Autor Tema: [Fan fic] Pokémon: Bélica  (Leído 1111 veces)

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Maxter_g

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[Fan fic] Pokémon: Bélica
« en: 23 de Febrero de 2012, 08:27:24 am »
Este es mi fanfic, ambientado en una guerra entre regiones del mundo Pokémon.

Espero puedan comentar en el tema correspondiente, que está en el siguiente link: http://www.pokexperto.net/foros/index.php?topic=27686.0


Pókemon: Bélica

Capítulo 00
Spoiler: mostrar
Capítulo 00: Arribo agitado

La emboscada era perfecta… ningún imprevisto podía vencer esa convicción.

El escuadrón era el más rápido que podía formarse en todo Hoenn. Los Carvanha que se reclutaron para la misión pertenecieron a nadadores profesionales. Los Pelipper fueron capturados en los acantilados de Ciudad Evergrande. En cuanto a él y sus hombres, el haber sido seleccionados para la operación lo decía todo. Era imposible que se retrasaran. De hecho, no lo hicieron.

También poseían el factor sorpresa. Un Castform se encargaría de producir la lluvia que les ocultaría de los ojos y los oídos enemigos.

Incluso poseían valiosa información sobre el capitán enemigo: de los tres Gyarados que escoltaban su flota, había uno que podía realizar ataques de tipo eléctrico. Esa sola ventaja de los continentales podría bastar para diezmar al escuadrón hoennio. Pero hasta ese elemento estaba bajo su control.
Cada Pelipper traía un Voltorb en la bolsa de su pico. Una vez dejados caer, estos debían lanzar sus descargas eléctricas antes de llegar al agua. Luego de eso, al tocar cualquier superficie, explotarían. Así no sólo dañarían los barcos y a los escoltas, sino que también crearían el alboroto necesario para que él, montado en su Sharpedo, lograra atacar al Gyarados principal. Usaría el colmillo de hielo. Una vez que esa amenaza quedara fuera de combate, los Carvanhas terminarían de destruir todo lo que quedara…

Avistaron la flota a poca distancia. El ángulo para interceptarla no era el ideal, pero podían confiar en la gran velocidad con que la asaltarían. Le ordenó al Castform que se alejara de la acción sin detener la lluvia. Luego de eso dio la orden general de ataque.
Cien Carvanha, veinte Pelipper y cinco Sharpedo, montados por el comandante y sus cuatro mejores hombres, se abalanzaron sobre el flanco derecho de la flota.

Segundos antes del choque, un destello pálido seguido por un trueno ensordecedor los hizo agachar la cabeza. Entre graznidos de agonía, la formación de los Pelipper quedaba partida en dos. A pesar de estar a punto de embestir uno de los barcos, el comandante volteó instintivamente la cabeza y alcanzó a ver cómo caían en picada, humeando, al menos la mitad de las aves. Pensó en lo desastroso que sería para los Carvanha que los Voltorb les cayeran encima, pero la repentina sumersión del Sharpedo lo sacó de sus cálculos. Bajo el agua, escuchó crujir el casco de un barco al ser golpeado por los otros Sharpedo. Los reiterados centelleos de luz desde la superficie le recordaron la prioridad: eliminar al Gyarados principal.
Divisó las colas sumergidas más allá del siguiente barco. Maniobrando con la aleta dorsal de su montura, se dirigió hacia ellas. Cuando ya estaba listo para darle la orden de ataque al Sharpedo, vio algo que lo dejó helado: había cuatro colas. Los espías hablaron de tres Gyarados, pero resultó haber uno de más. No había tiempo que perder. Cuando vio que dos de ellos se sumergían completamente, los descartó. El que realizaba el ataque eléctrico no dejaría su puesto en la superficie al principio del enfrentamiento. Con el aquajet del Sharpedo esquivaron al primero y derribaron al jinete del siguiente en un mismo movimiento. En menos de cinco segundos, ya daba la orden para atacar con colmillo de hielo al tercero.
La fuerza del ataque fue tal, que llegaron a salir del agua por unos instantes, con el cuerpo del Gyarados entre las fauces heladas del Sharpedo.

