Capítulo 4: PKHeX
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Cuando no se encontraba entrenando, a Pachirisu le gustaba explorar el “jardín”. Si bien es sabido que el tamaño del cerebro de la especie no sobrepasa el de una nuez grande y, a veces, no se acordaba de todos los inquilinos del lugar, la mayoría de estos ya tenían ubicada a la pequeña ardilla. No todos por buenas razones.
Pero de quien sí se acoraba, a parte de sus compañeros de “trabajo” era de un pokémon muy gracioso que vivía en uno de los cobertizos, uno tan grande que parecía una pequeña mansión. La mayor parte del tiempo la puerta se encontraba cerrada y sólo se abría para que su amo entrase con pokébola en mano y saliese cargando una canastilla de huevos. Cuando la curiosidad le era muy grande se acercaba; la mayor parte del tiempo escuchaba ruidos de lo más extraños, posiblemente producto de algún entrenamiento “especial” como al resto de los pokémon que ahí habitaban.
Una de las esquinas inferiores tenía una tabla rota con un agujero lo suficientemente grande como para poder entrar. Algunas mañanas iba a hacerle compañía ya que, según lo que le había explicado el pokémon, tenía prohibido salir de su refugio. El pokémon era de un tono azulado más claro que su pelaje, era pequeño y era como estar frente a un pudín viviente. Si le hacía cosquillas, todo su cuerpo se agitaba de un lado a otro, podía estirarse hasta alcanzar el techo y, lo mejor de todo…. ¡podría transformarse en un Pachirisu de cara chistosa!
Cuando los ruidos del cobertizo no eran ensordecedores, entraba a jugar con el pokémon. Ambos eran felices. Un día, entró y quiso que jugaran, pero el pokémon curioso parecía no sentirse bien; Pachirisu salió volando y regresó con una baya Zidra, diciéndole que con eso quedaría como nuevo y el pokémon le agradeció el gesto. Al día siguiente no parecía estar mejor: se encontraba casi inerte, con el cuerpo desparramado sobre la paja y una cara de amargura tremenda; salió tan rápido como el día anterior y esta vez trajo cinco bayas diferentes creyendo que simplemente estaba mal del estómago y alguna de ellas le haría sentirse mejor. Nuevamente el pokémon agradeció el gesto para quedarse dormido.
A la mañana siguiente, el pokémon no estaba ahí. Hubiese entrado antes pero su amo se le había ganado y no quería meterse en (más) problemas por husmear en un sitio al que explícitamente le había ordenado no entrar. Notó que el resto del día su amo se encontraba con los ánimos apagados y con la mente en otro lugar; con su poco tiempo de vida se había hecho a la idea de que amo no era alguien muy expresivo, pero sí una persona que sonreía de manera tierna y que infundía la clase de confianza que animaba a seguir adelante. Nada de eso pudo sentir ese día.
Fue al otro en que, pareciendo de mejor ánimo, lo encontró alistándose en su habitación. Entró por la ventana sin importarle nada más que verlo más animado. La miró por un momento y ella sonrió inflando los mofletes. Amo esbozó una sonrisa tenue y puso un dedo sobre su frente, presionando con un poco de fuerza.
—Saldré, pero no debes seguirme. Mi madre se quedará hoy a cuidarlos, hazle caso, puede ponerse peor que Gyarados si la hacen enojar.
Acto seguido, infló los mofletes a modo de protesta. “No, no y no, si amo no estaba bien ella debía animarlo. Además, quería saber a dónde se había ido su amigo”.
—Ni siquiera deberías estar aquí, pequeña traviesa. Ven.
La tomó por los costados, bajó por las escaleras, salió de su hogar y se dirigió hasta el lugar donde se encontraban el resto de sus compañeros. Garchomp se encontraba haciendo sus calentamientos diarios mientras que Gothitelle y Gardevoir intercambiaban ataques psíquicos (motivo por el cual el también tipo hada tachó de tramposa a su compañera por emplear ‘cosquillas’ para distraerlo). Al momento de que Jun llegó con la eléctrica, Talonflame aterrizó del árbol, con los ojos como mirando en diferentes direcciones y preguntando lo de siempre:
—¿Ya puedo hacer ‘pájaro osado’?
Todos voltearon a ver a su entrenador expectantes por la rutina diaria.
—Saldré un rato a atender asuntos. Por la tarde tendremos combates, la fecha se acerca y necesito saber si ya están listos.
