Cap. 8: Atrapados en la torreBilbo y Thorin al fin tocaron fondo. La caída fue fuerte, por lo que estuvieron unos minutos inconscientes en el suelo húmedo. Bilbo fue el primero que recobró el conocimiento y abrió los ojos. Se levantó a duras penas y casi no podía mover el brazo derecho, donde tenía la herida mortal, pues había caído justamente encima de ese brazo, y lo sostenía con el brazo izquierdo. Miró alrededor, aún tenía la visión algo borrosa y se frotó los ojos con las manos. Al ver con claridad, observó que había cuatro antorchas que refulgían brillantes y con fuerza en tonos de oro y bronce. Más adelante se extendía un oscuro pasadizo que no sabía hacia donde llevaba. Se dirigió hacia la derecha y saltó y tomó una de las ardientes antorchas y se dirigió hacia Thorin. Se agachó y le iluminó la cara con la antorcha, tenía los ojos cerrados y respiraba fuerte, estaba tendido en el suelo con los brazos a la altura de la cara tendidos débilmente en el suelo.
–¿Thorin? ¿Puedes oírme? –Llamó Bilbo, mientras intentaba darle la vuelta haciendo un gran esfuerzo– Si esto es una broma no tiene gracia, vamos, abre los ojos… –dijo cuando pudo verle la cara, tenía una pequeña herida cerca del ojo derecho– No me hagas esto, Thorin. Escúchame, por favor, tienes que despertar, por lo que más quieras… –decía mientras le cogía de los hombros y lo zarandeaba– ¡Vamos, no caigas en un sueño profundo otra vez! ¡No me dejes de nuevo! –Sollozó mientras comenzaba a llorar– Venga, recuerda que tenemos que salvar a Gandalf y a los enanos… No-no me dejes, por favor… –dijo mientras la voz le temblaba y lloraba– ¡No puedes hacerme esto! ¡Otra vez no! –decía, entonces pareció por un momento que Thorin empezaba a dejar de respirar y también a desaparecer– ¡No! ¡No, Thorin, no podemos rendirnos! No me dejes… no te vayas… sin ti no podré continuar… por favor… sólo te pido que… no estés muerto… –dijo Bilbo mientras cogía el cuerpo débil e inerte de Thorin y lo abrazaba.
Los ojos de Bilbo parecían ríos de lágrimas que se desbordaban más cada segundo que pasaba. Estaba muy triste, y nada podría parar esa tristeza tan inmensa que sentía ahora mismo.
–¿Por qué todo ahora se torna oscuro? –Se dijo a sí mismo– ¿Por qué la Tierra Media se oscurece por cada segundo que pasa? ¿Quién quiere que todo esto ocurra y quién lo maneja? Ahora no puedo continuar, en este mundo lleno de sombras… –Se lamentaba, todavía abrazaba a Thorin con fuerza y no había dejado de llorar. Con las palabras que antes dijo, pudo componer una pequeña canción:
Continuar ahora ya no puedo
Mientras la Sombra se siga extendiendo
Todos empiezan a caer ya
En este mundo lleno ahora de oscuridad
Ni huir ni luchar se puede
Tanto si eres fuerte como débil
Tanto si eres veloz o lento
Ya nadie puede escapar
De la Tierra Media en la que ahora se extiende la maldad
Esperanza a muchos les sobra
Mientras que a otros les falta
La valentía o la cobardía
Ya nada puede servir ahora
Para que el Mal y la Sombra
Este mundo dejen ya
Terminó la canción y dejó a Thorin en el suelo y él también se dejó caer a su lado. Estaba cansado de todo: del viaje, de llorar, de estar en regiones desconocidas… Por primera vez en esta misión, deseó estar de vuelta en Hobbiton, en Bolsón Cerrado, su hogar. Se veía sentado en el salón frente a la chimenea, esperando la llegada del invierno próximo y fumando una pipa. Cogió la mano derecha de Thorin, comprobó que todavía le latía el corazón y respiraba, entonces sonrió con una temblorosa sonrisa de alivio. Todavía lloraba, esta vez de alegría al saber que su amigo todavía seguía “vivo” (al menos no murió una segunda vez). Bilbo cerró los ojos y durmió, sin soltar la mano de Thorin.