Apenas se volvieron a sumergir, un destello inundó al pokémon recién abatido y dio paso a su transformación en una masa pequeña, sin forma definida, de color rosado. El comandante, estupefacto, no dejó de mirarla, mientras se deslizaba lentamente del lomo de su Sharpedo en movimiento. Cayó hacia un costado, como desmayándose en cámara lenta, con los brazos lacios y la vista fija en esa figura informe que flotaba hacia la superficie, mientras él bajaba lentamente. Vio un destello fulgurante que alcanzó al Sharpedo cuando éste se disponía a volver a recogerlo. Luego, la superficie cubriéndose de bultos inertes. Apenas reparó en el sonido de las explosiones, cada vez más amortiguado. O en los destellos, que se iban oscureciendo. Lo último que pasó por su conciencia, fue que la emboscada era perfecta.


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Quiero distraerme, por eso echaré mano de mis recuerdos más cálidos: los viajes que hacía mi padre cada año a Kanto.

De toda la mercadería que traía de sus viajes al continente, la que más esperábamos nosotros, los jóvenes del pueblo, eran sus historias.
Nos contaba sobre aldeas enormes, donde multitudes de gente vivían en torres y caminan junto a senderos grises, anchísimos, hechos de una piedra líquida que después de secarse podía soportar el paso diario de filas y filas de carretas metálicas.
Luego de describir las “modernidades”, como las llamaba él, hablaba sobre ese extraño deporte que practicaban a nivel nacional, en el que hacían luchar entre sí animales especialmente entrenados para ello. Lo único parecido que nosotros conocíamos directamente eran las peleas de Poochyena, que terminaron siendo prohibidas en la aldea, por fomentar el vicio de la apuesta.

Curiosamente, a pesar de que todas esas cosas de las que hablaba eran como de otro mundo para nosotros, la esencia de sus historias no eran las maravillas de que trataban, sino la forma en que las contaba. Me di cuenta de eso después de intentar varias veces narrar sus historias más nuevas a mis amigos del pueblo vecino. No era que no lograra entretenerlos, pues mi versión era la única oportunidad que tenían de escuchar la primicia; la versión original les llegaba días después, cuando mi padre pasara por sus casas visitando a quienes le habían encargado productos del continente. Lo que me incomodaba era la sensación de vacío que me producía contarlas, como si la historia solamente saliera de mi boca y se fuera en línea recta hasta sus oídos. En cambio, escucharlo a él era como percibir con todos los sentidos algo que transmitía con todo su ser. Cuando le dije que él debía tener un talento especial para eso, me respondió con la modestia que recuerdo desde mis juegos de niñez: “Nada de eso. Simplemente, yo tengo la ventaja de haber visto esos lugares con mis propios ojos y haberlos pisado con mis propios pies”.

Todavía me emociona pensar que, de todas las palabras que oí de él, fueran las más casuales y libres de maravilla las que bendeciría y maldeciría tantas veces; las que sobrevivirían la indiferencia de mi conciencia y, aun así, seguirían resonando desde mis profundidades para materializarse por debajo de mis acciones, latentes, ocultas como un cardumen de Carvanha bajo una ola oscura… lo siento, futuro lector, por mezclar las cosas. Arrancaría con facilidad esta hoja, que por ser la primera no dejaría rastro. Pero me comprometí a escribir de la forma más sincera posible. Que este diario sea al menos mi reducto de franqueza, la bocanada de aire puro que limpie mi cabeza de los vapores embusteros respirados en esta guerra desquiciada…
Ayer nos atacó un grupo de asalto profesional, muy probablemente tropas de elite de la Armada Hoennia. Nos emboscaron a unas pocas horas de llegar. A juzgar por su composición, tenían muy claro su objetivo: venían a despejar el camino para una ocupación de las islas.
Si no conociera el clima de estas costas, no habría notado lo de la lluvia falsa. Por suerte eso nos alertó de la emboscada. Con todo, no tuvimos pocas bajas. Hay casi veinte pokemon heridos, entre ellos un Ditto que robé de un laboratorio antes de zarpar de Kanto. Por el momento, dejamos a los Voltorb hoennios arrumbados en uno de los barcos. Si logramos que el Abra del cocinero evolucione, podríamos inducirlos a cambiarse de bando. Nos serían útiles en caso de tener que defender la isla. Todo nos va a ser útil si Hoenn se empecina en tomar este lugar.
El resto de la Marina Continental sigue asegurando posiciones en las islas más al norte. No sé cuánto se demoren los refuerzos. De todas las Islas Sevii que se tiene planeado asegurar, esta es la última. Espero que para nuestros enemigos sea así también.





