Capítulo 46: El Tigrex y el joven novato. Hace seis años
Una pequeña tormenta de nieve azotaba el poblado de Unavea en lo que aparentaba ser una noche tranquila. Un hombre corría nervioso por la nieve, dirigiéndose a El Blangonga Borracho. Entró de golpe en la taberna mientras gritaba:
- ¡El Tigrex ha vuelto a atacar...! ¡Hemos perdido dos Popos de los grandes...!
Todos nos giramos para ver a aquel hombre, incluidos Robin y yo. Por aquel entonces era un chaval y tenía la buena edad de doce años, y estaba tomándome un zumo de Blangomanzanas, mientras que mi hermana ya tenía veinticuatro años y disfrutaba de lo que ella llamaba "una cerveza perfecta".
- Demonios... ¡Otra vez! - Exclamó mi hermana ya cansada. Hacía una semana que aquel Tigrex atacaba nuestro ganado.
- Suerte, hermana - Dije yo, ya sabiendo lo que iba a pasar.
- Gracias Baru. Ya sabes, si tardo mucho...
- Que me vaya a casa a dormir. Lo sé.
- Eso es. Nos vemos luego. ¡Jefe, te pago luego! - Mi hermana, con su lanza ya preparada (porque no era la primera vez que tenía que salir corriendo) salió corriendo.
No podía evitar sentirme un poco triste. Ese Tigrex estaba agotando a mi hermana causando problemas por toda Unavea. Cuando aparecía, alguien venía buscando a Robin y ella tenía que salir corriendo para encontrarlo y darle caza. Pero siempre que llegaba a la escena del crimen, el Tigrex ya había terminado y se había ido de nuevo al desierto, donde viven normalmente. Así durante un mes. El Tigrex atacaba sin avisar y no podíamos hacer otra cosa que confiar en la cazadora del pueblo. Los pueblerinos querían pedir ayuda al gremio de cazadores, pero Robin insistía en que confiasen en ella, que le daría caza. Pero la paciencia se les estaba agotando.
- Qué, chaval. ¿Otra vez solo? - Me dijo Jefe Mono, el dueño de la taberna. Se hacía llamar así, aunque todos le llamabamos sólo "Jefe".
- Eso parece.
Jefe me miró de reojo mientras terminaba de tomar mi zumo, hasta que volvió a hablarme.
- Oye chico. ¿Puedo preguntarte algo?
- Claro.
- ¿No te preocupa que el Tigrex venza a tu hermana? El Tigrex no es moco de pavodrome...
- Para nada.
- Vaya, me sorprendes. ¿Tan buena es?
- Si, es una cazadora genial. Pero no sé. No confío en ella porque sea buena. Es algo que he sentido siempre. Desde que era un crio, siempre he sentido que con ella se puede confiar. No hay nada imposible para ella.
- ¡Ja ja ja! ¡Chaval, que aún eres un crio!
Terminé el zumo y me fui. Ahora apenas caían unos pocos copos de nieve y se estaba muy a gusto. Vivíamos en una casa un poco alejada del resto, aunque no era gran cosa. Una sala central, una cocina donde Mike, nuestro felyne, cocinaba para nosotros, y un dormitorio con dos camas. Apenas había nada más. Me acosté impaciente, ya que mi hermana me iba a enseñar mañana una nueva técnica de lanza. El paso con bloqueo, o algo así.
Cuando Mike me despertó para desayunar, me dijo que Robin aún no había llegado. ¡Qué rabia! ¡Yo que quería aprender esa técnica...! Desayuné unas tortillas Treon (ni idea de por qué se llamaban así) mientras pensaba qué hacer aquel día.
Tuve una idea, como dice Jefe, Congenial. Iba a buscar indicios del Tigrex. Posibles pruebas donde encontrarlo... ¡y cazarlo!. No debía ser tan difícil como decían. Total, ellos nunca han usado una buena lanza.
El primer lugar donde debía investigar era obvio: la granja. Allí es donde más atacaba (aunque no siempre), por lo que me dirigí allí. Además, es donde estaban los Popos, y es donde había atacado Tigrex ayer.
La granja era un pequeño espacio entre una pared rocosa enorme de donde se sacaban minerales y un enorme lago donde se pescaban los peces. Había unos cuantos huertos, un corral de Popos... incluso se cultivaban setas.
Apenas me había acercado a la zona de los Popos hasta que se escuchó un horrible rugido. Lo busqué con la mirada. En lo más alto de la pared rocosa estaban mi hermana y el Tigrex, ¡luchando!
No sé muy bien por qué lo hice, pero hice la tontería de llamarla.
- ¡¡Robin!!
Robin me vio desde lo alto. Precisamente por eso, no vio al Tigrex, quien había saltado a donde ella estaba, en el borde de aquel precipicio. El golpe fue tal que destruyó gran parte de aquel suelo. Robin cayó al suelo, quedando bastante aturdida.
