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« en: 27 de Abril de 2014, 02:49:43 am »
Cap. 10: La verdadera historia no ha hecho más que empezar...
Todos los elfos se reunieron en un pequeño claro del bosque. Estaban todos bien colocados en filas. Sus armaduras eran grisáceas, como si fueran de plata. Centelleaban a la luz del nuevo día que empezaba, frío y claro. Unos débiles copos de nieve empezaban a caer sobre el bosque y sus alrededores. El invierno comenzaba, y los enanos miraban hacia el este con aire nostálgico. Hacía ya dos años que descubrieron la puerta oculta, la entrada a Erebor. Habían pasado dos años de todo aquello, de que entraran a la Montaña Solitaria después de sesenta años aproximados. Hace dos años que contemplaron las cámaras inundadas de oro hechas tiempo ha. Thindúel acababa de llegar para reunirse con los elfos. Les daba órdenes en élfico, podría traducirse de esta manera: “El enemigo ya está casi en nuestras tierras. Aunque éste no sea más que un pequeño enfrentamiento, debemos tener precaución, ya sabéis como actúan las tropas de mi hermano. Bien, vuestra formación será la siguiente: Los arqueros irán por delante, por si se presenta algún jinete. La infantería abatirá a los ballesteros y arqueros. Yo y Haldir, incluyendo sus elfos, atacaremos a los espadachines e infantería. ¿Comprendido, elfos de Lórien?”
Los elfos gritaron y asintieron. Se dirigieron al norte, por donde Läfnir iba a atacar.
Gandalf y los enanos se quedaron vigilando al oeste y al sur, pues sabían que Läfnir era listo y podría atacar por donde menos lo esperaban.
Bilbo y Thorin se encontraban ya fuera del bosque, al sureste. Deberían cruzar al otro lado del Anduin y caminar hacia el este un rato, hasta que ya se encontraran alejados de Dol Guldur. Después girarían al norte y entrarían en el Bosque Negro. Sabían que debían seguir todo recto hacia el norte, allí encontrarían el reino de Thranduil. Mas caminar siempre recto no iba a ser nada fácil en el ese bosque, el aire siempre estaba muy cargado y el camino hacia el norte era demasiado largo. Gandalf calculó que podrían tratarse de unas quinientas o cuatrocientas cincuenta leguas en total. Podría llevarles más de una semana aquél arduo viaje. Estaban listos para partir en barca hacia la otra orilla del Anduin. Miraron hacia atrás y la Dama Galadriel les decía adiós con la mano levantada.
–Namárië… –Dijo la elfa.
Bilbo le respondió inclinando la cabeza, y Thorin también mientras desataba las cuerdas de la barca. Thorin remaba y Bilbo repasaba mentalmente el itinerario del viaje. Las aguas del Anduin eran frías y claras, la nieve se posaba débilmente alguna que otra vez en el agua. Thorin estaba serio, puede que temiera que la guerra fuese a peor. No se habían alejado mucho de la orilla cuando Bilbo recordó algo.
–¡Fili y Kili! ¡Claro, se quedaron dormidos! –Exclamó llevándose las manos a la cabeza.
–¡Tienes razón! Intentaré hablarles mentalmente. –Dijo Thorin, que paró de remar.
El espíritu del enano era ahora de tonos azules. Cerró los ojos y murmuró, probablemente era aquello que intentaba decirle a Fili y Kili. Pronto volvió a abrir los ojos, soltó un suspiro como de impaciencia, después de todo, ellos seguían siendo sus sobrinos. Empezó a remar hacia atrás. En aquella barca blanca cabrían los cuatro, aunque puede que apretujados. Las voces de los enanos salieron de los árboles y corrieron hacia el pequeño puerto donde estaban las barcas.
–¡Perdonad el retraso! En realidad, no nos quedamos dormidos, sino que estuvimos consultando algunas cosas con Gandalf. –Se disculpó Fili.
–Tienes razón hermano, sentimos haber retrasado vuestra partida. –Se disculpó también Kili.
Los jóvenes espíritus enanos saltaron a la barca.
–Cambiando de tema, ¿vamos a ver a Tauriel, verdad? –Preguntó Kili, sonrojándose.
–Supongo que sí, y os dejaremos solos a los dos enamorados. –Rió Bilbo.
–¡Un poco de respeto! –Exclamó Kili, enojado.
Todos reían por el comentario de Bilbo, y Kili estaba sonrojado y enojado.