Espero sus comentarios y críticas
http://www.pokexperto.net/foros/index.php?topic=27686.0
« Última modificación: 23 de Febrero de 2012, 08:34:21 am por Maxter_g »



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Nuevo capítulo
« Respuesta #1 en: 27 de Febrero de 2012, 01:02:00 pm »

Capítulo 01
Spoiler: mostrar


Capítulo 01: Golpe a la cátedra


Gustav bostezó y estiró los brazos como si estuviera en su casa. Volvió a apoyar el codo en el pupitre y dio vuelta la hoja. Por fin, solo le quedaba responder la última. La miró por unos momentos, sin leerla. De todo el examen, era la única pregunta escrita a mano.

“Indique las razones por las que el uso de pokébolas se considera desventajoso en el contexto bélico.”

A continuación, tres líneas para responder. Gustav se preguntó si con eso su instructor quiso insinuarle que las razones eran tres. De ser así, tendría que morderse la lengua la próxima vez que quisiera pedir ser subido de curso. Conocía, con seguridad, solo dos razones.

Ahora que lo pensaba, había hecho un mal movimiento. Debió sospechar cuando el instructor le planteó ese “desafío”. Una pregunta extra para todos los exámenes restantes… por supuesto que el maldito no se arriesgaría tantas veces a ser vencido por un alumno. Tan solo aprovecharía este primer examen para silenciar la boca insolente que subestimaba el nivel de sus clases. Tenía que ser así. Lo de las tres líneas no era un distractor.

Escribió lo que sabía rápidamente.

“1. Merman la lógica de grupo al individualizar demasiado a cada pokémon. Está demostrado que se desempeñan mejor en forma colectiva y genérica.”
“2. Al subordinarlo a un sujeto específico, reducen la versatilidad del pokémon en el ámbito operativo. Lo condicionan a obedecer las órdenes de dicho sujeto en particular.”

Miró la línea restante en blanco. No se contentaba con dejarla así.

“3. En cuanto al punto anterior, existe una excepción: un comandante de unidad puede aprovechar el liderazgo que ejerce su pokémon sobre las demás criaturas del grupo. En este caso, el vínculo unívoco entre ambos se torna beneficioso; por ejemplo, para efectos de moral o situaciones improvisadas.”

Cuando entregó la hoja, miró con atención el rostro del instructor. Se guardó para sí la risa que le produjo ver que se sorprendía. Claramente no esperaba tres razones.

Al salir, pateó la primera basura que encontró en el pasillo. Sabía que la tercera respuesta no contaba como buena, pero al menos le había dado al hombre un susto.

Los quince minutos que esperó a que sonara el timbre, se los pasó pensando en la condenada pregunta. Ahora tocaba la clase práctica, generalmente el clímax de su día. Hoy no podría sacarse la espina del cerebro hasta llegar a su casa. Entró al gimnasio automáticamente.

El grito del entrenador lo sacó de sus cavilaciones.
-¡Vamos, vamos, que tenemos poco tiempo! ¡Tú, el pensativo, trae el cajón de la pokébolas!

Como activado por un botón, fue y volvió trotando con los artefactos.

-¡Cada pokébola tiene un número, recuerden que ese es el nombre del respectivo Smeargle! ¡Tomen cinco! –vociferó el entrenador.

Gustav pensó en preguntar por qué salían de una clase teórica anti-pokébolas para hacer lo contrario en las prácticas, pero recordó que solo su examen había tenido esa particularidad. Se dirigía a su cabina, cuando un compañero preguntó retóricamente por qué tenían que usar Smeargles. El entrenador respondió con todo el poder de su garganta.
-¡Porque no podemos darnos el lujo de malgastar nuestras unidades más competentes en una instrucción tan básica! ¡Y lo mismo va para el tiempo!

Gustav liberó a los cinco pokémon y revisó sus números: “11, 12, 13, 14 y 15”. Los Smeargles se posicionaron al comienzo de una especie de pasillo ancho con paredes de vidrio. Detrás de ellos, se ubicaba la cabina para dar las órdenes. En el otro extremo del corredor estaba la cabina del contrincante. Vio que le había tocado con Mike, uno de sus amigos.

