Autor Tema: [Pésima historia] Ars longa,vita horribilis  (Leído 5972 veces)

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Gñé

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Re:[Pésima historia] Ars longa,vita horribilis
« Respuesta #20 en: 27 de Junio de 2011, 10:48:43 pm »
XX

—¡Basta! Déjate de bromas, pierdo mi tiempo. –me reprochó mi mecenas al mostrarle la aún  inconclusa pintura en la que las isbas todavía no habían sido agregadas- Muéstrame el otro de una vez.

—¿Cuál? ¿Éste? No,  está en blanco, no hay óleo aplicado, es un lienzo vacío. –me disculpé-

—¡Silenció! –rugió- Aquí el que dice si algo está vacío o no soy yo. Y bulliendo de irritación me arrebató el malhadado baño turco.
Con falso aire doctoral lo contempló largamente. Siempre había sido un cuadro penoso que lejos de inspirar grandeza o exotismo, evocaba sólo lúgubre y trivial vanidad. Y las manchas, ahora prendidas inexorablemente del óleo en patrones indignantes, terminaban por hacerlo ver  repugnante.

—¡Éste cuadro si que es toda una obra! –repondió mi patrón- Pero, ¡Dios!, dejad de hacerme perder mi tiempo en niñerías. ¡Tú serás el nuevo Miguel Ángel! Todo el mundo reconocerá tu nombre. Y tu obra será seminal para las nuevas generaciones. ¡Yo pondré todo lo posible de mi lado para ello!

No daba crédito a semejantes palabras. Ni aún a los groseramente ampulosos gestos que hacía quién las decía. Los ojos azules del señor Alov parecían salir de su sitio y su cabeza parecía el badajo de una campana. Si agregamos al cuadro la manía de contraer y extender sus huesudos y casi traslúcidos dedos podemos hablar de un individuo mermado por los peores vicios y lleno de la más abyecta soberbia.  ¡Y él era el dirigente de mis acciones!

—¡Dios, hijo! Veo que has tenido una noche muy -¡Hum!- larga. ¿Nos permitirías el honor de tu compañía en la mesa?

La voz de mi patrón sonaba muy misteriosa al emitir la palabra “mesa”.  Mis ojos estaban inyectados en sangre y me dolía terriblemente la cabeza. La sed me abrasaba y no podía contenerme más. Acepté la invitación, ahora acuciado por la necesidad.



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Re:[Pésima historia] Ars longa,vita horribilis
« Respuesta #21 en: 02 de Julio de 2011, 04:59:41 am »
XXI

Yevgeni alov era un despojo que estaba enfermo de alma y cuerpo. A cada respiración suya una especie de crepitación tenue seguía. ¿Han escuchado ello aguna vez? ¿Lo han sufrido bajo los efectos de la resaca? A mis pobres oídos ello parecía un espectro rogando misericordia.

Cuando hablaba era para dejar salir alguna barbaridad sin gracia, impúdica y monótona. No paraba de hablar de fisionomía femenina de la servidumbre, por explicarlo. Si usara las palabras de mi mecenas incluso ustedes se indignarían.

La cantidad que pagó por una salpicadura hubiera sido gravosa, incluso para un manirroto consumado. No puse reparos al momento de recibir mi pago. Tampoco los puse en la mesa.

De nuevo servían pelmeni. Ahora parecían acecharme desde el plato para saltar sobre mí y morderme. El hambre, no obstante, fue mucho más fuerte que cualquier repudio connatural y los mastiqué antes que ellos tomaran delantera.

Me despedí de mi nuevo mecenas y marché a la calle. No podía dejar de pensar en que el patrón era un perfecto obseso. ¡Pero qué importaba! Tenía al fin, una venturosa y feliz ocasión en varios años después de la academia.

Lo primero era conseguir un nuevo albergue. No costó mucho llegar a una casa vieja que ostentaba a la entrada "Se alquilan habitaciones". ¡Qué severidad la de la Providencia, por llevarme ahí!

El portero lucía increíblemente indolente. Apenas y movía los dedos de la mano en la que apoyaba su quijada para aplicar una cerilla a su cigarrillo.

— ¿Viene el caballero a alquilar una habitación? - Dijo sin mirarme.
— Sí, exacto, señor.
— Yegor Afonich Zolotov, soy el propietario de esta casa y sólo queda una habitación vacante, incluye muebles. Son seis rublos al mes, más un pago inicial de diez rublos.

Incluso un lego sabría que seis rublos al mes era un alquiler muy módico. Gastaba el doble y hasta el quíntuple en bebida y apuestas. Me dejé conducir a la cavidad oscura y húmeda que sería mi nuevo refugio del mundo.

No había espacio para muchas cosas. Los muebles estaban destartalados; las paredes, llenas de lama y pelusa; el piso, de restos de cascote; la puerta, era graciosamente cóncava en su porción externa y la cerradura apenas y encajaba.

Por seis rublos estaba dispuesto a dormir incluso en un pajar. Acepté gustoso el trato y firmé.

—¿Usted es pintor? -Preguntó mientras guardaba el contrato en un cartapacio de cuero sucio y lleno de remiendos por todas partes-

Me sorprendió que lograra atisbar el cuadro que tenía bajo el brazo. No sé como lo había hecho. Un ojo suyo daba la impresión de salir de su cuenca y el otro estaba hundido.

—Sí- Respondí tajantemente.

¡Otro trago!








« Última modificación: 06 de Julio de 2011, 12:59:38 am por Gñé »

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Re:[Pésima historia] Ars longa,vita horribilis
« Respuesta #22 en: 06 de Julio de 2011, 12:58:38 am »
XXII

El resto de los inquilinos eran en su mayoría extranjeros: unos cuantos alemanes dados al beber, un par de franceses y un polaco. Sólo había otro ruso, un mujik que había marchado del campo para probar fortuna en Moscú. Sorprendentemente ninguno, ni aún el polaco, tenía malicia alguna en la mirada, a diferencia de la horda que me había perseguido. Era obvio que tenían una forma honesta de vivir. O en todo caso, al menos ocultaban con gran habilidad sus fechorías.

Todos eran muy sociables y muy cordiales entre sí. Cuando me disponía a salir en busca de más material para pintar un alemán rechoncho y de lentes enormes me saludó y me hizo la invitación de un juego de backgammon. Acepté, aunque muy desanimado por la ausencia de apuestas de por medio.

