eran muy distintas, puesto que la comida fue servida en bandejas de plata, y los candelabros de cristal iluminaban todo. Las exquisitas comidas fueron preparadas por seres divinos, cuya presencia faltaba.
Todos estaban esperando por algo, o alguien. Miraban con frecuencia un balcón, cuyo marco dorado resaltaba de entre tanto color grisáceo. Los adornos que presentaba eran perturbadores: calaveras reales incrustadas alrededor, diseño grotesco y exagerado. La puerta de caoba estaba pintada, esta vez en negro. El pomo era, en efecto, una calavera de niño.
El suelo, cubierto de niebla verde, comenzó a temblar. El ambiente, antes relajado, se tornó en algo tenso. Las personas comenzaron a temblar, y entre la confusión, todo se puso negro. Miraban, alarmados, hacia el balcón. Una masa negra salía de los bordes de las puertas, y el temblor empezaba a cesar.
Las personas se fijaron en el balcón. Todos estaban angustiados, y en sus ojos se reflejó la apertura de la puerta.
Era la muerte.
Salió con aires de grandeza hacia su balcón, mirando a los presentes. Sonrió, pues el temor de sus ojos le llenaba de placer. Su túnica negra era de seda, mas sin embargo, se movía, aún sin viento. Caía con elegancia, y al tocar el suelo, se disolvía, haciéndose humo. Su hoz era negra, completamente. Era la guadaña que extraía almas del negro olvidado.
Abrió su cadavérica boca, pronunciando unas inaudibles palabras, pues su imponente voz era lo suficientemente fuerte como para aturdir a cualquiera, acompañada de el eco. Poco a poco, una serie de personas allí presentes se tornaron en un color gris, perdiendo su elegante azul. Se alzaron, desapareciendo y volviendo a aparecer en un espejo, como una reflexión, pero sin un cuerpo físico. En el espejo no se reflejaban los presentes, sino una cueva oscura y roja, con estalactitas. Allí, un montón de almas grises amontonadas.
Y, complacida, se retiró.
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