Capítulo 2: Baba rosa púrpura
Después de un tiempo de preguntas, respuestas, y suspiros de asombro, cargamos las cantimploras en las fuentes del patio y nos dirigimos a pasar el día en el campo. Veintidós adolescentes guiados por una profesora de Biología en medio del monte, no había ningún motivo para que algo saliese mal.
Nos encaminamos por el sendero, y en pocos minutos acabamos rodeados por un denso bosque de pinos. Se oían los verdecillos y los jilgueros cantar, y a sus respectivos polluelos piar, pidiendo comida. Estábamos en primavera, la mejor época del año para entablar una relación con la naturaleza, las aves cantaban alegremente, los zumbidos de las abejas sonaban alrededor de las flores, como si la vibración fuese de las propias plantas, los gorgoteos del río se oían de fondo, todo era tan tranquilizador que todavía no se había escuchado ninguna voz más alta que otra.
Elvira, la profesora, no tardó demasiado en detenerse para explicarnos alguna curiosidad.
-¿Veis esta planta? Se llama romero, y su savia y hojas desprenden un olor muy apreciado por la gente, por eso se utiliza para cocinar algunos platos, como la paella. -Nos explicaba- Pero no solo nos gusta a nosotros, como podéis ver, las abejas se ‘revuelcan’ en sus flores, para coger el polen, con el cual luego fabricarán la miel, además de polinizar la planta.
Continuamos hacia delante por el sendero, cuando me pareció ver que la piedra que llevaba Elvira en la mano se iluminó por un segundo. Le pregunté a Quique, que iba a mi lado, que si el también lo había visto y me dijo que no, que nadar con los ojos abiertos me estaba afectando a la vista. Lo tomé a broma y pensé que serían imaginaciones mías, así que lo dejé pasar.
Seguimos caminando y ya se empezaba a ver la pequeña piscina natural en la que desembocaba el riachuelo.
Finalmente llegamos al lago, de unos 40 metros de largo de Norte a Sur y de unos 30-35 de Este a Oeste. Al llegar a la orilla, empezamos a buscar el cobijo de alguna sombra de pino, por que a la 1 del mediodía en Mayo, el Sol pica.
No se veía ningún pino que estuviese relativamente cerca de la orilla, así que nos dirigimos al pie de una ‘montañita’ de piedra que estaba justo al lado de la orilla, y mientras nos acercábamos volví a ver como se iluminaba la piedra, esta vez unos 2 o 3 segundos. Volví a avisar a Quique y a los demás chicos para que la viesen, pero cuando se voltearon a mirarla, ya se había apagado. Les pedí por favor que se esperasen un rato a ver si se volvía a encender, pero nada, así que volví a pensar que eran imaginaciones mías.
Íbamos hablando Quique y yo cuando alcé la vista y se lo señalé, la piedra parpadeaba con una luz púrpura fuerte, pero parecía que nadie más la había visto, así que llamamos a los demás chicos y esta vez si la vieron. Avisamos a la profesora y ella también lo vio, y en cuestión de un par de segundos se formó un corrillo de personas, pero a los 5 o 6 segundos cesó el parpadeo.
Todos nos quedamos asombrados, pero la clase no le dio demasiada importancia así que continuamos caminando hacía la piedra. Parecía que la actividad lumínica de la piedra había finalizado, así que al llegar a la deseada sombra, descargamos todas las mochilas, sacamos la comida y el agua y las dejamos todas en un montón.
Vi como Elvira dejó la piedra encima del montón de mochilas, y los chicos nos fuimos al otro lado de la piedra con la comida, donde Quique y yo tenemos nuestro ‘kit de emergencia’ con dos navajas de medio palmo, unos veinte anzuelos, plomos, un par de lupas, dos linternas con repuestos de pilas, seis mantas gordas, un par de gafas de bucear, dos mecheros, un bote de gas para rellenarlos y un pack de botellas de agua.
Esto lo pusimos por si surgía la ocasión de que nos habíamos perdido, y así tener, por lo menos, algo con lo que poder alimentarnos un par de días. Lo preparamos todo más bien por tontería que por otra cosa, ya que el lago estaba a unos 4 o 5 kilómetros del primer chalet, pero como las cosas del kit eran fáciles de obtener, no nos pareció mal hacerlo, por si las moscas.
Fuimos a preguntarle a Elvira que dónde estaba la piedra, por que queríamos examinarla, bueno, jugar con ella más bien. Después me acordé de que estaba en el montón de mochilas así que esperé a que me respondiese, por respeto, y después nos dirigimos derechos hacia allí.
Al llegar empezamos a mirar por encima, pero no encontramos la piedra. En su lugar había una especie de… No, no podía ser, era imposible, era una especie de baba gelatinosa de un color púrpura brillante, asquerosa, así que cogí un palo y empecé a removerlo.
Escuché a Guille gritar nerviosamente:
-¡Ey! Rápido, venid aquí ¡Tenéis que ver esto!
Fuimos todos corriendo, y era increíble. La piedra estaba pegada a la montaña, de piedra también, y recubierta por la baba púrpura de antes. La montaña parecía que le succionaba a la piedra este líquido, ya que se podía ver como la baba, como si fuesen raíces, se colaba por las grietas, parecía poseída, como si algo en el núcleo de la montaña lo atrajese.
Empezó a resplandecer y a expulsar humo de ese mismo color, empezó a oler a tierra mojada, como después de llover. En el último momento, la piedra volvió a succionarlo todo: la baba, el humo y el olor, y después lo expulsó con muchísima más potencia, cegándonos…