Horas y horas permanecí ahí. La charla, aunque en un imperfecto ruso, era muy animada. ¡Era cosa de portento ver a un polaco y a un francés hablando con un mujik y un alemán!

Llegó el momento de salir a comprar el material y marché, despidiéndome del todos.
Sólo cuando llevaba un largo trecho me percaté de que aún tenía mi cuadro bajo el brazo. ¡Qué cosa más imperdonable! Ya pensaba en retornar a mi refugio cuando algo me hizo anhelar pasar a beber unos cuantos tragos de coñac y apostar una suma en el juego.
Entré en la taberna y mayúsculo fue mi estupor al encontrarme de nuevo al innoble Mishka Bezuhov, ahora cubierto con un caftán negro y un sombrero anchísimo. ¡El truhán se estaba metiendo, sin saberlo, en terreno peligroso! ¡Al igual que yo!

« Última modificación: 09 de Julio de 2011, 05:06:00 am por Gñé »

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Re:[Pésima historia] Ars longa,vita horribilis
« Respuesta #23 en: 09 de Julio de 2011, 05:05:36 am »
XXIII


El perillán no volteó siquiera a verme. “¡Mejor así! “ –Pensé-  “No he venido a saludar a un mal amigo, he venido a disfrutar de la vida.”

Placeres, misérrimos entre misérrimos :, apostar contra un cristiano cualquiera para verlE retorcerse y sudar al momento en que sus monedas son apresadas por dedos cubiertos de costras mientras el coñac de mala calidad cae por la garganta. Pero por aquellos días los veía como bendiciones del paraíso. Sentir el éxtasis de los dados danzando y sentenciando al rival a su ruina mientras bebía era uno de los pocos refugios que había tenido hasta entonces. No encontraba las palabras para describir el gozo y el horror que había sentido en unas cuantas horas de juego y bebida.  Toda una hacienda se había evaporado ante mis ojos en una partida, y a la siguiente retornaba, incólume.  El desfile de ganancias y pérdidas siguió hasta hartarme. Las usuales protestas del rival, que ahora había sido un calvo, no se hicieron esperar. “¡Dados cargados!”, “¡Mentiroso!”  Y demás. Nadie prestó atención. Mucho menos yo.

Unos cuantos pasos de camino descubrí que la palabra más detestable y más hermosa que he escuchado en toda mi vida es ulët.  Sí, no hay otra. ¿Cómo he de describir la carga que sentía en mi pecho cada vez que ella, que decía llamarse Ekaterina, movía los labios para dejarla salir? Ahora tenía un vestido al estilo de las muchachas alemanas, o eso creo. No puedo recordar mucho. Y además traía encima un paletó ancho bajo el cual se adivinaba algo que…

—¡Pero sí es usted!¡Me alegra ver que esté bien! ¡Ulët! ¿Se ha perdido de nuevo? ¿Quiere ir a su casa?

—No, gracias. No me he perdido ni quiero ir a casa.

— ¿Por qué no?

—Aumm.. mejor tú te vas a casa, que tus padres deben estar muy preocupados por ti. Además no quiero que el señor  ¿ah? Esto.. el señor ..

—¡Eroshenko! –Respondió dando un salto-

—Bueno, no quiero que el Sr. Eroshenko me dé con un bastón.  Me duelen todos mis huesos y no puedo soportar un golpe más.

—¡Pero si ya se le ha pasado el enojo de la otra noche! ¿Y qué huele así?

Descaradamente se puso de puntillas para oler con ahínco mi cara. No obstante, extendió la diestra de esta forma, hacia el frente y con la zurda pareció protegerse justo por abajo del cuello.  La suspicacia que guardaba hacia mi persona se dejaba vislumbrar en esto y en el hecho de que en su mirada, increíblemente torva, pero teñida de rara inocencia, constantemente se dirigía a mis manos y al cuadro que sostenía bajo el brazo.

El aliento de otras personas en el rostro propio es de lo más desagradable, eso lo sabrá cualquiera. Pero ¿Por qué no sentí en ese momento repugnancia, sino inextricable y morbosa fascinación? Jamás encontré respuesta coherente.

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Re:[Pésima historia] Ars longa,vita horribilis
« Respuesta #24 en: 12 de Julio de 2011, 01:28:43 pm »
XXIV


—¡Uy! Necesita un baño urgentemente. –Retrocedió con un gesto de tenue ira.

—¡Es esta condenada ropa!  -Respondí lentamente mientras levantaba de nuevo la vista, primero a su cuello, delgado y de un tono pálido, nada inusual;  luego a el mentón, que no daba la impresión de ser del todo sólido; la nariz era respingada, corta y fina;  Finalmente detuve la mirada en sus ojos, brillantes como si estuvieran perpetuamente húmedos, desprovistos del menor atisbo de lágrimas y con carúnculas diminutas, casi invisibles. El verlos me hacía pensar en viejas epopeyas redactadas en la Ruta de la seda, aunque algo no era familiar en absoluto, algo difuso e imposible de precisar.

—¿Por qué no se la cambia, si es lo que causa tal pestilencia? –dijo mientras fruncía el ceño

Rápidamente mi mirada se apeó de nuevo. Ahora a mis zapatos, viejos y manchados.  Los suyos parecían nuevos en comparación, aunque la oblonga hebilla del lado izquierdo no era igual a la del derecho, que era cuadrada.

 Mis indiscretos exámenes parecían irritarla, pero jamás manifestó deseos de retirarse o siquiera alargar la distancia entre ambos. No dudaba que también sentía curiosidad por mí, por la forma en que miraba de soslayo lo que tenía bajo el brazo, pero su desconfianza y desagrado permanecían en el aire.

—Ah, es que más bien yo.. no tengo más que… -Me limité a recitar-

Una malevolente y crispada sonrisa se dibujó en su rostro, aún ceñudo. Y sin decir nada más que “¡Mío!”  Se hizo en una sola arremetida con mi cuadro inconcluso y echó a correr.

Arrobado todavía por los movimientos de lo que se adivinaba bajo el paletó que la cubría, permanecí sin decir nada -¡Canalla he sido!-, viendo como desaparecía rápidamente a grande zancadas. 