En Orthanc, Gandalf todavía se enfrentaba al poder oscuro de Saruman. Los enanos estaban escondidos, aterrorizados. Saruman tenía una maléfica y grave risa, mientras que Gandalf mantenía un rostro serio y levantaba la vara, que relucía de un tono plateado y verdoso.
–¿A qué te refieres, mago gris? ¡Eres tú el que está a punto de morir, no yo! –Respondió Saruman a Gandalf.
–¡Saruman! ¡Nunca imaginé que harías semejante cosa por conseguir poder! –Replicó Gandalf que pudo fijarse en lo que hacía que Saruman se comportase así.
–Ahora las palabras ya no valen, Peregrino Gris. Tú decides: muere luchando o muere huyendo. –Amenazó Saruman.
–Acabemos con esto ya, señor Gandalf, –dijo Dori– tan sólo conseguiremos que nuestra muerte se retrase.
–Yo no estoy tan seguro, –respondió el mago– mas todavía necesitan algo más de tiempo para llegar hasta aquí…
–¡No vendrá, Gandalf! –Exclamó Dwalin– ¡El mediano no volverá esta vez, ya deben de estar al lado del bosque de Fangorn!
–No, está aquí… –Le respondió Gandalf– ¡Mirad por la ventana!
Los enanos le obedecieron y miraron hacia afuera. Observaron que el mago no mentía, pues allí seguían todavía la mochila y el martillo.
–¡Es el martillo que le regalé a Bilbo! –Exclamó Bofur– ¡Con él cavó el agujero que hay…! –Se detuvo, y los enanos cambiaron la expresión de felicidad a una de preocupación.
–No ha podido cavar tan hondo… –Dijo Balin– Quizás esos fueran los temblores anteriores, y puede que él y Thorin hayan caído…
–¡No desconfíes de Bilbo, Balin hijo de Fundin! –Exclamó Gandalf– ¡Está ahí debajo, vivo, junto con el espíritu de Thorin! Lo puedo sentir, y puede que tarde tiempo en llegar, por eso necesitamos distraer a Saruman al menos.
Mientras, Saruman los observaba y parecía estar pensando en algo. Gandalf y los enanos terminaron la discusión. El mago se volvió hacia Saruman, otra vez con tono serio. Pasaron por lo menos cuatro minutos sin que nadie dijera o hiciese nada hasta que Saruman habló.
–Y bien, ¿tienen ya listas sus últimas palabras? –Preguntó.
–Yo sí, pero no serán las últimas. –Respondió Gandalf.
Entonces, cogió la vara y dio un fuerte golpe con ella al suelo, haciendo que todo Isengard temblara. Esto hizo que Saruman enfureciera más y él también comenzó a pronunciar extraños conjuros con los que Isengard se oscureció de nuevo. Sostuvo su vara con las dos manos y apuntó hacia Gandalf, luego unos rayos centelleantes plateados salieron disparados en todas las direcciones. Los enanos se escondieron y Gandalf creó un escudo mágico que le protegió, mas él no era casi nada para el poder de Saruman.
Los estruendos de lo alto de Orthanc resonaron también el subsuelo y Bilbo despertó sobresaltado. Thorin estaba ahora sentado en el lugar donde comenzaba el pasadizo.
–¡Thorin! –Exclamó Bilbo feliz mientras se levantaba y corría hacia Thorin– ¡Estás bien! ¡Temí haberte perdido por segunda vez! –Al llegar hasta donde se sentaba el enano, le abrazó mientras unas pocas lágrimas salían de sus ojos de nuevo.
–No temas, Bilbo hijo de Bungo, jamás te abandonaré de nuevo. –Respondió Thorin, que sonreía y reía– Ahora temo que debemos entrar en la oscuridad que hay debajo de Orthanc para detener a un poderoso mago loco.
–¿A qué esperamos entonces? Cojamos una de las antorchas y sigamos adelante.
