Sueños caídos con el final editado para Mistah Jack.
Extender las alas a tiempo. Saltar al vacío del barranco. Notar los excitantes escalofríos que me recorren el cuerpo cada vez que me sumerjo en esta inexplicable corriente discontinua de aire que me mece a su caprichoso antojo, indomable algunas veces y otras moldeable. Vaciar la mente y dejarse llevar por el placer de estar elevado, ignorando las leyes de la gravedad; besando las nubes con mis alas membranosas. Inspirar hondo y dejar salir todo lo malo que guardo dentro de mí en un rugido atronador que podría hacer caer el cielo en mil pedazos seguido de una inmensa llamarada que se escabulle sin mi permiso. Para mí, esa es la sensación de volar.Cerró el libro sin haberlo leído; se sabía aquel párrafo de memoria, y cada vez que su mente se atrevía a recordárselo, una ola de ira le recorría todo el cuerpo y se enfadaba consigo misma por ser una estúpida bípeda con brazos, como tantos otros humanos. Ella también quería volar; le parecía una tremenda injusticia que la naturaleza los creara a todos sin preguntar primero.
Salió a dar una vuelta para relajarse un poco y acabó en frente de su sitio favorito: una cafetería en la cual servían unos tés deliciosos. El ambiente afable invitaba a una tranquila quietud de la mente. Se sentó en la mesa de siempre, junto a la fotografía del local hacía 75 años, en su fecha de apertura. El camarero la atendió y pidió un té de jazmín. Cuando se lo sirvieron, mordisqueó distraídamente una pasta con virutas de chocolate y coco que venía como extra. Al cabo de una hora, dejó el dinero junto a la tetera, como siempre hacía, y se dirigió a su casa. Entró en el ascensor. Verse en el espejo de aquel cubículo le recordó lo que no era. En vez de pulsar el 4, que era donde vivía, pulsó el 9, y a partir de ahí subió los escasos peldaños que la separaban de su meta. Llegó a la azotea y se asomó al bordillo. El viento le azotó en la cara jugueteando con sus cabellos. No había nadie en la calle.
Extendió los brazos a tiempo. Saltó al vacío del barranco. Notó los excitantes escalofríos que le recorrieron el cuerpo y con un suave golpe, su cuerpo aterrizó en un ser de alas azules y membranosas. El animal giró la cabeza y le lanzó un gruñido de saludo. ``Esto sí que es vida...´´. Y las alas del banshee la alejaron de todo cuanto odiaba.