En otros momentos hubiera dicho simplemente “¡Al diablo!” y me hubiera marchado resignado.  Como no eran otros momentos decidí correr tras ella. Me repetía constantemente a mí mismo la idea de que el cuadro era el motivo de mi carrera. De todas formas, le tenía apego a un trabajo que yo consideraba sería el mejor de toda mi carrera.  ¿Pero, por qué no daba por perdida la causa? Ella me aventajaba por bastante distancia, sin apenas dar muestra de cansancio y yo, en contraste, al poco rato no podía seguir y además había perdido un zapato. No me había percatado de ello hasta el momento en que pisé algo rugoso y con un berrido salté sobre un solo pie, para terminar por resbalar y caer en otro charco marrón y fétido como en el que había terminado el baño turco.

Me olvidé brevemente del asunto, mal limpié el traje y mejor me dediqué a buscar el calzado extraviado. “¡Señor, dame la paciencia de la que habló San Pablo a los corintios!”  Pensaba mientras me golpeaba el pecho.
No había encontrado nada. Ni cuando sumergí la mano en el fondo del charco.

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Re:[Pésima historia] Ars longa,vita horribilis
« Respuesta #25 en: 19 de Julio de 2011, 11:36:34 pm »
XXV

Cinco dedos, largos y finos, me ayudaron a levantarme del suelo. Eran los de su mano. La presión que ejercían era algo excesiva: podía sentir la punta de sus uñas blancas hundiéndose parcialmente en mi piel. 

— ¡Vaya vergüenza!  -me reprochó con un gesto amable- No puede permanecer en pie ni por un abrir y cerrar de ojos.

—¡Mi zapato! –Lancé un quejido-  No encuentro mi zapato ¡Y no puedo más!

Como si con ello resolviera mi predicamento, me devolvió la pintura con una solemne, pero digna inclinación.

—¿Qué bosque es el que aparece en esa pintura? –preguntó-

—Es uno que está en las orillas de Tula. –Contesté, olvidando el zapato perdido-

—¿Tiene algo de especial?

—No. En realidad no. Y ¿Qué es eso? El adorno en tu cabello es curioso. –atajé-

—¿Esto? –Dijo mientras lo retiraba- Es sólo una cosa vetusta. Tome, véalo si le divierte.

En verdad no parecía nada de especial en ello. Una pieza tallada en lo que tomé por nácar. Los arabescos que surcaban su superficie carecían de forma discernible, pero eran armoniosos y perfectamente regulares. Mientras recorría aquello con los pulpejos creí leer, con el tacto, dos palabras extrañas.

Mientras alargaba el brazo para devolver el adorno a su propietaria, de nuevo permanecí embelesado. Ahora parecía no molestarle el escrutinio.

Nos despedimos, con la promesa de conversar a más detalle “un día próximo”, y marché, descalzo de un solo pie, a comprar más lienzos y algunas pinturas. Logré mi cometido y aún regresé donde el señor Zolotov. Todos los extranjeros que se hospedaban no dejaban de soltar risitas y comentarios al verme pasar en el gris y carcomido pasillo principal.

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Re:[Pésima historia] Ars longa,vita horribilis
« Respuesta #26 en: 21 de Julio de 2011, 12:52:16 am »
XXVI

Llegó una semana rancia y ajetreada. Los primeros días permanecí sin salir de mi cuarto más que para comprar pan y vino, por temor a toparme con alguno de los usureros a los que debía pagar interés tras interés. 
Horas interminables de total ausencia de inspiración me atormentaron por días enteros. Días sin nuncio alguno de encontrar la pintura adecuada para el señor Alov.

Miré el saco de Mishka, lleno de marcas, evidencia de su periplo marcado con el luir y el salpicar. El olor era insoportable, aún vivo y palpitante.  “¿Debo pintarte?” Le susurré al saco medio en broma cuando estaba por dar el último trago a una botella de vodka.
Mi corazón se sobresaltó cuando me pareció descubrir una mirada incisiva en aquella putrefacta tela, cuando bien sabía que los sacos no tienen ojos.  Un pequeño rastro de líquido aún goteaba, después de días enteros, como si fuera transpiración. El saco, a mis ojos, tenía vida propia.

Terminada la bebida,  la ocurrencia de retratar una descosida prenda se convirtió en decisión y procedí a plasmar en el lienzo el saco de la mirada mordaz.
A menos de cinco días fue que decidí hacer caso de Ekaterina y fui al baño público. Por ahora decliné del masaje con ramas de abedul. La última vez que pedí uno terminé con la espalda sangrante y amoratada. “Nada como un masaje con ramas de abedul para mejorar la circulación” me decían todos.
—¡No puedo creerlo! ¿A qué han venido tantos forasteros a Moscú? –Preguntaba un tuerto a un viejo-
—Deben ser asuntos de negocios.  Mi primo, Lioñka, hace muchos negocios con franceses. No hay nada extraño en ello.
—Pero ocurre qué… El ruido de alguien tropezando con una palangana no me permitió escuchar todo, pero remató la frase con un “y lo hacen siempre. ¡Todas las noches!”.
El viejo no dijo palabra. Escondió media cara entre las manos y suspiraba largamente.
—Sújarev ya está lleno de ellos. –Siguió el tuerto- Parecen gente buena, pero me pregunto si vendrán de Kazán o de Kandalaksha.
—¿Kandalaksha?
—Yo diría, por la fisionomía de algunos asistentes a esas reuniones.

La conversación me indicó que las reuniones en los barrios más embebidos de pobreza eran un acontecimiento cada vez más común. Chismosos de todas partes, en todas las tabernas visitadas por mí cuando dejé mi encierro, seguían conversando de las masas de desagradables que acudían puntualmente a lugares poco concurridos y hacían escándalo, como si fuera una fiesta, por horas y horas.
« Última modificación: 22 de Julio de 2011, 02:29:28 am por Gñé »

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Re:[Pésima historia] Ars longa,vita horribilis
« Respuesta #27 en: 22 de Julio de 2011, 03:03:59 am »
XXVII

Terminé en unos cuantos días mi "obra". Y fue voluntad del destino que en el camino a casa de mi mecenas me encontrara con uno de lo usureros a los que debía más.

