El profesor seguía colocando los relatos que sus alumnos habían escrito en el tablón de anuncios. Eran muchos, más de los que él creía que tendría. Todos estaban ansiosos por ver lo que el resto había escrito, y según el profesor todos podrían votar para determinar la nota de los demás. Un sistema injusto, decían algunos, pero los que más amigos tenían se sentían muy seguros, sabían que no leerían lo que habían hecho, con sólo ver su nombre su nota aumentaría cada vez más y más. Todavía estaban esos que esperaban por un trato justo, pero viendo que todos los populares sonreían sus estómagos se sentían mal, muy mal, deben admitir.
Era un día caluroso, como en el que se les asignó aquella tarea. Era el último al que tendrían que asistir, y de resto serían vacaciones. ¡Qué emoción! Al final del día tendrían las notas definitivas de esta materia, y además podrían recoger las notas del curso. Ah, podían oler el verano acercarse. Tan sólo un día más con ese profesor...
Finalmente, el hombrecito salió de la sala de profesores -la cual había sido tomada para esta evaluación- y anunció a los alumnos que esta evaluación no sería como creían.
- Los relatos estarán puestos sin orden alguno. Es decir, no se tomará en cuenta el orden de llegada o los títulos. Además, no tendrán el nombre del usuario que lo envió. Esto con el fin de tener una competencia justa eliminando los votos de las personas que se llevan bien entre sí.
- Como se especificó antes, todos los que enviaron un relato están obligados a votar. Aquellos concursantes que, sin embargo, no pudieron enviar su entrada, no tienen que votar, pero si quieren, pueden.
- El plazo para enviar un voto es de tres semanas. Eso es, desde hoy 12 de julio, hasta el 2 de agosto del año en curso.
- Pueden votar como máximo a dos relatos. Para ello, escriban el número del relato -serán puestos a continuación- y den una pequeña reseña de por qué quieren darle su voto.
- Para finalizar, el ganador del concurso se llevará la Cinta Historia y, junto al segundo y tercer lugar, un puesto en el Hall de la Fama Pokéxperto de Literatura y Fanfiction.
Los relatos
Alan recogió con mirada absorta la última de las flechas antes de meterlas en su carcaj correspondiente. Satisfecho con su labor, se puso en pie y se disponía a llevarlos a su lugar, junto con los arcos que los hombres del príncipe habían estado usando en el entrenamiento vespertino, cuando una mano se posó sobre su hombro. Sobresaltado, dejó caer su carga, al tiempo que se volvía.
-¡Ah! -Caelyn, una kael'athur del ejército, se echó hacia atrás ante su repentina respuesta-. Perdona, Alan, no quería asustarte. Su alteza me encargó que te diera este mensaje -rápida como el rayo, la joven deslizó un trozo de pergamino lacrado en uno de los pliegues de su camisa y desapareció.
Ya estaba el príncipe con sus jueguecitos... -rió el chico, sacudiendo la cabeza mientras recogía las desparramadas armas-. Si quería decirle algo a uno de sus sirvientes, hubiera bastado con enviar con la nota a un simple mensajero, ¡no a un miembro de la orden de los mejores espías del Imperio! Pero la familia real siempre había tenido ciertas... particularidades en lo tocante al uso de sus privilegios. Y, si Su Alteza Imperial el Serenísimo Príncipe Tristán deseaba encontrar otro trabajo a sus subordinados en tiempos de paz, ¿quién era él para contradecirlo?
<<Por lo que a mí concierne, podría encontrarme trabajo a mí quitándole las botas>>
Unos minutos más tarde, en la soledad del cobertizo donde se guardaba el armamento, Alan se sentó sobre un cofre destartalado y rompió el lacre del mensaje con las uñas. Alisando cuidadosamente el pergamino sobre una rodilla vestida por unas calzas de lienzo barato, comenzó a leer:
>>A quien corresponda:
Menuda forma de comenzar una misiva... aunque, bien mirado, no era de extrañar. Alan no podía comprender qué en la manera de comportarse de Caelyn le había hecho pensar que la carta estaba dirigida a él personalmente. Probablemente, el príncipe sólo le había dicho que se la entregara al primer criado localizable.
>>Pese a la poca anticipación de este aviso, confío en que sabrás complacerme. Necesitaré de tus servicios esta noche, después del cambio de turno de los guardias que tiene lugar cuando se apagan las antorchas de la tienda oeste. Estaré en el claro alrededor del tocón cortado. No tardes.