Todos los pokémon lanzaron un grito de júbilo. Jun se dio la media vuelta para dirigirse hacia la cochera. Garchomp se sentía con ánimos de sobra como para entablar un combate amistoso en lo que el amo regresaba.
—Oye, Pachirisu, ¿te gustaría que peleáramos para pasar el tiem…? ¿Eh?
En donde debía haber una ardilla se encontraba una nuez mal puesta que rodó a los pies de la dragona.
“¿Y ésta cuándo aprendió ‘sustituto’?” pensó.
Jun ya había puesto en marcha el motor del vehículo para cuando Pachirisu entró con sigilo por la puerta del garaje para trepar hábilmente por una de las columnas de mármol y aventarse como Emolga a la parte trasera de la camioneta. Tras el improvisado aterrizaje, el vehículo comenzó su marcha rumbo a la capital.
Después de casi dos horas de viaje, Pachirisu aún se encontraba rebosante de energía tras haber disfrutado de su primer viaje fuera de casa, sin pensar en lo mal que la hubiese pasado por insolación de no haber estado parcialmente nublado o del infarto que le hubiese dado a su entrenador tras percatarse por el retrovisor. Bajó de un salto para esconderse debajo del vehículo, su amo abrió la puerta y colocó una mochila de viaje en el suelo mientras terminaba de asegurar el volante. Tan pronto el objeto tocó el suelo, Pachirisu procedió a inspeccionar por aquí y por allá hasta que encontró una abertura en la parte superior. Dentro, todo estaba oscuro y sentía algo similar a las virutas de madera de su corral, pero mucho más alargadas y gruesas; de pronto, sintió un movimiento brusco y el rebote de las pisadas.
Lo que no pudo ver era el lugar donde se encontraban: el estacionamiento de uno de los Centros de Investigación Pokémon más grandes de Hanja y el mundo entero. Jun ni siquiera había entrado por completo al edificio cuando una de las asistentes ya lo estaba atendiendo; peor aún, bastó con que mencionara su nombre para que la señorita lo tratase como a la realeza, es decir, como alguien de mucho dinero que seguramente estaría interesado en los diversos servicios que tenían disponibles.
—Yo… estoy buscando al Profesor Feng. Jeon Feng.
La alegre sonrisa de infomercial de la señorita cambió su tono, uno lo suficientemente preocupante como para hacerlo sudar en frío por unos instantes.
—Oh, entiendo. Déjeme ver si el Profesor se encuentra disponible, le diré que un cliente ha venido a verle.
Se sentó en una fría silla del salón principal esperando a que lo atendieran. Si era sincero, no era un lugar donde realmente deseara estar. La primera vez había acudido por recomendación de un amigo suyo, cuando decidió dejar de viajar para dedicarse a la crianza de tiempo completo.
“Pregunta por el profesor Feng para pokémon de crianza. Eso sí, lleva dinero”.
El primero que consiguió lo dejó todo el año sin poder hacer gastos extras, pero debía reconocer que gracias a ese pokémon logró recuperar rápido su inversión, hasta le pasó la ridícula idea de poderse hacerse rico.
Apenas había dado su primer paso en el verdadero mundo de los combates competitivos. En otras palabras, se acababa de meter en la boca del Mightyena sin saberlo.
La suerte evitó que la historia de Pachirisu terminara en aplastamiento dentro de una mochila a causa de la ansiedad de su entrenador gracias a que la asistente llegó en el momento justo. Al pedirle que pasara (con las medidas de seguridad que el ya sabía), tomó la mochila y fue escoltado hasta el área de “sólo personal autorizado”.
El lugar, oscuro y ruidoso por la ventilación, contrastaba enormemente con la pulcritud, los enormes vitrales que dejaban pasar toda la luz y el movimiento de la gente del frente del edificio. Observado únicamente por el ojo de las cámaras de seguridad, continuó por un estrecho pasillo hasta toparse con unas escaleras. Debajo, un hombre no muy alto de lentes y cabello negro azabache, con una simple playera gris y un pantalón desgatado le esperaba.
—Señor Park, no lo esperaba tan pronto… ¡Ah, que el Torneo Mundial ya casi empieza! Parece que por fin ha tomado una sabía decisión respecto a la última propuesta que le realicé. Debo decir que últimamente he tenido muchos clientes, quizá más de los que me gustaría. Más dinero, más trabajo y esta espalda no está para esos trotes, ¿sabe?
