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« en: 17 de Octubre de 2010, 10:34:00 pm »
Vittore recorría la catedral de Giotto, buscando la otra entrada a las catacumbas para llegar a la reunión a tiempo. "Debes preparar la reunión antes de que lleguen" le repetía La Volpe mientras planeaban su infiltración. Sabía que su trabajo era esencial para Ezio, no, para todos los Assasin e incluso para la Tierra entera, pero el ponerse las prendas de aquel armero borracho y bastardo, que aún apestaban a sudor y vino le hicieron recordar por qué odiaban a los templarios.
Pero no debía defraudar a La Volpe, sobre todo con las terribles leyendas que hablaban de su gran habilidad y de sus innumerables milagros. Tenían suerte de estar del lado de los Assasin, y él aún más por haber sido su tutor. Casi todas las habilidades que él tenía eran por su tutela, y la verdad es que a ojos de la mayoría parecían magia, incluidos los suyos.
De repente, un puñado de monjes y heraldos se cruzaron con él. El grupo en conjunto tenía la mirada brillante, y un caminar al compás que hacía ver un terrible monstruo de cien piernas al bajar la vista. Vittore se fundió con el grupo sin que casi nadie notase su integración. La Volpe lo llamaba Camaleón, porque muchas veces era capaz de igualar su forma de pasar inadvertido.
Mientras el grupo se movía a una esquina, Vittore analizó con rapidez la situación: debía ir asesinando a los monjes y heraldos, de manera que no se escuchase ningún ruido. No les podía acuchillar por detrás; gritarían. ¿Cortarles la cabeza? Tampoco; la sangre le mancharía la ropa a todos y sospecharían. Piensa, Vittore, te juegas la reputación frente a La Volpe...
La idea brotó junto a la abertura de un pasadizo secreto. Por el orgullo de los Assasin...
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