Primer Capítulo
“Duaid”
Volvió a encontrarse en el océano: los truenos retumbaban en su cabeza, los rayos le cegaban, la lluvia le desorientaba. Una criatura le llevaba fuertemente sujeto en sus brazos y lo único que distinguía era el color morado de sus prendas.
Se movían a una gran velocidad, pero al mirar con más detenimiento, se dio cuenta de que la criatura carecía de medio de transporte alguno, increíblemente se impulsaba con su propio cuerpo.
Siempre lo intentaba, pero nunca alcanzaba a ver su rostro y esta vez no fue una excepción. Una niebla oscura le ocultaba el rostro, como si estuviera borroso. Era raro, puesto que todo lo demás era asombrosamente nítido, como si en realidad estuviera allí.
De repente se percató de que el ser no estaba solo. Le seguían incontables criaturas de múltiples tamaños, formas y colores. Solo tenían un elemento en común: unos ojos rojo sangre que emanaban maldad y odio. El miedo empezó a apoderarse de él y por más que gritaba que le soltara, que le dejara marchar, la criatura no parecía entenderle o hacía caso omiso a sus quejas.
Entonces, la tormenta se convirtió en la menor de sus preocupaciones: el ataque comenzó. Lo que les caía encima era una cantidad de sinsentidos terrible: de repente se congelaba el agua alrededor de la zona donde acababa de impactar el proyectil, luego una llamarada se estrellaba donde segundos antes habían estado, levantando una gran nube de vapor, un tornado se abalanzaba detrás de ellos, torbellinos se abrían entre las aguas…Por suerte el desconocido que le sostenía, los esquivaba con una inusual agilidad, moviéndose entre los ataques como si de una danza se tratara.
Al rato de continuos ataques fallidos, sus perseguidores parecieron cansarse y poco a poco se fueron retirando uno a uno hasta que no quedó ninguno. La tormenta cesó segundos después y el mar se fue calmando hasta que solo quedaron las ondas que la criatura creaba al mantenerse a flote. No se oía ningún ruido salvo la fuerte respiración de la criatura que con tanto ahínco le sostenía.
Durante unos minutos, solo estaban él, la criatura y el mar. Por fin tenían un momento de paz, aunque la criatura no cedió ni un centímetro su férreo abrazo, manteniéndose alerta en todo momento. Hizo bien, pues la tranquilidad que estaban presenciando era la calma que precedía a la tormenta. Una gota le mojó el rostro e inmediatamente supo que no era buena señal.
Lo que comenzó como un simple goteo, pronto se convirtió en un diluvio enérgico y agobiante. El ser, sin pensárselo dos veces, alzó la cabeza al cielo y empezó a recitar lo más rápido que pudo unos rezos en un idioma que no conocía:
Yorold cocmuti edat
od tai isua ea arano
ddenam dds'l edos
teect nimea dseca
erlti ei eie 'sh
Aunque no entendía nada de lo que oía, una cosa estaba clara, el ser tenía miedo, “debe tener un buen motivo para ello –pensó- antes ha esquivado sin inmutarse todo lo que le han lanzado”. El mar comenzó a temblar bajo ellos y una vibración ronca lejana retumbó en las profundidades pero eso no sacó a su protector del trance en el que se había sumido.
O oadn nalsm y ey
ismr eta u pt
noa ylotm gdouh eto
vrdii iersanos
os egcdi a tabarc
El sonido se notaba más cercano Ce uoe lvapiemu e iba pronunciándose cada vez más y más oñpaan linolser y justo cuando parecía que lo que fuera iba a emerger, el ser acabó el rezo: ortorla apt cditna y el mundo se congeló.
Un claro apareció y de él salió un dragón blanco y morado que velozmente llegó hasta donde ellos estaban y agarró al ser con sus patas traseras. El dragón de aspecto solemne y poderoso le dedicó una mirada de complicidad a la criatura, sin embargo cuando bajó la mirada hacia él, la sorpresa se apoderó del dragón y fue entonces cuando todo se desmoronó.
El tiempo volvió a correr de nuevo y bajo ellos entró en escena la ballena más grande que jamás había visto. La ballena agarró con sus dientes una de las alas del dragón, el cual profirió un grito de dolor aterrador y su peso hizo que se desestabilizaran y fueran a estrellarse estrepitosamente contra el mar, momento en el cual Duaid se despertó gritando y bañado en sudor.
Esta pesadilla se repetía a menudo y siempre acababa de la misma forma: con la ballena atrapando al dragón y llevándoles a las profundidades del océano. Era un sueño muy extraño, demasiado nítido salvo por el rostro borroso de la criatura, a veces despertaba con la sensación de que había ocurrido de verdad.
Nunca lo había comentado con nadie, no quería que le tomaran por loco. El único mar que conocía la mayoría era el mar de dunas que se extendía por el este y hacía cientos de años que nadie veía ningún dragón. Además sería alarmar a sus padres por una nimiedad y bastante mal lo pasaron cuando casi muere por una tontería.
Duaid siempre había sido diferente a los demás y todo el mundo sabe lo crueles que pueden llegar a ser los infantes con los que no son iguales a ellos. Volvía casi siempre llorando a casa porque sus compañeros se metían con él pues le llamaban Dedhoun ‘evuelc (que podríamos traducir por “Sin cuernos”), le hacían el vacío e incluso algunos escupían al suelo cuando le veían aparecer.
Los hierros correctores que llevaba en las piernas, tampoco ayudaban, pues le hacían andar raro y eran bastante incómodos. Supuestamente ayudarían a corregir el doblez antinatural de sus rodillas, aunque lo de las pezuñas era irremediable. Ese intento de mano amorfa nunca se convertiría en pezuña.
A los doce años en plena efervescencia hormonal, intentó impresionar al género femenino batiéndose en duelo con Luaiv (Lev’miae Sen), uno de los jóvenes más populares del clan. Cabe destacar, que en el clan Haruf, batirse en duelo significa chocar las cabezas para ver quien es el más fuerte. El resultado no pudo ser peor, se fracturó el cráneo por tres sitios y estuvo en coma el resto del año…
Cuando salió del coma nadie más volvió a meterse con él y empezaron poco a poco a incluirle como uno más en el grupo. Otra tradición de los Haruf y de los Bakra en general es que los padres no ponen el nombre al retoño, si no que es éste el que lo elige, aunque debe elegirlo antes de los dieciséis. El nombre que escogió él fue Duaid.
Duaid es una abreviatura de Dedhoun ‘evuelc. Cuando salió del coma todos empezaron a llamárselo en referencia al valor (o estupidez según su madre) de haberse batido en duelo sin tener cuernos. Así que lo que una vez fue utilizado como motivo de burla, pronto se convirtió para Duaid en algo de lo que se sentía tan orgulloso como para llevarlo para siempre.
- ¡Duaid! ¡Livántate ya! –gritó su padre desde el piso de abajo sacando a Duaid de sus pensamientos- ¿No querás llegar tiarde a la Igtibar Aknosh no?
“¡Casi se me había olvidado! -pensó Duaid- ¡Era hoy!
La Igtibar Aknosh era una prueba a la que todos los jóvenes de dieciséis años de los tres clanes Bakra, debían presentarse. Aquellos que la pasaran se les consideraba inmediatamente adultos y podrían elegir profesión dependiendo de su clan y su género. Aparte, para realizar la prueba era necesario poseer un Biwaki ’mun. Era un acontecimiento bastante importante para todos los jóvenes de Baraia.
- ¡Ya bajo Harufad ! –contestó alegremente Duaid, ansioso de conseguir su primer Biwaki ’mun y convertirse en adulto.
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