–Al fin volvió el Bilbo que yo conocía, –rió Thorin–
un hobbit que arriesgaría su vida por aquella gente a la que quiere.Bilbo también rió y cogió de nuevo la antorcha que había tomado antes. Fue el primero en adentrarse en el pasadizo y Thorin le siguió. Era llano y de cuando en cuando tenía extrañas runas grabadas. De cuando en cuando se podía oír el clop de alguna gota de agua caer, pues arriba estaba muy húmedo. A medida que avanzaban el camino se iba estrechando poco a poco. Después de un rato caminando, encontraron una pequeña dificultad: el camino se dividía en dos. El camino de la derecha subía y no era muy rocoso, además de que era algo más seco. El sendero de la izquierda bajaba y se podía ver una luz en lo más profundo, en las paredes había rocas que sobresalían como picos y olía como a heces de orco.
–Y bien, ¿qué camino tomaremos ahora? –Preguntó Bilbo.
–Creo que será mejor tomar el camino de la derecha, –respondió Thorin–
pues no me gusta el hedor que viene de la izquierda y esa luz del final es un tanto extraña.Doblaron entonces a la derecha. Thorin llevaba esta vez la antorcha y guiaba a Bilbo. Cada vez que avanzaban la pendiente que subían se iba terminando hasta allanarse del todo. Bilbo creía oír pasos que venían de detrás y de cuando en cuando volvía la cabeza. Cada vez se sentía más intranquilo, mas sus ojos penetrantes de hobbit no divisaban nada extraño en la oscuridad del túnel. Llevaban ya más de media hora caminando cuando escucharon un grito ahogado que venía de detrás que estaba cerca y a la vez lejos de su posición.
–Thorin, tú también lo oíste, ¿verdad? –Dijo Bilbo, algo asustado.
–Sí, y no creo que sea una buena señal… –Respondió Thorin mirando hacia atrás para intentar ver alguna pista. Entonces, Bilbo desenvainó a Dardo, pero brillaba blanca y fría y no azul.
–No son orcos ni trasgos, desde luego. –Afirmó el hobbit.
–Pero entonces, ¿qué es…? –Preguntó Thorin, desconfiado.
–No sé, y será mejor que apresuremos la marcha. –Dijo Bilbo, que temía de que los ruidos fueran de alguna criatura extraña e intentase matarlos.
Pasó un minuto y volvieron a escuchar aquel grito. Empezaron a correr, pero cuanto más corrían, más se volvían a escuchar los gritos. Corrían lo más rápido que podían, hasta que, al cabo de unos minutos, no se volvió a escuchar ningún otro sonido. Cada vez se adentraban más en la oscuridad y en las entrañas de la torre. No había nada extraño, excepto algunos rayos de luz que venían de arriba. Ya llevaban más de una hora caminando sin rumbo por aquel pasadizo, Thorin se preguntaba si de verdad había escogido el camino correcto. Cuando ya estaban dispuestos a abandonar y volver hacia atrás, observaron que el camino descendía y que abajo había más antorchas. Bajaron por la pequeña pendiente rocosa y miraron a su alrededor. Más adelante se podía ver una gran sala subterránea. Thorin dejó la antorcha en el suelo, pues de la sala que se extendía más adelante se podía ver luz. Caminaron con cuidado.
Llegaron a la sala y la observaron. Ante ellos se extendían muchas estanterías, todas ellas repletas de libros. También había armas y bastones de magos. La luz salía de una gran lámpara de grandes velas que colgaba del techo y que arrojaba una luz dorada sobre ellos. Bilbo estaba asombrado, pues no se esperaba que debajo de una gran torre se pudiera extender un espacio tan grande.
–¿Qué es este sitio? –Preguntó.
–Esto, pequeño hobbit, es la gran sala de Saruman. –Respondió Thorin–
Aquí es donde guarda información de hechos pasados o que están ocurriendo. También aquí practica sus conjuros misteriosos, y también es donde guarda un objeto prohibido…–¿Qué objeto?
–Sigamos más adelante…Caminaron hasta el centro y observaron una pequeña columna en la que algo estaba tapado con un manto. Aquella columna emitía un siniestro resplandor verdoso.
–¿Qué hay ahí? ¿El artefacto prohibido? –Preguntó Bilbo, curioso y a la vez asustado.
–Destápalo y lo verás… –Respondió Thorin, con tono grave.
Bilbo hizo caso y quitó la manta. Descubrió entonces una bola de cristal oscura y misteriosa que irradiaba mal. Retrocedió al instante, como si algo lo hubiese empujado para atrás.
–Sería mejor no haberlo descubierto, pues es como si algo nos vigilara… –Susurró Bilbo mientras temblaba.