Fui a ayudarla. No conocía de ningún cazador que se hubiese muerto por una caída enorme. De hecho, para nosotros eso sería absurdo. Siempre se dice que los cazadores pueden saltar desde lo alto de una montaña y resultar ilesos. Pero cuando la iba a alcanzar, Tigrex aterrizó entre nosotros, haciendo que me cayese de culo. Y mi lanza se desprendió de mi y se fue volando. Al agua, ni más ni menos.
El Tigrex se fijó en mi. Creo que fue la primera vez que sentí miedo.
Salí corriendo, el Tigrex me seguía pisándome los talones. Estaba bastante aterrado. Me fui colando por las vallas, los huertos, e incluso las boñigas. Pero nada lo paraba. O lo atravesaba, o lo saltaba, o se lo comía. No sabía qué hacer. Hacer frente a un monstruo con solo un escudo era imposible, mucho menos con Tigrex.
Entonces, me acordé de la armería antigua. Era un sitio donde habían muchas armas viejas. Es lo que tiene que el pueblo no tenga muchos cazadores ni extranjeros... pero al menos estaba cerca.
Por suerte siempre tenía a mano mi bomba de luz. Me lo dio mi hermana para casos extremos... creo que lo era. Lo cegué y me acerqué corriendo a aquella armería abandonada. Dentro había un montón de armas tiradas. Tenía que buscar a toda prisa, pero con cuidado de no cortarme con ninguna de esas armas. Al fin, encontré algo parecido a una lanza, aunque era enorme y tenía botones.
Salí fuera con ese armatoste. El Tigrex ya podía ver de nuevo, y se abalanzó hacia mi. Me cubrí como me enseñó mi hermana, pero al hacerlo apreté un botón sin querer.
- ¿Pero qué...?
Empezó a salir un fuego por la punta de aquella lanza. Justo cuando el Tigrex iba a alcanzarme, mientras me seguía cubriendo, esa lanza explotó en una gran explosión que aturdió al Tigrex y frenó su marcha, pero también me hizo volar a mi. Me hice una quemadura importante en el brazo y me caí de costado.
Pude ver cómo Robin venía corriendo y distraía al Tigrex. Yo ni me podía levantar, estaba muy conmocionado. Me empezaba a doler la cabeza, y de pronto perdí la consciencia. Me había desmayado.
Al despertar, estaba donde estaba antes. Pero el Tigrex estaba muerto y todo estaba ardiendo (aunque no tanto como para alarmarse). Robin, que no portaba ningún arma, se acercó a mi y me ayudó a levantarme. Me dio un capón con el puño cerrado en la cabeza.
- ¡Oye, eso duele!
Robin puso sus manos en mis hombros y, poniendo su cara frente a la mia y con gran frialdad, me dijo:
- Jamás vuelvas a usar una lanza-pistola. NUNCA.
Era la primera vez que veía a Robin tan enfadada. Más tarde me enteraría por Jefe que las odiaba a fondo, y que no soportaba ni verlas.
Pero me dio igual. Sinceramente, cuando apagamos los fuegos y empezamos la vuelta a casa, no pude evitar pensar:
"Las lanzas-pistolas... ¡Cómo molan! Saldré fuera y seré el mejor cazador. Aprenderé a usarlas y nadie me parará... ¡Ya estoy impaciente!"
De pronto, Robin me dio otro capón.
- ¡Auch! ¡Oye, que duele!
Y otro.
- ¡Venga, despierta! ¡Estás en mi sitio!
- ¿Uh?
Me desperté y por poco me caí. Olvidé por completo que estaba encima de una rama muy alta. Se ve que me había quedado dormido, y el sol ya se estaba poniendo.
- Por fin despiertas. He tenido que darte dos golpes para que despiertes... Menudo dormilón.
Aún encima de la rama, me giré. En una rama que estaba justo al lado había una chica. Tenía el pelo castaño y vestía ropas del gremio.
- Am, perdona... ¿Ocurre algo?
- Nada, que estás dormido en mi sitio especial.
- ¿En serio? Vaya, me sorprende que ya tuviese "dueño"...
- Bueno, en realidad todas las ramas de este bosque son mi lugar especial. Pero me sorprende ver a alguien aquí.
- Pues este en especial es un sitio fantástico.
- Lo sé. Tiene unas vistas de conga madre.
- Bueno. Sea como sea, ya es muy tarde. Me piro, tengo tanta hambre que me comería tres Popos.
- Pues yo me quedo en nuestro sitio.
- ¿Nuestro? ¿No era tuyo?
La chica me sonrió.
- Me caes ven. Ven cuando quieras. Si te duermes no te pegaré.
- ... Gracias, supongo.
Me bajé del árbol y la chica se quedó en mi... nuestro sitio. Cuando me iba a ir, la chica me volvió a hablar desde allí arriba.
- ¡Oye! Eres del gremio, ¿verdad? ¿Cómo te llamas?
- Me llamo Baruman, aunque todos me llaman Baru. ¿Y tú?
- Eyra. Llámame Eyra.