—Yo… sólo vengo por un Ditto… de los de crianza.
El profesor se acomodó los lentes, haciendo cálculos mentales que le nublaban la mente como para darse cuenta de lo incomodo que se encontraba su cliente. Por no decir que ese detalle lo tenía muy sin cuidado.
—Oh… ¿cuándo fue el último? ¿Seis meses? Humm, debió ser uno de la serie DP, pero le garantizo que la nueva serie XY es mucho más duradera para su… uso rudo.
Algo dentro de Jun se contrajo al escuchar cómo aquel hombre reducía a los pokémon a ser un mero artículo de inventario.
Pero él no tenía ningún derecho a reclamar. No siendo consumidor de la mercancía.
Feng le hizo la señal para que entrara en su despacho, no sin hacerle una pequeña aclaración:
—La serie XY no se limita a Dittos, si le interesa…
Pachirisu escuchó la puerta cerrándose; tras una serie de vaivenes, todo se detuvo. Asomó la cabeza con sumo cuidado y pudo ver a su amo hablando con otro humano hablando de algo. El lugar le pareció de lo más extraño: estaba oscuro y olía chistoso. Siguió olfateando hasta que pudo percibir algo que debía ser comestible y siguió a su nariz hasta toparse con un ducto de ventilación por donde se adentró.
El rastro llegaba a otra habitación que tenía una mesita con una especie de vaso de plástico del que humeaba algo. “Sopa”, pensó Pachirisu cuando trepó hasta ella y procedió a sumergir su cabeza en ella…
La peor decisión de su vida.
Sabía a algo que había babeado Slaking y estaba insalubremente salado. ¡Nada que ver con las deliciosas meriendas que preparaba la madre de su amo para ella y el resto del equipo!
Pensó en regresar con su amo, pero antes de bajar de la mesa vio algo que le llamó la atención. Había un artefacto extraño lleno de manguerillas y luces sobre una gran plancha de metal con una pantalla al frente, un “televisor”, como parecía que su amo le había llamado una vez. Y a un costado de esa máquina había un gran tubo de vidrío que contenía a un pokémon. Uno que le resultaba familiar.
Era casi idéntico a su amigo “estirable” salvo porque ese era rosa en vez de azul. A lo mejor estaba resfriado y ahora que ya se encontraba bien había cambiado de color. Saltó de la mesa hasta la plancha y corrió hasta el extremo que daba al tubo.
Pachirisu no sabía leer, ni mucho menos podía identificar grifos bajo sus patas. Y de haber sabido, ninguna de las palabras que tenía la máquina hubiesen tenido el menor sentido para ella:
PkHeX prototype 20180128
SAV DATA SLOT
Pachirisu chilló para llamar la atención del pokémon, pero al notar que no lo escuchaba, procedió a dar golpecitos en el tubo. El pokémon alzó la vista para verle.
“Eh, sal de ahí, vamos a jugar”.
El pokémon ladeó la cabeza… o la parte de su gelatinosa masa que podía interpretarse como una cabeza. Se estiró por el tubo a la altura indicada. El pokémon se onduló felizmente, haciendo que Pachirisu bailara y moviera sus patitas en señal de que también quería jugar.
“Si tan sólo supiera cómo sacarte de ahí…”
Si el tubo estaba conectado a esa ‘cosa’, algo de eso debía funcionar para quitar la barrera protectora, así que decidió oprimir todos los botones, saltando de uno a otro.
La pantalla se encendió; a continuación, saltaron un montón de letras:
Please, entry SAV DATA…
Please, entry SAV DATA…
Please, entry SAV DATA…
Error, no SAV DATA found.
Error, no SAV DATA found.
Proceed anyway?
Confirm option…
La pantalla se fue a negro, con un par de letras rojas y una barra de carga que empezaba en 0%...
1%
El tubo comenzó a energizarse con el pokémon dentro.
5%
Una serie de rayos impactaron al pokémon. Pachirisu chilló de horror al ver lo que estaba pasando y comenzó a taclear su cuerpo contra el cristal, pero ninguno de los golpes parecía tener efecto. Sabía electrificar su cola como un eficaz su escudo, sabía cómo hacer que otros pokémon le siguiesen, pero nada de aquello le serviría.