–Esto es un “palantir”, un artefacto hecho con mal y poder y magia oscura. Lo usa Saruman con fines desconocidos que no se revelarán. –Dijo Thorin.
Entonces, los dos miraron el
palantir y se les apareció una visión: Gandalf resistiendo los ataques de Saruman con esperanza de que ellos dos aparecieran.
–¡Es Gandalf! ¡Tenemos que darnos prisa y salvarle! –Exclamó Bilbo, dispuesto a ayudar a Gandalf.
–Esperaba que dijeras eso. Bien, esto es lo que tendremos que hacer: yo distraigo a Saruman y tú ayudas a Gandalf. –Dijo Thorin.
–Vale, pero, ¿cómo se supone que voy a ayudar a Gandalf? –Preguntó Bilbo, curioso.
–Allí hay unas varas de mago y... –Dijo Thorin, aunque en ese instante Bilbo le interrumpió.
–Vale, lo entiendo. Quieres que coja una de esas varas y aprenda a controlarla en escasos minutos para poder ayudar a Gandalf y a los demás. Una tarea fácil... para un elfo o mago experimentados en magia, pero yo no tengo ni idea de cómo hacer o manejar magia. –Replicó Bilbo, que tenía mucha razón.
–Sí, mas no te será tan díficil, pues tú eres perfecto para controlar la magia. –Respondió Thorin
–¿Un hobbit? ¿Perfecto para la magia? Empiezo a creer que no sabes nada sobre los hobbits... –Dijo Bilbo, quien empezaba a sospechar de que Thorin no sabía nada sobre los de su raza.
–Mi querido hobbit, creo que sé más yo de aquellos de tu especie que tú mismo. –Dijo Thorin, asegurando que no mentía con sus palabras–
Pues, verás, los hobbits tenéis una gran fuerza y poder interior que desconocéis. Tanto intelectual como para la lucha. Y la desconocéis porque no dejais nunca vuestro hogar, no sois capaces de ir a lo desconocido para vosotros, porque sois algo inseguros. Preferís la comodidad de las casas y la comida. Tú ya has descubierto algo de esa fuerza interior, por lo menos en el anterior viaje, y seguro que en este descubrirás mucho más poder que tienes dentro de tí, porque, además, tú no eres como los demás hobbits, tienes algo especial, y eso es lo importante, la fuerza y poder interior dentro de cada ser de la Tierra Media y otras partes de este mundo.–Pues si es así, creo que no desconfiaré de tu palabra. –Respondió Bilbo, quien quedó sorprendido con las palabras de Thorin– Bien, entonces, ¿qué vara escogeré, si se trata tan solo de coger una? –Dijo mientras los dos se dirigían a la pared donde se apoyaban las varas.
Había seis varas distintas. Una plateada, con una pequeña cúpula de cristal en la punta que cubría una piedra mágica de tonos azules claros y oscuros como el día y la noche despejados. Al lado había una de madera, con raíces de metal en la punta que se dividían dejando un hueco en el medio en el que había una piedra redonda de tonos verdes y amarillentos como las hojas de los árboles en primavera. La tercera era azul como el mar con tonos de blancos como la espuma, su punta se abría como dos olas resplandeciendo con el sol, y entre estas se situaba una piedra con forma de gota de agua resplandeciendo con tonos azules, verdes y algunos dorados. A su lado había otra blanca, que al moverla descubría unos tonos grisaceos y amarillentos, su punta era un torbellino que se podía abrir en dos grandes ondas que ocultaban una piedra de forma algo triangular, pero irregular, de un color gris que relucía también dorada. La quinta era de bronce y estaba caliente, su punta estaba formada por unas hojas afiladas (igual que el acero de las espadas) que se abrían y cerraban hasta dejar un espacio a una piedra alargada que era roja como el fuego y quemaba como éste también. La última era negra como la noche más oscura, su punta tenía cuatro puntas alargadas unidas entre sí por todos lados y en estas rejas se podía apreciar una piedra de forma irregular plateada y dorada.
Bilbo se acercó un paso más y se quedó observándolas perplejo, pues nunca había visto unos artefactos de esta manera; extraños, poderosos y a la vez hermosos. Tenían pinta de que habían existido desde que la Tierra Media se creó.