—¡Al fin le encuentro! No crea que escapará de su adeudo. Venga, pague de inmediato los rublos que le presté en un arranque de obsequiosidad inmerecida.

—Pero, Sr. Lopatin, yo sólo...

—No venga con otro de sus cuentos. Conozco a los de su clase y sé que son amantes del derroche y la juerga. ¡Deme mis cuatrocientos rublos más los intereses correspondientes! O lo haré arrestar.

Y para mi mala fortuna, traía conmigo cincuenta rublos en aquel momento. Al revoltoso prestamista le pareció que también debía entregarle mi abrigo nuevo de piel de marta y mi sombrero estilo alemán, una de las pocas cosas germanoides que veía con buenos ojos.

Marchó muy contento con mi abrigo puesto y el sombrero alemán bajo el suyo. Amenazó con buscarme para terminar de cobrar la deuda. ¡Mal día en que nació el granuja Loparin Dodónov!

Seguí mi marcha a la mansión de los Alov. La rutina fue la misma de mis anteriores visitas. No podía quejarme de que Mariam Alov era la peor cocinera de Rusia, tampoco que Yevgeni Alov era un individuo envilecido, decrépito y zafio. Un rublo, o un kopek no conoce rostros ni palabras, más que las que tienen labradas.

El granuja Alov se había afeitado. No soporté la curiosidad y me atreví a preguntar como es que su larga y crespa barba había sido cortada. Sólo se encogió de hombros y frotó la punta de su nariz mientras bramaba secamente "Moda".

Sirvieron ahora un vino espumoso y de gusto afrutado. ¡Muy bueno! Jamás había probado en mi vida cosa semejante. Daba sorbos prolongados y me sentía mejor que nunca.

—¿Le ha gustado el vino? Preguntó con una sonrisa crispada.

—Sí, señor. Muy buen vino. Es el vino de los vinos. -Respondí.

—¿Sabe? Esta noche podrá beber todo el que quiera. Voy a organizar una velada y usted, mi querido pintor, está más que invitado. ¡No falte! -Añadió con un tono ligeramente amenazador.-

Compré otro abrigo, ahora forrado de piel de gato y un sombrero ordinario. Me preparé para la reunión lo mejor que pude. Podía estar seguro que las apuestas y la bebida estarían presentes. ¡El mejor sino había llamado a mis puertas! Sí, tenía que soportar a un loco acaudalado, pero no había bien mayor que la bebida y el juego.

Al salir de mi oquedad casi saltó mi corazón de espanto al ver un malevolente desfile de sarracenos, asiáticos, nórdicos y otros, justamente como los que había avistado en la calle miserable. Al final de la comitiva venía una muchacha, de nuevo con el extraño aspecto de Ekaterina Eroshenko, y vestida a la usanza de las mujeres sarracenas. Mi vista, nublada por el alcohol, tal vez me engañaba. Creí ver que tras ella seguía un hombre barbado y gigantesco que la conducía con una vara como si fuera una vaca.




¡Otro trago, por piedad!







 
« Última modificación: 24 de Julio de 2011, 11:37:06 am por Gñé »

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Re:[Pésima historia] Ars longa,vita horribilis
« Respuesta #28 en: 23 de Julio de 2011, 09:36:41 am »
XXVIII

La familia despreciable Alov estaba reunida de nuevo. Algunas visitas, llegadas de Riga y Odesa, también hicieron acto de presencia.
Todos los invitados se maravillaron cuando trabajadores del hermano de Yevgeni, Simeón Alov, mostraron unos tejidos de púrpura y seda. ¡Maravilloso trabajo! todos estaban tachonados con hilos de plata y perlas naturales.
La profana estimación de cuál hubiera sido la augusta mano tras la modernista, aún prístina, labor tras los tejidos arrancaba suspiros de admiración entre casi todos, sobre todo en Mariam, quién no podía contener sus gritos.

El estilo, sin embargo, era desconcertante. Jamás había visto algo parecido, aún en cargamentos provenientes de Tashkent. O en las alfombras persas.

—Serán un buen regalo para su majestad, el justo zar. -Susurró un hombre escuálido y sin garbo en absoluto. Se trataba de -¡El Cielo me ampare!- El hermano mayor de mi patrón, Simeón Alov.

—Ya lo creo, hermano. -Respondió discretamente el mecenas- ¿No has tenido que usar de nuevo aquello?

—No, no. Todo va bien. Parecen haberse acostumbrado ya. No hay necesidad de ello.

—Me alegro, pero no bajes la guardia. Aún puede haber sorpresas. ¿No necesitas otra copia? ¿Algún otro volumen que pueda ser útil? Me parece que había algo extraño ahí.

—No hay necesidad alguna. Pero mejor callar. Lo discutiremos en otra ocasión.

El señor Simeón calló de súbito al percatarse que estaba escuchando. Me explicó con un aire doctoral la peculiar conversación: Hablaba de un grupo de gusanos de seda a los que había logrado educar para nutrirse de otras cosas que hojas de morera. "El volumen" era un palabra que usaban algunos comerciantes de perlas en aquellos días. "Y lo extraño de ahí -reveló- es que algunos gusanos parecen estar enfermos. Yo no puedo arriesgarme a perder mi mercancía, muchacho."

No podía contestar a tamaña afirmación y me retiré a un lugar poco concurrido, para observar de reojo a los trabajadores de Simeón. Absolutamente ninguno tenía barba, al igual que su patrón.
Eran casi todos alemanes, sólo un par de ellos hablaba ruso. Doblaban cuidadosamente los tejidos antes de envolverlos en un lienzo níveo que una figura jorobada, casi oculta en un tosco sayal, anudaba de forma tan exacta y mecánica que me causó pavor.

Los empleados se retiraron presurosamente. Me pareció ver que la persona jorobada era arrastrada con violencia de los hombros por un empleado.

Dejé de observar para beber. Al poco tiempo recorrí el lugar buscando alguien para apostar.
« Última modificación: 24 de Julio de 2011, 11:37:48 am por Gñé »

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Re:[Pésima historia] Ars longa,vita horribilis
« Respuesta #29 en: 24 de Julio de 2011, 12:04:55 pm »
XXIX

¿Qué aposté? Dinero y un par de tragos. Usualmente podía apostar incluso los contratos de mis sitios de alquiler, o el permiso para abofetear al otro tahúr.

