Prólogo
Carlo dejó la jarra encima de la tabla de aquel bar. Su actuación había sido espectacular. Pensó en regresar ese mismo día al Gran Gremio de juglares, en Finisterre, mas estaba muy lejos, quizá la distancia era demasiada. Así pues decidió quedarse en el pesebre, no muy de su agrado.
~ ¡Miguel! Prepáreme usted una cama y proporcione al servidor un techo. Le dejaré una buena propina encima de la madera carcomida.
~ De acuerdo, pero limpiará usted las cagadas de la mula, Don Carlo.
Carlo hizo un gesto de saludo y tragó el culo de cerveza que quedaba en la jarra. Cuando comprobó que el sol estaba puesto, volvió a entrar y balbuceó:
~ Siempre es un placer tratar con usted, Miguel.
Cogió su pequeño ukelele y trazó una línea recta con sus pasos, marcando un ritmo constante.
Carlo es desconfiado, un lobo solitario. Siempre camina acompañado de su ukelele y de su más fiel amigo: un estilete de cobre. Más de una vez le ha causado algún que otro quebradero de cabeza. Y no es porque hable ni nada parecido. Más que quebraderos de cabeza son fisuras en el filo. Se ha gastado más de quinientas monedas en ese estilete. Pero nunca le defrauda. Con él ha quitado la vida a más de un centenar de personas. Y es por eso por lo que las aventuras de Carlo el Juglar son famosas. Miles de juglares cuentan sus hazañas en todos los poblados del reino. Y esta es su historia.