–Desde luego, todos parecen tener gran poder. –Dijo al fin, después de haberse quedado un tiempo observando con la boca abierta aquellos extraños objetos.
–Y no solo lo parecen, también lo son. –Respondió Thorin–
En principio tan sólo existen las varas de los cinco magos: la de Gandalf, la de Radagast, la de Saruman y las de los dos magos azules cuyo nombre desconozco. Pero al parecer Saruman hizo algunas más "de repuesto". Estas varas representan muchos poderes: la primera; representa el equilibrio del día y la noche, la segunda; la naturaleza de los bosques y lugares semejantes, la tercera; las aguas del mundo, la cuarta; la fuerza del viento, la quinta; el poder ardiente del fuego, y la sexta; la más poderosa de todas: representa el pasado, tiene los poderes de Telperion y Laurelin, los Dos Árboles de Valinor, pero la historia de estos árboles se remonta a cuando se creó el mundo y es muy larga, por lo que la aprenderás en otro momento.–Interesantes historias, con esto ya me quedó claro cuál escoger. –Dijo Bilbo, acercándose a la sexta vara– Bien, y ahora imagino que me dirás que aunque esta vara es la más poderosa es también la más difícil de controlar, ¿me equivoco?
–Exacto, y además tenemos poco tiempo para que aprendas a controlarla, por lo que tendrás que dejar que ella te controle a ti. –Dijo Thorin, riéndose bajo al decir lo último.
–Vale, todo entend... ¡¿Qué?! –Exclamó Bilbo, al darse cuenta de lo que Thorin había dicho– Qué fácil te resulta decir las cosas cuando tú no tienes que hacerlas. Repasemos la situación: tenemos que subir a lo alto de Orthanc, vencer al mago más poderoso de la Tierra Media que además ahora está loco, tenemos poco tiempo, no tengo ni idea de cómo controlar la magia y por si fuera poco podríamos evitar que la torre se derrumbe, ¿a qué estamos esperando? –Dijo Bilbo, en tono de sarcasmo.
–Exactamente, así que será mejor que empecemos ya a ascender.–Como si fuera tan fácil, ¡¿tienes idea de las escaleras que tenemos que subir hasta llegar arriba?!
–No hace falta que subamos por las escaleras, tenemos uno de los artefctos mágicos más poderosos de la Tierra Media y un hobbit, ¿qué más se puede pedir? –Rió Thorin, que enfureció un poco a Bilbo–
¡No te retrases más y coge la vara de Telperion y Laurelin!–Por intentarlo no pasará nada, supongo... –Dijo Bilbo.
Entonces, cogió la vara "Telpelin", como él la llamo (pensó que era un nombre algo ridículo, pero no se le ocurrió nada mejor), la alzó hacia arriba y la observó con cara de asombro. Entonces, un destello blanco salió de la piedra y con él el estruendo de un fuerte trueno. Thorin se agarró también a "Telpelin", sonrió y miró a Bilbo, que le devolvió la mirada con una cara de "¿Qué se supone que está pasando?" Entonces, de nuevo un estruendo se escuchó y Thorin gritó unas palabras en el idioma de los enanos y de pronto se vieron montados sobre unos pequeños caballos de oro y plata que había hecho "Telperin".
–Thorin, –Dijo Bilbo, asombrado– ¿cómo se supone que has podido hacer esto? ¡Jamás he visto nada igual!
–He aprendido mucho en estos dos años, pequeño hobbit, y una de esas cosas es algo de magia. –Respondió Thorin.
–Bien, ¿y por qué se supone que tu no puedes ayudar a Gandalf?
–Porque tú eres el adecuado para esa tarea y no yo, ¡y ahora dejemos de hablar y vayamos a salvar a Gandalf y a los enanos!Thorin dio la orden a aquellos bellos caballos y subieron las escaleras de la torre a gran velocidad sin importar los escalones o cualquier situación del terreno.