Los elfos ya habían llegado al norte del bosque. Se detuvieron todos en las posiciones que Thindúel les indicó anteriormente. Estaban todos serios y firmes. Thindúel y Haldir se encontraban frente a ellos. Ya se escuchaban a lo lejos las fuertes pisadas de los orcos y sus tambores de guerra, y también sus sonoros y horribles chillidos en lengua negra. Entonces, Thindúel saltó a los árboles para adelantarse y poder observar cuánto les quedaba a los enemigos para llegar a la posición de los defensores. Pudo observar que Läfnir los lideraba caminando delante. Los orcos llevaban antorchas, pensarían quemar el bosque, seguramente. Por delante estaban los arqueros elfos y orcos, y detrás guardianes orcos y espadachines trasgos. Las armaduras de los orcos y trasgos estaban muy desgastadas y eran oscuras, salvo por algún trazo oxidado en ellas. Las armaduras de los arqueros elfos también oscuras, aunque algo más cuidadas, pues seguían siendo elfos. Todos llevaban cascos que detrás terminaban en una afilada garra, había dos pequeños huecos para los ojos y dos agujeros más abajo para la nariz. Después se fijó en su hermano, Läfnir. De piel oscura y cabello rubio oscurecido también. Los ojos eran rojos, y su pupila sólo era una raya, algo parecida a la de los gatos, debajo del ojo derecho tenía tres grandes rasguños, mientras que en el izquierdo tenía una cicatriz semejante a la de su hermano. Tenía otra gran herida en el lado izquierdo de la cara. Su boca parecía cosida. La armadura que tenía de cintura para arriba se dividía en dos partes: la dividían unos bordes de color verde oliva, la parte de arriba era azul marino con un gran ojo naranja en ella (el ojo de Sauron), la parte de abajo era de un color verde oliva más claro. Llevaba una larga camisa gris oscura debajo que terminaba en unas puntas violetas. También poseía unos brazaletes triangulados de tonos azules oscuros con el ojo de Sauron también en ellos, unas cuerdas los agarraban a su muñeca. Llevaba pantalones marrones que enrollaban una especie de enredaderas amarillentas. Las botas eran de un tono verde y oscuro, y además les faltaban trozos de la bota en el talón y casi en la punta del pie. Thindúel parecía sorprendido al ver así a su hermano, jamás pensó que tendría que librar una batalla contra él para salvar a la Tierra Media. Thindúel se retiró saltando entre las hojas nevadas de los árboles. Volvió con el batallón e informó de lo que vio. Calculó que les separaban menos de cinco minutos de los enemigos. Thindúel cerraba los ojos y suspiraba, intranquilo, intentando escuchar con más claridad los pasos y tambores de los orcos. Haldir supo de esta intranquilidad y le puso una mano encima del hombro para calmarle, y Thindúel también posó una mano encima del hombro de Haldir, los dos sonrieron. Los demás elfos estaban muy serios y quietos, los batallones de elfos siempre suelen ser así; no pierden la calma ni salen huyendo, pues han vivido demasiadas guerras como para escapar corriendo. Pasaron dos minutos, la hueste de Läfnir estaba ya muy cerca de ellos, los sonidos de los tambores retumbaban con más fuerza y ahora también se podían escuchar gritos de los capitanes elfos y orcos, además de algún que otro quejido de un trasgo. Ya se les podía ver, en uno o dos minutos habrían llegado. Haldir ordenó tocar el cuerno de los elfos para dar la bienvenida al enemigo. El sonido del cuerno retumbó en los alrededores y aceleró la marcha de Läfnir. Al fin llegó el enemigo. Läfnir ordenó a un trasgo tocar el cuerno. El sonido de éste era fuerte y a la vez algo aterrador. Thindúel y Läfnir se adelantaron.
–Por fin te dignaste a aparecer, hermano. –Dijo Läfnir.
–No deberías hablar tanto, Läfnir, en verdad eres tú el que ha tardado en revelarse. –Contestó Thindúel.
–Bien, basta de hablar y que comience la batalla de una vez. Hemos tardado mucho tiempo en enfrentarnos, hermano, y éste será sólo nuestro primer encuentro de muchos próximos que han de venir. –Dijo Läfnir.
Los dos hermanos volvieron a sus posiciones iniciales. Thindúel mantenía su rostro serio, mientras que Läfnir mantenía una sonrisa de seguridad y orgullo. Haldir y Thindúel se miraron y asintieron, como que ya era hora de empezar. Los dos ejércitos cogieron sus armas. Thindúel dio la orden a su batallón, mientras que Läfnir dio la orden al suyo. Los elfos de Lórien comenzaron a disparar flechas contra los espadachines trasgos que osaban acercarse, mientras que la infantería corría hacia los ballesteros. Los orcos, trasgos y elfos de las Montañas Nubladas dispararon flechas, gritaron y atacaron a sus enemigos. Thindúel y Läfnir corrieron el uno hacia el otro, los dos sosteniendo grandes espadas élficas. Sus espadas chocaron en un sonoro golpe, y se separaron en menos de un segundo. Eran dos hermanos enfrentados ahora, y un terrible destino le podía deparar a uno de ellos.