Tristán, segundo príncipe de Ekleia
Bien, si antes había creído que los nobles, y muy especialmente, la realeza, habían perdido hace mucho el contacto con el mundo real; ahora tenía la prueba fehaciente de ello. ¿Qué, en nombre de las cinco divinidades del mal, podía querer de él su amo y señor a horas tan tardías en un claro que, cuanto menos, distaba doscientos metros del campamento principal? Pero lejos de él cuestionar a uno de sus superiores...
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Los pálidos rayos de luna se reflejaban sobre las hojas de los árboles que rodeaban el claro que Tristán había es cogido. Apoyado en el tocón hendido, el príncipe observó con satisfacción cómo una silueta se perfilaba entre los troncos y se acercaba lentamente, hasta detenerse a unos pasos de él y echar rodilla a tierra.
-Alteza...
Una sonrisa iluminó sus habitualmente severas facciones.
-Levántate, Alan -no le pasó inadvertida la sorpresa del chico al ver que conocía su nombre-. Es ya pasada la medianoche y, como comprenderás, estoy para pocas formalidades-. Al no obtener respuesta, se animó a proseguir-. Soy un soldado, Alan. Un guerrero, no un cortesano. Suelo conseguir lo que quiero sin hipocresías ni medias verdades. Por eso te he hecho venir.
Alan lo miró, vacilante.
-Y... ¿qué queréis, alteza?
Tristán sonrió, se acercó a él, levantó su cara y acercó sus labios a los suyos.
-Sólo lo que tú quieras darme.
Agonizando bajo la lluvia
El viajero, que respondía al nombre de Hathan, se escondía bajo las cornisas de las casas, salpicadas de luz gracias a los candiles de aceite que estaban colgados de las paredes aquí y allá; así se protegía, al menos, de la lluvia que caía sin piedad, golpeando contra el pavimento adoquinado en aquella calle que, de noche y con la espesa cascada de agua que nublaba totalmente la visión.
Desesperadamente buscaba algún edificio que desprendiese alguna luz, pues eso le daría a entender que era una posada. No quería pasar la noche al raso, no debía hacerlo, ni tener que salir de la ciudad, a buscar refugio en un bosque que no le era conocido fuera de los caminos, en el cuál aunque encontrase una cueva no sería capaz de encender un fuego porque sus aparejos se habían mojado.
Tras un tiempo indeterminado en el cual, por culpa de la lluvia y el viento en contra, apenas recorrió tres calles al contadas, pudo ver un cartel metálico con una especie de cabeza de lagarto metida en una marmita. Encima, unas letras talladas sobre el metal le decían que se encontraba en la posada de El Dragón Cocido. Sacando fuerzas de flaqueza pese a las horas de caminata sin descanso y al tiempo que le entorpecía, se apresuró a llegar a la puerta de la posada, que estaba a unos cinco metros. Pese a la proximidad, le costó bastante llegar hasta la puerta de la fonda, recorriendo los cinco o seis escalones en lo que se le antojó un esfuerzo titánico
- ¿Quién va? – preguntó el posadero al escuchar los golpes de Hathan, que sonaban fuertes en la puerta de madera maciza pese a su evidente falta de fuerza
- ¡Necesito hospicio…! – exclamó, agarrándose con firmeza al armatoste, pues el viento amenazaba con llevárselo por los aires. El posadero abrió la puerta.
- Pero… ¡Por todos los dioses! ¿En qué estás pensando saliendo con este tiempo? – el ventero, un hombre de unos cincuenta años bastante bien llevados, se apresuró a arrastrar a Hathan hacia dentro para que no se fuese el calor, negando con reproche.
Una vez dentro, Hathan se dejó caer en el suelo de madera, y por poco no cayó rodando por los escalones que daban entrada a la primera sala del mesón.
- Veo que no tienes fuerzas ni para responder, joven… - el viejo no se preocupó por Hathan; simplemente se dirigió a la cocina y le trajo su cena: pan, carne seca y cerveza aguada, ninguna de las tres en gran cantidad -. No tengo nada más que ofrecerte, y tampoco tengo habitaciones, por eso hoy dormirás en el establo. En un rato tendrás todo lo necesario. Ya arreglaremos cuentas mañana por la mañana. Levántate y come - le ordenó el horondo tabernero, y Hathan obedeció como pudo.