Mientras tanto, en lo alto de Orthanc, Saruman atacaba sin cesar a Gandalf. Los escudos que creaba el mago gris ya no servían de nada para detener los poderes mágicos del mago blanco (o mago oscuro). Saruman tenía ahora la vara de Gandalf y con los poderes de las dos cogía mediante una extraña magia a Gandalf y lo tiraba contra el suelo, las paredes o el techo. El mago gris estaba ya muy débil y tenía graves heridas en la cara. La ceja izquierda la tenía cubierta de sangre, de la boca también le salía un poco. Ya no podía hacer nada, esta vez pensaba que Bilbo no aparecería para salvarlos. Hizo un último esfuerzo y cuando cayó de nuevo al suelo, una pequeña mariposa apareció delante de él y le habló en susurros. No podía hacer muchos más esfuerzos. Saruman se reía maléficamente y ahora mantenía a Gandalf en el aire, amenazando con tirarle por la ventana. Los enanos le observaban sin poder hacer nada, pues los había atado con mucha fuerza y no se podían liberar de las cadenas. Los espíritus de Fili y Kili estaban bloqueados, pues Saruman había usado un extraño poder para que no pudieran intervenir.
–Estamos perdidos... –Suspiró Oin.
–No podemos hacer nada, hermano. –Le respondió su hermano Glóin.
–Nosotros no podemos, pero Bilbo y Thorin están en camino, ¿no lo sientes, Kili? –Dijo Fili.
–¡Es cierto! ¡Se están acercando! ¡Thorin se intenta dirigir a nosotros, ya casi han llegado! –Respondió Kili con gran energía.
–¿De verdad vendrán? –Preguntó Dori.
–Tenemos que confiar en ellos, seguro que no nos fallarán. –Respondió Balin, quien confiaba en que Thorin y Bilbo llegarían a tiempo.
Entonces, otro estruendo más sacudió la torre. Por un momento, Saruman dejó de tener aquella apariencia tan oscura y habló.
–¡Gandalf! –Exclamó el mago blanco– ¡No sigas luchando! ¡Läfnir quiere aniquilaros!
–¡Saruman! ¡Al fin volviste! Creí que en realidad habías cogido tú los Cristales que encontraste pero... ¿A qué te refieres con aquello que dijiste? –Preguntó Gandalf, confuso.
–El tercer Cristal que encontramos era en realidad falso, Läfnir lo hechizó o algo parecido y logró controlar mi mente, caí en su trampa... –Se lamentó Saruman.
–No ha sido culpa tuya, mi viejo amigo. Läfnir quizá nos ha engañado a todos. –Respondió Gandalf.
Pero Saruman ya había vuelto a caer en la maldición de Läfnir y los ojos se le encendieron como dos antorchas de fuego azul.
–¡Estupido mago blanco! Astuto se ha vuelto ahora si cree que puede derrotarme...–Dijo la oscura voz de Läfnir al retomar el control de Saruman. –Pero ahora que me habéis descuebierto, no me andaré con contemplaciones. ¡En escasos minutos no seréis más que unos inútiles escombros en el suelo!
–Se están acercando ya... ¡No te durará esa alegría tanto tiempo! –Exclamó Kili, que pudo levantarse después de unos duros esfuerzos. También Fili se levantó ahora y se puso al lado de su hermano, y éste desenvainó la espada, librándose del control de Läfnir.
–¡Serás tú el que caerás! Pues aunque sólo espíritus seamos podemos acabar contigo en poco tiempo, no hemos perdido todavía nuesta fuerza de antaño. –Amenazó Fili a Läfnir.
Kili se unió a su hermano y sacó su arco con gran rapidez y una luz ardiente en los ojos. Le hecho una mirada fiera a Läfnir mientras sotenía el arco y una flecha con ferocidad y decisión. Cada vez los dos enanos podían sentir más cerca a Thorin y a Bilbo, lo que les impulsaba a actuar de esa manera, pues Fili y Kili siempre han sido algo inquietos.