Ya habían pasado la pequeña zona boscosa de la orilla este del río Anduin. Bilbo y los espíritus de Thorin, Fili y Kili caminaban ahora hacia el misterioso y encantado Bosque Negro. El paisaje que observaban ahora estaba cubierto de hierba amarillenta y nevada, aún se podía observar una pequeña flor en el suelo luchando contra el invierno. También había a veces pequeñas superficies con agua helada. Bilbo tenía frío, pero los espíritus no pueden sentir el calor o el frío del mundo de los vivos.
–Tenemos que darnos prisa o yo acabaré muriendo congelado. –Dijo Bilbo tiritando.
–Ya no nos queda mucho para girar hacia el norte. Se pueden divisar ya los árboles del Bosque Negro muy cerca. –Afirmó Thorin.
–¿Puedo parar un segundo? Creo que será mejor que me arrope con una manta, y además me está empezando a entrar hambre. –Dijo Bilbo.
–¡No te hacía falta preguntar! Nosotros podemos esperar, pero mejor que sea algo rápido y que no tardes más de quince minutos. Deben de ser ya las ocho o las nueve. –Contestó Fili a Bilbo.
Ya el sol se había levantado y brillaba entre las blancas nubles y se reflejaba en los copos de nieve. Soplaba un aire gélido de invierno. Bilbo puso su mochila en el suelo y rápidamente sacó una manta de lana gris y se envolvió en ella, también sacó un trozo de lembas, un pan hecho por los elfos. Tan pronto como sacó la comida y la comió, cerró la mochila y se la colgó a la espalda.
–Ya podemos continuar, y mejor que sea deprisa, pues aunque llevase diez mantas moriría congelado. –Dijo Bilbo tiritando mientras comenzaba a caminar.
Los espíritus le siguieron. Thorin iba ahora delante guiándolos. Acababan de perder de vista los picos rocosos y oscuros de la fortaleza abandonada de Dol Guldur. La niebla era ahora más espesa y fría.
–Debemos girar ya hacia el norte, hemos dejado ya atrás Dol Guldur. –Informó Thorin– Se está levantando aire ahora, probablemente haya una ventisca, ¡movámonos! Tenemos que llegar al bosque lo antes posible para intentar refugiarnos de ella.
–Tenemos el bosque a escasas leguas de nuestra posición, si aligeramos el paso tardaremos poco tiempo. –Dijo Kili.
Comenzaron a caminar más rápido, y el aire gélido molestaba cada vez más a Bilbo. La hierba estaba ahora totalmente cubierta de nieve. Las pisadas de los espíritus y el hobbit se hundían en la nieve y costaba cada vez más andar. Su caminata se hacía más dura cada minuto. La ventisca había comenzado hace poco. Incluso el fuerte viento era un problema para los espíritus. El pobre Bilbo casi no podía andar, en un momento de la caminata casi cae al suelo por la fuerza del viento y el cansancio.
–¡Thorin! Llevamos ya un buen rato dirigiéndonos al bosque, ¿cuánto falta? ¡A este paso acabaré sepultado bajo la nieve! –Dijo Bilbo.
–¡Por lo menos uno o dos minutos más! ¡Intentemos aligerar algo más el paso! –Contestó Thorin al hobbit.
–Dudo que nos sea posible, tío Thorin, pues esta ventisca no nos deja ver mucho más lejos de nuestras narices. –Objetó Fili.
–Intentémoslo al menos, o al final incluso nosotros acabaremos siendo arrollados por el viento. –Respondió Thorin.
En verdad no podían ver más lejos de sus propias narices. Thorin intentó empujar la nieve con los pies para crear un camino, mas no parecía funcionar. Tuvieron que hacer algo más de fuerza con los pies para caminar. Ya estaban muy cerca del refugio que les parecía ahora el Bosque Negro. En un minuto ya podían encontrar las nevadas hojas de los árboles sobre sus cabezas. En poco tiempo la tormenta de nieve pareció amainar. Cerraron los ojos para pasar entre unos matorrales al bosque. Al volver a abrir los ojos observaron de nuevo los árboles y hojas oscuros. Había grandes troncos tirados en el suelo, húmedos y llenos de musgo. También se podían ver las grandes raíces de los árboles en el exterior del suelo cubiertas de hojas.