- Se lo agradezco - declaró el viajero, con las manos apoyadas en la barra.
- No hay de qué. Soy un posadero y mi deber es abrir la puerta a todo aquél que llame. Ahora ve a descansar, estoy seguro de que lo necesitas. Buenas noches.
- Buenas noches, señor – se despidió Hathan, dirigiéndose a los establos. Guiándose por el olor, supo dónde estaban sin las indicaciones del viejo.
En el establo vio perfectamente el lugar donde debería dormir, pues había encendido un pequeño fuego. Al lado del fuego había un cubo de agua, pero Hathan no lo empleó, simplemente apartó los maderos que aún estaban sanos y dejó que el fuego consumiera el resto. Se desnudó, se tumbó en el heno y se tapó con la manta sin siquiera desnudarse. Mañana sería otro día.
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Oía bailar a los espíritus con una celeridad sorprendente a pesar de que el día que se pronunciaba hoy era triste. Triste para los vivos, para aquellos que tienen corazón, para aquellos que sienten emociones. Pero la empatía no es la cualidad más trabajada de los espíritus, ellos se reían de los seres vivos a los que su Dios les abandono, a aquellos a los que condeno a un futuro oscuro. La pista de baile estaba decorada de todo tipo de cuerpos, cuerpos destripados y muchos más. Era una fiesta de carne, sangre y desesperación, los cuerpos que tenían cabeza se levantaban, anunciando una era. Una era en que los muertos gobernarían y los vivos serían asesinados y devueltos a una vida guiada por los instintos asesinos.
Un día...
El hombre despertó cubierto de paja y heno. Sus manos estaban atadas al árbol que había detrás de él, por lo que no pudo sacudirse toda la porquería que tenía encima y decidió gritar para ver si alguien le escuchaba y acudía en su ayuda. Pero nadie le hacía caso alguno. Así que, derrotado, se volvió a arrodillar sobre los sacos de cereales y alzó la vista. Al ver que no había nadie se tumbó durante cinco minutos y repitió el proceso. Pero no había ni una sola persona. El hombre hizo esto varias veces sin obtener nada. Tras varios intentos en vano, se acurrucó cerca del tronco donde estaba atado y volvió a dormirse.
Amaneció pronto, el hombre aún permanecía dormido. Un anciano se plantó ante él con un lienzo y un caballete que usó para apoyar aquel trasto. Se sentó en una roca y contempló durante horas el dormir del hombre. Sin soltar una palabra. Ni tan siquiera respirar. Hasta qué al fin, despertó. El anciano se tocó la larga y gris barba y se puso en pie. Colocó sobre su pelada cabeza una boina y se armó con un pincel, preparándose así para comenzar a pintar. El hombre, que se había despertado hace apenas unos segundos, le miró con atención.
- ¿Es usted el que me ha amarrado al tronco de esta encina?
El viejo carraspeó y se limitó a sonreír, como si la respuesta fuese obvia. Sin haber cogido nada de pintura comenzó a frotar el cuadro con ímpetu, muy fuerte, con su pincel. Poco a poco, la copa de aquella encina fue desvaneciéndose. Las manos del joven adormecido, atadas a las ramas, también desaparecieron. El anciano hizo una pausa y miró al joven con unos ojos maquiavélicos, de esos que te intimidan al instante. El hombre intentó gritar, pero una pincelada del anciano sobre el lienzo, le dejó sin labios con los que hacerlo. Así que tras aceptar lo que sería su ejecución, cerró lo ojos e intentó dormirse para no sentir su muerte.[/spoiler]
Aquella lluviosa tarde de Mayo, de nuevo, tocaba ensayo. Los actores, con edades comprendidas entre ventimuchos y treintaypocos trabajaban como locos en aquel teatro con una notable desgana, algo comprensible, siendo viernes, deseaban recoger y acabar pronto.
- Nada, no me sale bien la escena - María, era lo que decía.
Elena evitó reír, ya que creía, que en esto de actuar, María no es que fuera muy buena.
Miguel, que la obra lideraba, les comunicó:
- Mejor que hagamos el último descanso ahora, ensayamos un poco el punto la escena de la habitación, nos ponemos otra vez en acción y recogemos, que no estamos hoy con muchas ganas, así que, una vez hecho eso, todos fuera. - Dijo él.