Los sucios dados gastados y sospechosos en extremo me arrancaron una decena de rublos y una copa. Todo era observado por un primo lejano de la insoportable Mariam.

No estaba siendo nada dadivosa la noche conmigo. El vino perdió su gusto y el juego, me pareció de pronto una nimiedad. "¿Qué estoy haciendo?" Me pregunté en voz baja.

De forma prodigiosa logré evadir a la hija soltera del señor Alov para salir a dar una vuelta, alejado del bullicio de la reunión.

La visión de los hermanos Blownski en el primer encuentro con mi patrón, mi mal amigo Oleshka, mi peor amigo Mishka, Ekaterina, la figura que envolvía los tejidos, mis pinturas, todo, todo se agolpaba en una vorágine dentro de mi cerebro, aún lleno de los vapores del vino.
No estaba seguro de nada, aún del número de dedos de aquella mano que sujetaba el lienzo. O del nombre que tengo. Hoy todavía dudo que mi nombre. ¿Será... ¡Bah! ¡Qué importa ello!

No era tarde, pero no sabía que hacer. Por vez primera, la apuesta y el vino no lograron arrancarme del marasmo. "¡Qué tontería! Debo estar enloqueciendo. ¿Otra cosa he de hacer hoy?" Pensaba.

Regresé a mi cuarto en poco tiempo y permanecí largo rato ante la puerta cóncava. Cuando me animé a tocar la cerradura, una discusión en polaco, audible desde un piso superior, desterró la idea de entrar en el momento.

Sin entender absolutamente ninguna palabra, las modulaciones de voz indicaban que era una verdadera pelea. El sonido parecido a unas monedas cayendo me aterró.

El chirrido, seguido de algunas malas palabras en ruso, indicó el final de la discusión. Salió corriendo, totalmente ebrio, el dueño de la casa, el mismo Zolotov.

Cuando se alejó lo suficiente gritó con furia "Seph... Su... Seph...Su..."






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Re:[Pésima historia] Ars longa,vita horribilis
« Respuesta #30 en: 26 de Julio de 2011, 09:48:59 am »
XXX

Otras incontables horas transcurrieron, de nuevo, sin inspiración alguna. Ahora me sentía como un simple diletante.

"¿A cosas así me han llevado los años de academia?" Me decía siempre que permanecía de pie ante mi caballete nuevo. "¿Qué ha pasado aquí?".

Tomar vino era algo que había dejado de entretenerme desde hacia mucho tiempo. Lo mismo el juego de los dados. Seguía, sin embargo, anclado al vodka y el coñac. Los bebía simultáneamente por las mañanas y las tardes.

Las noches eran como nunca las había imaginado. Acudí al pequeño mercado que me había señalado Ekaterina en la misma oportunidad de mi persecución por mi cuadro aún sin terminar.

No recordaba haber visto nunca las pequeñas puertas pintadas de amarillo cadmio ni sus cristales rotos. La tentación de ver por el más deteriorado me venció y descubrí que había en el interior cientos de libros viejos abarrotados en cajas de madera vieja. Algunos eran rollos muy incompletos. Otros parecían ser muy recientes.

Una gran angustia se apoderó de mi corazón cuando la luz de un candil surgió desde el suelo. Y peor fue al descubrir que la misma anciana que me miraba con tal fijeza en la calle de la persecución estaba presente, de nuevo con sus ojos opacos y nublados.

Me alejé de ahí tambaleante y sudoroso. Sentí todavía la mirada de la vieja al apoyarme en una pared.

Al colocar el oído en la pared me pareció escuchar un leve rumor. La voz recitaba de forma uniforme, con más énfasis en las dos últimas palabras. No entendía nada.

Pasaron varias horas aquella noche. Aburrido, abrumado y decepcionado salí de ahí. En el camino me topé con un par de beodos que lamían con voracidad su propio vómito. No podían parar de hacer ello.

Suspendieron su extraño banquete cuando pasó por ahí la figura curiosa de lo que tomé por otra vieja, o una niña pequeña. Lo único visible a detalle eran sus zapatos, similares a un par de botas de mujik, pero sin el desgaste típico.

El par de viciosos insultaron y amenazaron con una botella rota a la supuesta anciana, que salió corriendo con una prontitud aún mayor de la que mi "amiga" había mostrado.

Regresé a mi habitación, para realizar un pequeño estudio de los dos borrachos. No pensé en detallar los rostros, incapaz de olvidar que la silueta de la pobre "vieja", gibosa y torcida, parecía sostenerse con dificultad.

¡Vino! ¡Necesito vino!

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Re:[Pésima historia] Ars longa,vita horribilis
« Respuesta #31 en: 27 de Julio de 2011, 01:05:19 am »
XXXI

El sr. Zolotov seguía sin aparecer. Faltaba poco para la fecha de vencimiento del primer mes de alquiler y no había seña a la cual acudir para el pago de los seis rublos.

—¿Dónde se fabrá igo Zolotov? –Me preguntó el rechoncho alemán.  “¿No lo fabreís visto?”

—No. -Respondí- Hace algunas noches discutía con alguien, al parecer polaco. Salió furioso a la calle mientras decía “Sephsuc” o algo parecido.

—Como sea, festo no puede seguir fasí. Vamos a reunirnos todos los inquilinos para fablar al respecto.

Se convocó una reunión general fuera de la casa. Pasando lista estaban todos, menos el polaco.

“Esto me parece un fraude. No me extrañaría que Zolotov y el polaco sean cómplices. No le quites el ojo de encima a ese alemán.” Le susurré al oído al mujik, quién, como todos los mujiks del mundo, era muy corto de alcances y se limitó a agitar su cabeza sin mediar palabra.

“No fes posible que Zolotov no cumple su contrato… inició el sujeto germano para interrumpir su ponencia. Fue el polaco, que se marchaba con un paquete de notas y una valija. El rostro lo tenía demacrado y plomizo. No quería decir nada.

El temperamento alemán siempre es pragmático y rudo. Ello quedó demostrado cuando el líder de la junta lo sacudió al grito de “¡Fombre! ¿Qué le pasa? ¡Fable ya!”
Lucía pronto al paroxismo. No podía si no sentir pena por él, aunque fuese un simple polaco.  A la brusquedad del líder sólo acertó a gesticular con pesados gestos azogados para rechazar por la fuerza a su interrogador.