–Henos de nuevo en el Bosque Negro. Recuerdos oscuros tenemos de este sitio, esperemos no correr la misma suerte que hace unos años… –Comentó Bilbo.
–Eso espero, señor Bolsón, pronto veremos si las cosas han cambiado y si la suerte estará de nuestro lado. –Dijo Thorin.
Gandalf y los enanos patrullaban el suroeste de Lothlórien, pero no parecía haber allí algún ejército planeando atacar.
–Gandalf, por aquí no hay rastro de enemigo alguno, ¿por qué no volvemos al bosque? –Dijo Bofur, mientras bostezaba.
–No debemos fiarnos del enemigo, Bofur, pues perfectamente sabéis que Läfnir y sus ejércitos son muy traicioneros, mejor montar guardia por si llegan orcos que planeen quemar y atacar el bosque. –Respondió Gandalf al enano.
–Pues en ese caso son muy silenciosos o se esconden muy bien. –Comentó Nori.
–Tened paciencia, seguramente dentro de poco vendrá algún pequeño ejército y podréis luchar todo lo que os plazca. –Dijo Gandalf.
–Eso espero, llevamos aquí casi desde que amaneció y ésto está empezando a ser un poco aburrido... –Dijo Gloin.
Entonces, todos se giraron al escuchar unos pasos que escucharon cerca de ellos. No eran los pasos de los orcos, ni mucho menos. No parecía tener miedo el caminante y el sonido de sus pasos parecía de seguridad. Sabía que los enanos y Gandalf estaban allí. Parecían ser dos personas las que caminaban, mas no se sabía afirmar con certeza si se trataba de un elfo o un hombre, descartaron que pudiera ser un enano al no caminar con paso firme y fuerte. Se agruparon todos y sujetaron las armas con fuerza y fiereza. Los pasos sonaban cerca, mas no sabían en qué dirección venían, parecían escucharse a izquierda y derecha, y giraron varias veces sobre sí mismos para intentar divisar a alguien.
–¿Buscan a alguien? –Dijo una voz detrás de ellos.
Dieron la vuelta y vieron a dos personas. Uno de ellos, un hombre joven, alto y robusto de corto cabello cobrizo. Sus ojos eran verdes y sonreía. Vestía una armadura granate y verdosa desgastada, unas botas marrones y portaba una gran espada. A su lado había una mujer también joven, alta y morena, de pelo negro y ojos azules y brillantes. También sonreía y sostenía un largo arco azul marino con formas de plata talladas en él. Vestía un vestido con una armadura de color verde azulado, algo desgastados, y unas botas azules.
–Si se me permite preguntar, ¿quiénes son ustedes? No me suena haberlos visto por aquí... –Preguntó Gandalf, extrañado por la apariencia de los dos desconocidos.
–Yo soy Árnd, hijo de Árondir, y ésta es mi hermana Ánoyr. –Contesto el chico joven.
–Vinimos aquí buscándole, Mithrandir, necesitamos algo de su ayuda.–Dijo la chica, llamada Ánoyr.
–¿Qué necesitan? Se me hace conocido el nombre de vuestro padre, mas nunca había escuchado que tenía hijos. –Respondió Gandalf.
–Vuestra ayuda, señor. Venimos desde Gondor, y sabrá que ese camino hasta aquí no es precisamente corto. Bien, traemos noticias y no muy agradables, por desgracia. Encontramos uno de esos Cristales de los que Saruman nos informó hace poco, y tememos que ocurra alguna desgracia por ese extraño objeto. Lo que ocurre ahora es muy preocupante, pues nuestro señor Denethor desea al Cristal y creemos que no le hará bien a nuestro pueblo, por eso decidimos acudir a usted por consejo. –Dijo Árnd.
–Bien, lo que me plantean puede ser muy grave aunque no lo aparente. Yo suponía que si encontrasen el Cristal, Denethor enloquecería. Mas ahora no nos será de mucha utilidad, pues aquellos a los que deberíamos darles el artefacto andarán ya en el Bosque Negro. –Contestó Gandalf.
–Disculpe, Gandalf, pero, ¿a quiénes debemos de dar el Cristal? –Preguntó Ánoyr.
–A un mediano y tres espíritus de enanos. Un grupo extraño les podrá parecer, pero pueden cumplir esta misión perfectamente. –Respondió Gandalf.
–¿Un mediano y tres espíritus? ¡Muy raro, en verdad! No sé mucho sobre los hobbits, pero me parece extraño que aún haya alguno de su raza que aún se atreva a salir a una aventura. –Comentó Árnd.
