Unión Irreal
Imágenes vagas acuden a mi mente, la primera de ellas la de una sala de forma ovalada pintada en color azul añil, la habitación estaría vacía si no fuera por esta terrible Máquina que nos mantiene en un estado de sopor casi continuo. Busco con la mirada a mi hermano, mas no consigo localizarlo en la sala, es entonces cuando recuerdo que nos encontramos espalda contra espalda, así que haciendo un esfuerzo supremo llevo mi cabeza hacia atrás para poder notar su cabeza. Al parecer se encuentra ahí, ya que topo con lo que parece un cuerpo esférico. Consigo recordar lo poco que me permite la malhadada Máquina, lo más importante es que cada vez que mi hermano o yo mostramos síntomas de que nuestra habilidad vaya a empezar a actuar la susodicha nos inocula una sustancia que nos hace perder el conocimiento por un tiempo indefinido, ya que perdí la noción del tiempo hacía tiempo, vaya, menuda incongruencia pienso, el tiempo… que cosa tan abstracta y potente, recordaba haber leído en algún libro de los que tuve el placer de leer, antes de este cautiverio, que el tiempo era como un río… líquido… la ovalada sala parece empezar a derretirse a mis ojos. Un chasquido suena en la Máquina y observo desesperado como un transparente líquido me es inoculado para evitar que deshaga la sala. Y lo que se supone que habría de ser un sueño reparador acude en mi búsqueda.
Para que podáis entender mejor de que va esto, proseguiremos por lo que debería haber sido el principio. Nuestro calvario empezó al de poco de que nuestra habilidad se manifestara. Mi hermano y yo nacimos siendo hermanos, gemelos y para más inri, siameses. Estábamos unidos por el tronco, de manera que cada uno de nosotros solo tenía una extremidad superior. Sería absurdo decir que tuvimos una vida normal, porque no lo fue. No acudimos a la escuela como el resto de niños y niñas de nuestra edad, se podría decir que nuestros padres nos enviaron a un colegio para niños con discapacidades físicas. Los años transcurrieron sin muchos incidentes hasta que cumplimos la edad de los 15 años. Año en el que acudimos a médicos de renombre en asuntos de dividir hermanos siameses. Fue un duro golpe para nosotros cuatro (mis padres, mi hermano y yo) enterarnos de que en nuestro caso no podrían separarnos ya que yo compartía con mi hermano algunos de sus órganos. Si nos separaban yo estaba destinado a morir en el quirófano… y eso significaba que mi hermano podría llevar una vida más “normal”.
Se me había olvidado deciros nuestros nombres, menudo despiste… yo me llamo Jonas y mi hermano se llama Adam. Ya que os veo con interés, me permitiré hablaros más de nosotros mismos, a menos que llevemos más de un año recluidos en este lúgubre lugar, tenemos 19 años y a día de hoy somos de complexión atlética, a diferencia de como éramos cuando permanecíamos unidos, cuando éramos más bien escuchimizados.
Nuestra capacidad se manifestó un día en el que Adam estaba siendo acosado por unos idiotas en la calle. Regresábamos de habernos comprado cierto libro en la librería, y a pesar de no ser más de las seis de la tarde era de noche ya que estábamos en invierno. Pasábamos por un parque cuando los matones de barrio de turno se percataron de que pasábamos por ahí, no sé por qué, pero intuí que algo iba a suceder, era como sacado de una película. Se levantaron de los asientos del parque y nos cercaron. Pensé que sólo querrían atemorizarnos, ya que eran mayores que nosotros por un par de años como mínimo. Agarraron a Adam por el cuello y uno de ellos le escupió a la boca, para acto seguido llamarle zorra. Nos tiraron al suelo y nos agarraron por pies y manos, el que se había atrevido a escupir a mi hermano, no satisfecho con eso, puso su pie sobre sus genitales y comenzaron a reírse como estúpidos. Comenzaron a lanzarle puyas llamándole maricón y cosas por el estilo. Empecé a llorar por mi hermano, los muy inútiles lo insultaban por un aspecto de su persona sin mucha importancia. Empezaron a decirle que lo habían visto mirándoles a ellos y a unos amigos mientras jugaban al fútbol en un campo de fútbol cercano. Me sentía impotente por no poder hacer nada en esa situación y notaba el pavor de mi hermano, esa situación no había estado controlada en ningún momento, no iba a terminar bien para nosotros, parecían dispuestos a matarle allí mismo, lo que en un principio creí que no pasaría de algún insulto se había puesto muy feo a una velocidad alarmante. El que tenía el pie sobre los genitales de mi hermano comenzó a apretar su pie sobre mi hermano. Otro comentó que a lo mejor eso le excitaba, a lo que otro añadió que seguramente sí, que no era más que una zorra degenerada. Ese juego que se traían entre manos se había descontrolado totalmente, tanto que en sus ojos se apreciaba un brillo de locura.
Un puñal sale de entre los pliegues de una chaqueta. El puñal rasga el aire en dirección a la garganta de mi hermano. Entonces.
En mi cabeza sonó como si fuera un canto de sirena, un canto que nada bueno auguraba. Mi hermano y yo estábamos separados y además teníamos cada uno dos brazos, ¿Qué coño estaba pasando? La noche parecía haber formado una cúpula sobre el parque, yo estaba aún en el suelo, pero veía a mi hermano de pies y sin chaqueta ni nada que cubriera su tronco, sentí frío por lo que dirigí mi vista a mi cuerpo, para descubrir que estaba desnudo, vuelvo a fijarme en mi hermano y veo que él también lo está; nuestra ropa está hecha jirones sobre el suelo. Un alarido me hace incorporarme y ver como uno de nuestros agresores comienza a arañarse sus brazos desnudos, como si querría rasgarse las venas. Termino de levantarme y quedo de pie junto a Adam, que también observa pálido al que ahora es víctima de algún mal extraño. El agresor-víctima continua con su intentó de arrancarse la piel pero sólo logra arañazos superficiales. Me llevo una mano a la cara al ver que sus venas comienzan a hincharse bajo la luz blanca que proyectan las escasas farolas del parque y observo con una mezcla de horror e interés como éstas terminan reventando y dejando caer lo que se supondría que es sangre… pero es más espeso, como si hubiera empezado a coagularse en su interior.
Unos golpes de sangre tamborilean en mis sienes, como si de un tambor de guerra se tratara, e inconscientemente llevo mi otra mano hacia delante, como si quisiera agarrar al agresor, es entonces cuando veo cómo sus piernas empiezan a estrujarse y a romperse sus huesos, el invisible abrazo va subiendo de sus piernas hacia su cabeza, pasando por su tronco, que le hace vomitar una cantidad ingente de sangre por la boca a la vez que no deja de arrancarle aullidos de dolor, finalmente la grotesca función termina y todo se desvanece a mi alrededor. Eso es lo último que recuerdo de nuestra existencia fuera de este lugar.