En el forcejeo calló un pequeño libro de sus bártulos. Nadie pareció notar aquel incidente.

Siguió la junta sin llegar a resolución alguna. Todos terminaron marchando y cuando ocurrió ello, me apoderé del pequeño libro.

Mi primera reacción fue hojearlo sin interés. Algunos pasajes tenían letras latinas, otros cirílico, en algunos parecía escritura árabe. “¿Qué libro es este?” Pregunté en voz baja. Al leer a detalle un pasaje escrito en ruso lo cerré apresuradamente y lo arrojé tan lejos como pude. ¡Jamás había leído libro más repulsivo y enfermizo!



Gñé

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Re:[Pésima historia] Ars longa,vita horribilis
« Respuesta #32 en: 08 de Septiembre de 2011, 01:33:39 am »
XXXII

El libro del polaco fue objeto de todo tipo de cábalas de mi parte durante días enteros. No había lucubrado en torno a lo que había ocurrido con Zolotov, y siempre terminaba en lo mismo: perdió la razón y no regresaría jamás.

La aversión que causaba el mínimo recuerdo de los parágrafos en ruso y otras lenguas del mismo tomo políglota no me tranquilizaban cuando pensaba que unos inorodtsi me habían perseguido días atrás. Habían llegado en legiones, sin caballo ni saeta, pero igual de bárbaros, igual de sanguinarios e igual de brutales que cuando marcharon para conquistar Novgorod.

En casi todas las conversaciones casuales salía a flote la observación de que Moscú parecía ser asediada por hordas de piel oscura o amarillenta, particularmente en el tabernucho que frecuentaba por varias semanas tratando de olvidarme de todo el maldito tema del libro.
Ahogar recuerdos en vino era la única razón por la que regresé a la bebida. El juego seguía siendo algo monótono y sin gracia para mí durante esos días.

La última noche de olvido, un zapatero que estaba al lado mío no dejaba de lamentar que lo que antes era la Tercera Roma ahora parecía ser campo feraz de suciedad de La Meca, Jerusalén, Tashkent, Breslau,algún campamento de nómadas en Siberia : otro lugar donde los bárbaros medran libres sin ley ni mandato que conduzca sus primitivas pasiones.

Lo más inquietante de dichos rumores era, sin embargo, cuando más de un ebrio no había regresado a casa despúes de  ser visto por última vez en los barrios más infestados. Los deshonestos alemanes cerraban más temprano  sus pastelerías y salían por las noches para regresar hasta el mediodía;  Los polacos, siempre vaganbundeando hasta horas de la noche en la que se congregaban en sótanos y cobertizos junto a sarracenos; los franceses dejaban sus habituales prevaricaciones y chantajes para ir a las mismas reuniones.  Todos sospechaban de ellos pero nadie podía afirmar que relación había en una cosa y la otra.  No se podía afirmar, siquiera, de los malhadados amantes del vodka hubieran nacido y caminado por la tierra.

“No sabe usted, tampoco, el estruendo que hacen cuando vienen por aquí.”-Siguió detallando el zapatero- “Las calles estrechas y mal iluminadas parecen atraerles. ¿Tendrá algo que ver con lo que ocurrió a ese … ¡Aleksei! ¿Recuerdas como se llamaba el infeliz que se arrojó desde un tejado hace dos días?

―¡Iván Chirkoff! –Respondió una voz por detrás de un tonel.

―¡Eso! Iván Chirkoff. Era un escultor que…

―¡No! –Lo interrumpieron- Era pintor, no escultor.  Se suicidó por la desesperación de haber perdido a su hijo. O eso cuentan todos sus vecinos.

―Ah, sí. Lo recuerdo bien ahora. Ya empiezo a olvidarme de todo, no sé cuantas suelas debía remendar por hoy. Pero qué importancia tiene.  Era un pintor de los más grandes que han vivido, pero siempre vivió en la pobreza. ¿Qué hará ahora su esposa con los otros cuatro hijos?

La impresión de saberme testigo de una de las últimas noches de bebida del desdichado, y unos cuantos tragos de un licor barato, me habían hecho perder las reservas y narré, imprudentemente, que había visto gente que parecía tener algún lazo de sangre con los mongólicos que ahora salían por millares en las noches, pero que no eran del todo de la misma catadura.

Nadie supo decir nada. Todos decían lo mismo acerca de la concatenación de polacos entre franceses, alemanes, búlgaros, uno que otro obrero o mujik, lo que llamaron “turcos” y más gentes de pómulos altos con gran disparidad en su semblante y vestimenta.  La Tercera Roma cada noche estaba más abandonada a los inorodtsi.

Insistí que entre tanta sangre de Asia había llegado algo que era en cierta forma intimidante y maligno, pero también melifluo y fascinante, aparentemente capaz de incrustarse en la vida rusa sin mayores dificultades. Absolutamente nadie sabía de qué estaba hablando, y me ignoraron ignominosamente. Por suerte, no se escuchó el goteo: había tenido otro momento de los que suelen pasarme cuando he bebido demasiado.

Terminé por recordar que había mirado con ciertos impulsos justamente a quien no debía hacerme pensar en ello…

Me sentí ungido en inmundicia ahora que miraba todo desde esa perspectiva.  El simple recuerdo de sus ojos, de su aliento, de lo que había bajo el paletó que portaba cuando pensaba que los skoptsi eran una desgracia, me llenó de amarga pesadumbre. “¿Qué se supone debo hacer, si lo que conozco contradice a lo que yo he sentido y vivido?”  pensé.

Y me sigo preguntando lo mismo. Lo haré hasta cuando entregue el alma.. o logre apartar de mí este cáliz.  ¡Otro trago!
« Última modificación: 09 de Septiembre de 2011, 10:12:06 am por Gñé »

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Otro capítulo "especial" y clave.
« Respuesta #33 en: 03 de Diciembre de 2011, 01:53:53 am »
XXXIII

i El valor del arte.