-¡Traten con cuidado los artefactos! ¡La “Silph & R Corp” no regala nada!

Se concentró en los Smeargles. Cada uno debía poseer ataques de tipo fuego, agua, tierra y eléctrico. Por ahora, el objetivo de los ejercicios era aprender a anular ofensivas. Una vez que se adquiría soltura en eso, implementar las teorías sobre debilidades y resistencias era fácil.

-¡Comiencen!

-¡Once, Doce, Trece, Quince, lanzallamas! –ordenó Gustav, con prontitud -¡Catorce, rayo!

-Este… ¡Chorro de agua! –gritó Nick, turbado por la combinación. Al segundo siguiente, agregó: ¡No, espera, Siete, disparo de barro!

El Smeargle aludido cambió la sustancia que lanzaba justo en el momento en que chocaban los ataques. El fuego cedió terreno al agua, mientras el ataque eléctrico era conducido por esta, en sentido contrario, hacia sus blancos. El Smeargle del barro fue el único que no se electrocutó.

-¡Lo que Gustav acaba de hacer se llama “vacunar” la ofensiva! –indicó el entrenador -¡Sin embargo, en esta situación un ataque conjunto de tipo tierra basta para contrarrestarla!

Gustav pensaba que en un enfrentamiento real, consejos como ese servían poco. No por experiencia propia, sino gracias a su hermano mayor, que trabaja hace un par de años en las fuerzas continentales. Él no pasó por una academia. Aprendió las nuevas formas de lucha a medida que se iban descubriendo. De hecho, participaba en el conflicto desde antes que se convirtiera en una guerra con todas sus letras.

-¡Lo importante es la sorpresa, Nick! –le gritó a su amigo -¡Sorpréndeme!


*   *   *


Después de clases, no se quedó a charlar con nadie. Quería aprovechar de caminar solo a casa, quizás así se iluminaba acerca de la pregunta capciosa. Con el tiempo, el recorrido desde Cianwood a la Reserva se le había hecho automático.

[Nota: “Reserva Baoba” es el nombre que tiene la Zona Safari de Johto en la época en que transcurre la historia]

Deliberadamente, caminó más lento para disponer de más tiempo libre. Al llegar a casa era probable que su padre le pidiera ayuda con los quehaceres en la portería. Últimamente, había muchas reglas que cumplir para poder acceder a la famosa Reserva Baoba. Su padre trabajaba ahí desde antes de la guerra, y debido a su edad le costaba adaptarse a todos los nuevos protocolos de seguridad. Si no vivieran justo en la entrada, no valdría la pena que se desempeñara en lo mismo a estas alturas.

Gustav iba absorto en sus consideraciones, cuando una lluvia de guijarros fue desprendida del cerro que bordeaba el camino. Cubriéndose la cabeza con la mochila, miró hacia la cima y vio una nube de tierra que bajaba con voracidad por la falda y se alargaba en punta hacia delante, como una avalancha. Se puso a cubierto al otro lado del camino, y cuando la ola térrea ya llegaba a la vía, distinguió a varios Arcanine deslizándose de lado y a gran velocidad ladera abajo, dejando detrás una densa estela de polvo. Las rocas gigantes que veía rodar junto a ellos eran en realidad los Graveler, Sandslash y Donphan, rebotando como meteoros que no se resignaban a aterrizar. Flanqueando la nube terrosa y describiendo zig-zags vertiginosos, iban los Vaporeon, Jolteon y Houndoom, que por sus colores vistosos resaltaban contra la tormenta de gravilla y el fondo agreste.

Cuando vio a su hermano montando el Arcanine más adelantado, se apresuró a gritarle y hacerle señas con los brazos, saltando como un loco. El aludido miró hacia él sin detenerse y le dio una orden breve a la criatura. Haciendo un viraje repentino, el pokémon cambió su trayectoria y corrió hacia Gustav.

Al detenerse frente a su hermano menor, Sigmund le hizo un gesto áspero con el brazo.

–Sube rápido –le dijo, con la boca cubierta por un trapo sucio –. Están invadiendo la Reserva.