–Y si vos créeis que podéis detenernos con unos simples hechizos, estáis muy equivocado. –Dijo Kili–
Y si lo intentáis, lo que ocurre es que no conocéis la testarudez de los enanos.Esto enfureció más a Läfnir quien hacía que Saruman sosteniese fuerte la vara y concentrara todo el poder del mago (más el suyo propio oscuro) en aniquilar a Gandalf y a los enanos, que después de las palabras el coraje de Fili y Kili les devolvió el valor. Dwalin comenzó a hacer fuerza para intentar liberarse de sus ataduras, y consiguió liberar una mano, con la que pudo coger una de sus hachas y cortar las cuerdas. Se levantó y miró con rabia y odio al mago oscuro. Rápidamente cortó las cuerdas de su hermano Balin, y los dos quitaron las ataduras de los demás con rapidez. Los doce enanos estabán de pie ahora y todos cogían fieramente sus armas. Entonces, de nuevo un temblor sacudió la torre y un fuerte golpe destruyó parte del lugar en el que se encontraban las escaleras. Cuando la gran nube de polvo hubo desaparecido, se pudieron ver dos siluetas montadas sobre dos caballos, uno de cabellos dorados como los rayos del sol y otro de pelo plateado como la luna en una noche clara y luminosa. Todos pudieron distinguir las siluetas de aquellos jinetes que los montaban, ¡Bilbo y Thorin al fin llegaron a lo alto de Orthanc!
–¿Llegamos demasiado tarde? –Bromeó Bilbo.
–
¿O todavía podemos salvarlos? –Siguió Thorin con la broma.
–¡Thorin! ¡Bilbo! ¡Al fin pudistéis llegar! –Exclamó Gandalf con gran alegría.
–¡Debéis daros prisa, Läfnir controla a Saruman! –Les informó Fili.
–Así que era eso lo que ocurría... ¡Muy cobarde por tu parte, Läfnir! –Dijo Thorin, desafiando a Läfnir–
Usar un aliado del enemigo para atacarlo en vez de atreverte tú mismo a venir y luchar contra nosotros. Más fácil nos lo has puesto, entonces, si crees que un aliado tan poderoso acabaría con nosotros.–¡No sois todos mas que unos insensatos! ¡Jamás podréis con el poder de mi amo, el Único! –Exclamó enfadado Läfnir.
Ahora Bilbo ayudaba a Gandalf a levantarse, y el mago le sonreía.
–Estaba muy preocupado por ti, Bilbo, mi amigo. Pero ahora me has demostrado que puedes valerte por ti mismo. –Le dijo al hobbit.
–La verdad, yo nunca pensé que me encontraría aquí, salvando a un mago y a un grupo de enanos, y menos aún que sería amigo de todos ellos. –Le respondió Bilbo.– Pero ahora debo de enfrentarme al poder oscuro de Läfnir, yo solo, quizá con la ayuda de Thorin, mas jamás me imaginé enfrentándome a tal fuerza.
Dicho esto, Bilbo acompañó a Gandalf donde se encontraban los demás enanos. Läfnir terminó la discusión con Thorin y se giró hacia Bilbo. Al verlo, los ojos se le volvieron a encender con más ira que antes.
–¡Tú! ¡Estúpido mediano! ¡Pagarás por esto! –Exclamó el mago (o elfo) oscuro, enojado.
–Bien, enconces, acabemos con esto de una vez... –Le respondió Bilbo con decisión.
Los dos se mirabán fíjamente. Bilbo sostenía con fiereza a "Telpelin". Pasaron un minuto mirándose con miradas fieras. Bilbo fue el primero en hacer un movimiento, apuntó con "Telpelin" a la vara de Saruman y estuvo así otro minuto. Läfnir reía, pues creía que aquello no le serviría de nada a Bilbo, pero no contaba con lo que sucedió después. Entonces, un grito vino del exterior de la torre y las nubes desaparecieron. Läfnir se distrajo y Bilbo gritó "¡Ahora!" y movió su vara hacia atrás, arrebatándole la suya al mago, que perdió su poder. Después, el hobbit sujetó los dos bastones y devolvió a Läfnir el dolor que le había causado a Gandalf dándole golpes contra la pared hasta hacer que el mago recuperara sus túnicas blancas y su antiguo aspecto. Bilbo lo dejó caer al suelo y Gandalf corrió hacia él.
–¡Saruman! ¿Te encuentras bien? –Le preguntó, preocupado.
–Por suerte, sí. Al menos ese Läfnir no me controla ahora. –Respondió Saruman, que podía volver a respirar el aire limpio y fresco.
Saruman se levantó y se volvió a escuchar aquel grito. Entonces, unas águilas aparecieron afuera. Un elfo montaba sobre una, pero Gandalf no lograba reconocer su rostro. Saruman fue hacia la ventana y le observó, parecía que le conocía de algo.