Y todo el mundo se preguntará qué es el arte. ¿Es algo tan elevado y tan glorioso? ¿Vale la pena gastar en una cosa tan nimia como una pintura? ¿O es el entretenimiento de unos viciosos sin mayor oficio e incapaces de hacer algo verdaderamente provechoso?  La función de los publicanos es algo totalmente reconocido por cualquiera. Y los zapateros también. Virtualmente cualquier oficio, incluso los que tienen los mujiks, tiene mayor valía que  ¿O es en verdad cosa tan mayúscula, tan untuosa, como suele decirse dentro de las reuniones y las festividades? Dadme otro trago, por piedad.

Pues he aquí la verdad. ¡El arte es el engaño! Así es. Es la virtud de hacer parecer magnífico lo que es insignificante, de alimentar la vanidad del mundo con simples ornamentos, caros y refinados, pero sin nada más que dar. Es complacer a los sentidos de cualquier simplón que pueda pagar por ello. Y no hay más. Es poca cosa, sí, minúscula, inútil, e incluso, peligrosa. Es la sarna del alma, la disentería del intelecto, es la tisis del corazón. Eso es el arte. Y no hay más arte que la depravación.

La intelligentsia está al servicio del pecado. ¡El vicio y la suciedad son el arte más elevado!  Abrir la puerta a la viscosa y blasfema negrura que acecha pacientemente a los incautos… ¡Eso es arte! Ornamentos del pecado… ¡Eso son las obras de arte! El estipendio es la medida de toda apreciación artística.

De todas las costras purulentas que -¡Ay!- han sido, son y serán “artistas” ocasionalmente hay alguna capaz de sobresalir del resto. Nombre no falta para estas, finalmente, simples costras. Pero pocas han supurado de la misma forma que el desdichado Iván Chirkoff. No me pareció la gran cosa cuando vivía, habiéndole conocido por esa charla en el tabernucho del viejo Grigori, pero cuando pude contemplar su obra, que por ventura tenía presencia en casa del sujeto más execrable, Simeón Alov cambié por completo mi juicio. Había acudido a una reunión por mediación de su hermano.  La mansión de Simeón era aún más grande que la de mi mecenas. Y estaba llena de todo tipo de pinturas, vanos engaños. Debo confesar que asistí sólo por la oportunidad de beber gratis y poder olvidarme por un momento de todo lo que había visto y de ése maldito libro.

ii Salmodia.



¡Grande fue mi desdicha! La casa estaba llena de todo género de asiáticos y armenios y otras gentes, si es que se podían llamar gentes, que no hablaban en absoluto el ruso. Ladraban, mugían, rebuznaban, cacareaban sus groseros idiomas tan cercanos al chillido de las ratas. Podredumbre que rodeaba todo. Inorodtsi  en todas partes. Pero también reconocí que tenían un porte muy especial algunos.

En el mismo edificio había cantidad de pinturas. Jamás en mi vida había visto tantas en un mismo lugar. Las paredes parecían no tener ya más espacio para una más.
Había gran cantidad de estilos y tiempos. Pero imperaban las más burdas y simples.

Un sujeto rechoncho y de corta estatura me abordó muy cortésmente. No recuerdo el nombre del mismo, pero me pareció muy afable en ese momento. No entendía el porqué de su familiaridad en el trato. Señaló los cuadros de una pared y preguntó “¿Reconoce algunas?” mientras  criadas de aspecto inquietante cargaban con bultos informes y de tamaño impresionante. La una, con esos odiosos ojos. La otra, de rostro macilento y salpicado por máculas sanguinolentas.
Y en efecto, algunos eran de autores cuya obra conocía bien. Ahí estaba El atardecer en Novgorod, de Stepánish Dubobenko, El Dniéper, de Babin, obras reconocidas por algunos. Reconocí uno de Oleshka, Otro Rapto de las sabinas. Sí, tal vez el más logrado de toda la serie. A fuerza de recrear por tantas ocasiones el suceso podía proyectar en su mente todo lo relacionado con romanos y sabinas desde cualquier ángulo.

“Es bonito, ¿Verdad?” – Profirió el sujeto señalando un cuadro de tamaño mediano- Es una pintura muy pobre, en realidad. El pobre Chirkoff sólo podía repetir lo que vino antes de él. Sólo mire esto, justamente lo que el impresionismo ya ha hecho."

Pero ¡Era un ciego e idiota! Ese cuadro era incalificable. Tenía vida propia. Algo verdaderamente indecible sin caer en contradicciones. Era el testamento de la capacidad de Chirkoff. Era una pintura capaz de diseminarse en la mente del espectador. Un retrato… ¡No! La imagen misma de una dama, de aspecto perfectamente ruso, pero con una mirada llena de crueldad que hacía sobrecogerse a cualquiera. La técnica era casi imposible de determinar, era notable en sí misma.

Pero lo verdaderamente implacable era la temática y la proyección del mismo. ¡Cualquier zar tendría esa imagen y le rendiría honores casi religiosos, motivado por algo más que el temor o el fervor, algo más primitivo y básico! Eso era una salmodia. Y era irritante ver que no tenía el mismo lugar destacado que las imitaciones monstruosas y contrahechas que colgaban cerca de eso, quedando como simples manchas en un lienzo.

La impresión cesó cuando un golpe en la espalda siguió a la invitación a beber por parte del mismo individuo. Acepté, todavía intimidado por ello.

No hay pintor vivo más grande que él.  Todos los pintores, siervos del dinero y del favor, deberían estar avergonzados. Él ha sido el más grande.  La palabra pintor no lo abarca. ¡Es un creador! Todos los que han llegado antes de él, son diletantes.  Y todos los que hemos estado después de él, somos insignificantes. -Pensé en voz alta. Ni siquiera Loparin Dódonov, que también estaba presente, logró arrancarme ese pensamiento.

Días más tarde me enteré del título de aquella salmodia a lo perverso. Y era Subyugando la razón al...

¡Rápido! Más vino. Más vino.
« Última modificación: 03 de Diciembre de 2011, 10:40:28 pm por Gñé »

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Re:[Pésima historia] Ars longa,vita horribilis
« Respuesta #34 en: 03 de Diciembre de 2011, 10:25:46 pm »
XXXIV


¿Existe gente más insidiosa que los mongólicos y los sarracenos? Cierto, el mujik, siendo el animal de granja que es, no tiene nada que envidiar a la maldad asiática. Lo mismo puede decirse del polaco y su hermano el alemán. Y el francés es siempre el maestro del engaño y la soberbia. Pero peor que todas estas miasmas semi humanas es el ruso de buena sangre que se rebaja a su nivel, como sabrá más de uno de vosotros.