19%
Estaba tan asustada que ni siquiera se le había ocurrido que sus colmillos podían ser la solución. Intentó clavarlos, pero parecía inútil, toda su práctica se había centrado en morder a otros pokémon en alguna extremidad, nunca algo de ese grosor.
43%
Aunque no podía escuchar los gritos de dolor del pokémon, la forma tan horrenda en la que se retorcía, expandía y contraía como si fuese a explotar terminaron por afectarle: tenía el estómago revuelto, los pelos erizados y un terrible sentimiento de culpa carcomiéndole desde dentro.
87%
El tubo se había iluminado por completo sin dar ninguna señal de romperse o abrirse. Oyó pasos. Tuvo miedo, por primera vez en su vida conocía el miedo y no existía cosa peor en el mundo que aquello. Entre temblores y lágrimas comenzó a dar pasos hacia atrás hasta echarse a correr como nunca hasta el ducto de ventilación.
Feng bajó despreocupadamente por las escaleras y giró en dirección de la mesa ya que al frente se encontraban una serie de estantes con varias pokébolas.
—Ah, mierda, ya debió de haberse enfriado. No importa que el presupuesto de para más, me gusta demasiado esta basura como para dejarla.
Medianamente decidido a terminar de comer y dejar a su cliente esperando un rato (¡Culpa suya por haberlo interrumpido! ¡Debía saber que era un hombre ocupado y la hora de la comida no era un lujo que siempre se pudiese dar!) cuando miró momentáneamente a la pantalla y dejó caer los insípidos fideos al darse cuenta que el aparato estaba encendido… ¡y con un mensaje de error!
—¿Volví a dejar esta mierda encendida? Joder…
Echó un vistazo al tubo… y sólo soltó un gesto de desagrado.
—Por estas cosas agradezco que el Centro me de ayudantes, yo no voy a limpiar eso… Bueno, mi almuerzo de arruinó… Nota mental, cobrarle el insumo de la sopa… que sea una dotación de sopas, sí.
Hizo un par de estiramientos flojos antes de volver a poner su mirada sobre los estantes.
—Menos mal que sólo era de los de “prueba”, si hubiera sido de los buenos… Brr… ni pensarlo. En fin… ¿Dónde dejé a esas putas de 6 ivs?
Tras varios minutos más de intranquilidad, Feng regresó con una pokébola en mano y un papel en otra. Jun ya sabía de qué se trataba. Cada que tenía que firmar uno de esos acuerdos de confidencialidad se sentía tan sucio…
—Espero que comprenda que estos modelos son mucho más durables, pero también más costosos. No es cosa mía, señor Park, usted como administrador de un Centro de Crianza mejor que nadie debe saber que los insumos y la investigación cuesta. Es… por el bien de la investigación científica… y de la comunidad, ¿no le congratula saber que está contribuyendo a mejorar la escena competitiva, señor Park?
Jun se limitó a entregar el contenido de la mochila y muy gustosamente Feng se puso a contar los fajos de billetes. Tan pronto quedó la transacción realizada, Jun casi le arrebató de la mano la pokébola con visibles intenciones de irse lo antes posible e intentar pasar el resto de la tarde con sus pokémon, lejos de ese mundo nefasto y corrupto del que quería escapar mas no podía.
—Ah… antes de que se olvide, debo recordarle que… —al no ver interesado a su cliente, carraspeó un poco. Vaya chico, de no ser porque era uno de los entrenadores con más influencia de la región ya le estaría dando una tunda a ver si aprende algo más de modales— aún con ese método la posibilidad del ‘inmejorable’ sigue siendo baja. 1/683 para ser más exactos.
—Lo sé… —murmuró sin detener su marcha.
—También que los nuevos clientes ya están probando los últimos modelos. Posiblemente algunos de ellos vayan a participar en el Torneo Mundial.
Las intenciones de aquel hombre estaban más que claras, pero no iba a dejarse intimidar por nada.
—Gracias, pero ya tengo el equipo de este año.
—Ah, por último, y sólo porque me cae bien —dijo de dientes para fuera—, le diré otra cosa, llámelo una corazonada, pero… ya le digo que los Landorus-Therian son el futuro, con tanto Zapdos andando por ahí… y podía dejarle uno a un precio razona…
El azote de la puerta le había cortado su oferta de negocios.
—Bah, que se lo joda un Garchomp.