–A mi también me extraña a veces, no lo niego, pero los espíritus me tienen algo preocupado... Y además otra cosa también extraña es que el hobbit es uno de los pocos que puede verlos. No sé cómo ni por qué, y aunque no lo parezca, esto me inquieta mucho... E incluso puede que el equilibrio de la Tierra Media se esté rompiendo con todos estos sucesos. Podrían acontecer cosas muy graves aunque no se aparenten, y temo por todo lo que pueda ocurrir. –Dijo Gandalf.
–¿De verdad es todo esto tan grave? No nos habíamos preocupado tanto. Entonces, ¿qué debemos hacer nosotros? Ayudaremos en lo que nos sea posible para evitar un desastre. –Dijo Ánoyr.
–Podríais acompañarnos en la lucha contra Läfnir y, probablemente, contra el Señor Oscuro. Deberíamos de vigilar las tierras del sur, y mejor si empezamos con Gondor, demasiado cerca está de la oscura tierra de Mordor. ¿Qué os parece la idea, enanos? –Dijo Gandalf, girándose hacia los enanos.
Habían permanecido todos callados escuchando a Gandalf y los dos chicos, y se quedaron boquiabiertos con todo lo que habían escuchado.
–¿Ir a Gondor supone también perseguir a los ejércitos de Läfnir de esas tierras? –Preguntó Bofur.
–Si encontramos a algún grupo de su ejército por aquí, lo detendremos sin dudarlo. –Respondió Gandalf.
–Entonces, ¡os acompañaremos encantados! Si no hubiese batalla en la aventura, no seríamos guerreros enanos, ¡y no hay nada que le guste más a un guerrero enano que cabezas de orcos cortar! –Dijo Gloin.
–¿A qué esperamos entonces? ¡Avisen a la Dama de Lórien de nuestra partida! Además, ella también nos podría aconsejar sobre esto. Debemos emprender el camino a Minas Tirith cuanto antes, y esperemos que no nos sea dura la ruta. –Dijo Árnd.
–¡En seguida iremos! Esperemos que sean tan buenos luchadores como nos muestran vuestras armaduras y armas. –Dijo Oin.
Diciendo esto, Árnd y Ánoyr esperaron sentados debajo de un arbol cercano a ellos mientras que Gandalf y los enanos se giraron y volvieron a Lothlórien. Entraron de nuevo en el bosque y caminaron deprisa hacia adelante. Había dejado de nevar hace rato. Las hojas del suelo del bosque relucían blancas y grises con la nieve que empezaba a desaparecer sobre ellas. No vieron ahora a ningún elfo a su alrededor, pues seguirían más al norte en la batalla contra Läfnir. Tardaron poco en encontrar a la Dama Blanca, y ésta se giró hacia ellos.
–¿Qué os trae de nuevo a mis bosques, Mithrandir y compañía? –Preguntó la elfa, extrañada.
–Venimos a informarle de nuestra partida a las tierras del Sur, mi señora. –Explicó Gandalf– Hemos encontrado a dos hermanos, una mujer y un hombre, que vienen de Minas Tirith. Vinieron buscándome a mi y a mi consejo, pues han encontrado un Cristal Mágico en la ciudad y no confían en que Denethor no le eche mano para alguna cosa extraña, y yo tampoco confío mucho en él, a decir verdad. Por eso debemos partir hacia la ciudad blanca, y en nuestro camino quizá avistemos algún pequeño grupo de lacayos de Läfnir y podamos acabar con ellos. ¿Le parece una idea sensata, mi señora?
–Un giro inesperado ha dado vuestra misión, un giro tan extraño que ni yo misma lo esperaba. –Dijo Galadriel– Una idea sensata no es del todo, mas no podemos hacer otra cosa por el momento. Y bien, antes de que partáis hacia Gondor, ¿podrías darme el nombre de esos dos muchachos?
–Árnd y Ánoyr, hijos de Árondir. El nombre del padre se me hace conocido, mas no el de los chicos. ¿Le suenan a usted de algo? –Dijo Gandalf.
–Me temo que sé lo mismo que usted, Mithrandir, conocí al padre, mas no escuché hablar de sus hijos. Os deseo suerte en esta nueva misión vuestra, recordad que a cuantas más fuerzas de Läfnir derrotéis, menos poder tendrá el enemigo en el futuro. Yo no puedo hacer más por vosotros, si quieren puedo enviar a Thindúel con el mediano y los espíritus para que les deje el Cristal. Namárië, Mithrandir. –Dijo Galadriel.
–Que así sea, mi señora Galadriel, namárië.