Mishka Bezuhov.... ¡Desgraciado Mishka Bezuhov! Amante de subterfugios poco ingeniosos a falta de un oficio, valías todavía menos que cualquier sastre. Cuando no tenías ni un solo rublo eras igual de miserable que cuando tenías los bolsillos abultados. Y siempre con esa fetidez. ¡Tan despreciable! Un mujik medio tártaro tendría aún más alcurnia de la que tuvo lo que alguna vez fuiste.

Otra vez le había visto. Zanjamos la rencilla del traje y el incidente de esa noche y fuímos a beber.  Tenía puesto el mismo caftán y una peculiar chechia, enorme como chimenea. Y los bolsillos abultados.

En un alarde de falsa generosidad pagó mis tragos en un lugar bastante mejor que los ue solía frecuentar. Gracias a sus dotes para el engaño logró pasar desapercibido, en cambio yo era visto con cierto desprecio por parte de todos.

Había descuidado mucho mi aspecto desde que estaba sintiendo una obsesión impía por todo cuanto había visto desde que acepté poner mi talento al servicio de los Alov.

La voz del licor es siempre dudosa. Hace niños a los hombres y necios a los sabios. Pero algunas veces es mejor ser necio a ser sabio. Y olvidarse de todo. Lamentablemente, hace ya mucho tiempo que ha dejado de servir así conmigo. Ahora todo ello me sigue a todas partes. Se arrastra y prolonga. Las noches son un verdadero calvario cuando estoy sobrio. ¡Todo se escucha tan claro! No debo pensar en ello como algo real. ¡Estaba borracho! ¡Todo fue un delirio! ¡Nada pasó!

Sí, nada pasó.

Pero no puedo evitar que toda esta fantasía sea tan nítida.  No puedo convencerme de que no fue real. No puedo librarme. ¡Eso, Dios mío! ¡Haced callar a eso de una vez! Más vino. Sí, más vino.

Ah, perdonadme. No puedo evitarlo. Todo esto es enervante en extremo. ¡Pero sólo es una fantasía mía! Yo lo repito. Es una fantasía mía. No existe. Nada existió. No me reuní con Bezuhov en una taberna de categoría. Tampoco perdí el control de nuevo ahí por no poder olvidarme de una joven a la que no había visto ni por unos inorodtsi que no estaban llenando Moscú poco a poco. No escuché tantas charlas al respecto y no leí ningún libro de ningún sucio polaco. Y tampoco…

¡No puedo evitarlo! Parece tan real todo. Creo que cuando perdí el control en esa taberna en compañía de ése perro, empecé a decir cosa sobre todos estos incidentes con asiáticos y polacos. Mishka, según creo recordar, parecía bastante alterado y me rogó en voz baja que callara. Pero ignoré sus advertencias. Y seguí despotricando contra todo lo que me perseguía e infestaba. No podía callar, todo salía de mi interior como si fuera prisionero. No, no era así realmente. ¡Pero así me lo dice algo que no puedo suprimir! Yo jamás vi a esa anciana ni a…

El engañoso recuerdo me dice que una mano grande me asió del hombro y cuando volteé furioso a ver de que se trataba estaba ahí un alemán acompañado del turcomano más fornido que había visto en toda mi vida.
Y luego sobrevino una paliza fenomenal de la que me cuesta trabajo convencerme de que no pasó. Nadie intervino, todos parecían ver en ambos sujetos algo digno de temor. Todos miraban en otras direcciones y susurraban en voz baja cosas. Los dientes que he perdido, seguramente fueron en otras peleas. O tal vez no.

Lastimosamente me puse en pie, ayudado por un miserable mujik. Mujik al que apartir de ahora llamaré “Mujik” No sé si ése sea su nombre, no sé si tenía nombre. No sé si estaba ahí. Pero era un Mujik, simple hombre barbado y lerdo incapaz de hacer otra cosa además de la siembra. Mujik era uno de los inquilinos del desaparecido Zolotov.

No estaba ahí ningún Mateusz Blownski mirándome con desdén y con sonrisa nada disimulada mientras un simplón me sacaba de ahí, Mujik parecía mirar de soslayo a los alrededores, siempre alerta.

Nada pasó. Debo convencerme de que nada pasó. Nada existió. Nada para todo, todo para nada.
« Última modificación: 07 de Diciembre de 2011, 12:50:13 am por Gñé »

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Re:[Pésima historia] Ars longa,vita horribilis
« Respuesta #35 en: 09 de Febrero de 2012, 02:51:26 am »
XXXV




Mujik era un ser despreciable. Solo he odiado a unas docenas de personas más que a él, si bien ninguna era tan despreciable como él. Un campesino simplón, de manos duras y cabeza reblandecida, de vida tan feliz como insulsa. Pero lo peor era que me sacó del único sitio en el que podría cicatrizar mis encías sangrantes. Porque un buen vaso de vodka es mejor medicina que todo amor que una familia de lerdos de la estepa te puedan proporcionar. El amor es lo más alejado a la belleza que he podido encontrar nunca, es algo más horrible que un artista que no se prostituye. ¡Que llenen mi copa!

A la mañana siguiente de aquella nadería, desperté en un callejón a unos pasos del lugar donde Mujik no me recogió tras no recibir una paliza. Por suerte, mi odiado Bezuhov había decidido aligerar un poco la terrible carga de sus bolsillos para mostrar que aprecia mi compañía, y tenía suficientes rublos para pudrirme una tarde más en la taberna.

Cosa que debería haber hecho. El dulce sopor de mi cabeza ocultaba algún deleznable pensamiento positivo que me alejó de ella. Quizá, con un poco de suerte, habría llegado y habría ahogado mi miseria, mi continua prostitución y vanidad y mi estómago en alcohol. Quizá Dios se hubiera apiadado de mí y me habría llevado a un lugar en el que la bebida no costase un solo rublo y la gente apreciase los cuadros cuando están completos.

Pero no lo hice, y maldigo la bondad que habita en mí por momentos desde ese día. Lo bueno nunca trae nada bueno.

Menos la buena bebida. ¡Quiero ver mi jarra llena, ilusos compañeros!