Bajó nuevamente al sótano, esta vez encendiendo el complejo de luces. En un alejado rincón que había pasado desapercibido por Pachirisu, se encontraba una cámara de criogenización: una especie de refrigerador industrial que contenía decenas de “latas”, todas ellas con la leyenda SAV DATA y el nombre de un pokémon.
Casi todas mencionaban algún “singular”.
Busco precisamente una con el nombre del singular tierra-volador. Con mucho cuidado, procedió a abrir con la herramienta adecuada; en su interior se encontraba lo que parecía un colmillo lo suficientemente grande como para ser considerado parte de una mandíbula.
Nada de eso asombraba o conmovía a Feng. Mucho menos le causaba arrepentimiento alguno.
Cerca del dispositivo principal se encontraba un aparato de radiocomunicaciones. Oprimió un botón y comenzó a hablar.
—Oye Yook, mándame a uno de tus chicos al C-45. Mándalo con instrumentos de limpieza y, por favor, pídeles no vomitar esta vez, ¿de acuerdo? Gracias.
Al terminar, se dirigió a un estante diferente, uno mucho más grande, con cientos de pokébolas apiladas una encima de otra. Arriba del todo, había un letrero:
Material de prueba.
—Y bien, ¿quién de ustedes se convertirá por fin en mi inmejorable?
Jun se encontraba en el estacionamiento y a unos cuantos pasos de su camioneta cuando algo, como salido de la nada, casi se le impactó en el rostro. Por inercia se cubrió hasta que pudo ver de qué se trataba.
—¡¡¿Pachirisu?!! ¡¡¿Pero qué…?!!
Muchas cosas le pasaron por la mente en ese momento y no sólo era la duda de cómo había llegado ahí, eran cosas mucho más aterradoras: ¿Y si en ese rato de descuido se había peleado con otro pokémon y había aprendido (y olvidado) un ataque? ¿Y si sus estadísticas habían cambiado a raíz de ese combate? ¿Y si se había lastimado de gravedad y ya no podía participar en el torneo?
Estaba espantado y genuinamente preocupado. Pero también sentía coraje porque le había desobedecido y puesto en riesgo una labor en la que llevaba meses. La misma labor que lo tenía ahí mismo consiguiendo Dittos variocolor inmejorables, cosa que en la naturaleza era tan ridículamente difícil que sucedería que, de hacerlo, se podía considerar un verdadero milagro.
Todo porque sabía que no existía otro modo de poder sobrevivir en ese mundo donde la más mínima variación de fuerza, defensa o velocidad significaba la gloria o la derrota definitiva.
Y si quería cambiar algo de ese mundo, tenía que hacerlo jugando bajo esas crueles reglas.
A punto de darle el regaño de su vida, notó que no estaba bien. Pachirisu se encontraba llorando descorazonadamente, restregando su pequeña cabeza en el pecho de su entrenador e intentando usar su cola para darse consuelo a sí misma.
Sintió que el mundo se le venía abajo. Sin pensarlo más, tomó con delicadeza a su pokémon al interior del vehículo y manejó a toda prisa al Centro Pokémon de la ciudad.
Casi tan rápido como la eléctrica había ingresado a revisión, regresó dentro de su pokébola a manos de Jun.
La enfermera no se veía preocupada y más le espantaba la ansiedad del dueño que el pokémon que había revisado.
—Su pokémon se encuentra en perfecto estado de salud, algo conmocionado eso sí.
—Pero, ¿qué fue lo que le pasó?
—Posiblemente se haya espantado, si estuvo fuera de su pokébola posiblemente debió impresionarse por un coche o un pokémon grande. Estos pokémon suelen estresarse al ver a algún depredador.
Decidió no ponerse a discutir que su Pachirisu no podía estar más feliz a lado de pokémon como Garchomp o Gyarados y que si creía que esa era la causa de su terrible estado más le valía ir buscando otra profesión. Agradeció de forma tajante para salir del Centro.
Ya dentro de la camioneta, decidió sacarla de la pokébola porque sabía que no le gustaba estar encerrada. Al parecer le habían suministrado algún calmante porque se encontraba profundamente dormida. Aún así, algo parecía seguirla molestando en sus sueños y no deja de lagrimear.
A Jun no le faltaba nada para que también se le saliesen las lágrimas.
—¿Qué se supone que debo hacer contigo, pequeña?
Las dos horas de trayecto a casa terminaron por volverse las más infernales en su carrera como Entrenador Pokémon.