Marcos se rió por lo bajo, sabe que a Miguel, en mandar es un experto, pero a la hora de actuar, se escaquea el primero. En la obra tenía un papel prácticamente anecdótico, de hecho.
Durante el descanso, evitaban hablar del trabajo, es importante desconectar, aunque sean unos minutos nada más, es lo que opinaban, ese día, tampoco mucho había de que comentar.
Por efecto del tiempo, el descanso propuesto terminó, y se pusieron de nuevo a ensayar. Quedando poco para terminar y tras haber estado cuatro horas allí, no se les podía exigir más.
Los actores siguieron actuando, excepto Miguel, que a todos, estaba supervisando.
Tras un tiempo, el momento de terminar llegó. Se pusieron todos a recoger (excepto Miguel, que hacía como que observaba y lo evitó hacer, típico en él)
Acordaron en ir de cena todos, el lluvioso tiempo no daba para más, así aprovechaban las ocho y tantas de la noche que eran.
Estaban ya bajando del escenario para partir, cuando Valentina se puso a decir:
- Esperadme, que, al baño he de ir.
Cuando Valentina volvió, parecía muy nerviosa , de una forma escandalosa llamó a los demás, ni que hubiera visto un fantasma, algo importante tenía que anunciar.
En efecto, dirigió a los demás a la macabra escena que al parecer, acababa de ver. Al lado de uno de los baños y próxima la entrada trasera del teatro, estaba tendido en el suelo de la limpieza el encargado. Sangre se podía ver cerca de él. Desde luego, esa situación, sin dudar, no era muy buena.
Empezaron todos a intercambiar miradas. ¿Quién sería el osado en cometer semejante atrocidad? ¿Sería Miguel, experto en mandar? ¿María, la creída que tenía el ego por las nubes? ¿Elena, que a criticar siempre va? ¿Marcos que, de responsabilidades huye? ¿Tomás, el que apenas se hace notar? ¿Valentina, a la cual le había tocado la china?
Podía haber sido cualquiera de ellos, ya que al recoger, cada uno va por su lado, podría haberlo hecho cualquiera con estar un poco envalentonado.
O haber entrado por la entrada trasera y cometerlo. Casi nunca nadie entra por ella, porque la puerta cuesta de abrir, pero para matar, puede servir. Esos baños tampoco se suelen usar, porque con facilidad se averían, pero son los que pillan más cerca, para urgencias son lo más.
Que jodida había quedado a Valentina la situación, sin comerlo ni beberlo, podía haber sido ella la asesina, y después avisar para escurrir el bulto. Insinuar su culpabilidad no seria un insulto.
Respecto al hombre, era muy directo, y nada se callaba. Aunque era simpático y bien trabajaba.
- ¿Y ahora esto quién lo va a limpiar? - Dijo Marcos con sarcasmo.
- Vamos ya de cena, que la noche llega. - Comentó Elena.
Sin más preámbulos, todos salieron del teatro. María mientras reía, escribió con un lápiz en la pared exterior del teatro mientras pensaba “No me lo creo ni yo”:
Continuará...
Una noche mágica
El ambiente era tenso. La luz de la luna brillaba intensamente en un cielo lleno de nubes, y el viento soplaba haciendo que los rosales se movieran lentamente, mostrando su elegante porte, a la vez que desprendían algunos pétalos rojos que volaban en pequeños grupos. El frío se podía sentir incluso usando ropa abrigada, pero eso no detuvo a las dos figuras que se miraban fijamente en los extremos del bello patio, el cual debemos añadir era demasiado grande. Estaban usando vestidos largos y muy decorados, llenos de volados en tonos oscuros que resaltaban sus figuras. Una de ellas tenía un collar rojizo, el cual brillaba más y más conforme la noche avanzaba. Llevaban haciendo eso más de una hora, quién sabe con cuales propósitos. Nadie más se encontraba en el área, ni siquiera los dueños del terreno. Ya cuando todos en los alrededores habían apagado las luces, las figuras dieron un pasto atrás. Claramente eran mujeres de quizás unos veinte años. Ambas sonrieron. En ese momento, una explosión en medio de ellas hizo aparición.
La primera, de cabello liso y castaño, hizo caso omiso a lo ocurrido y salió corriendo en busca de la otra. Con una mano en el pecho y la otra extendida, estaba susurrando lo que parecía ser un conjuro. Varias palabras incomprensibles salían de su boca. Su oponente no hizo más que extender sus brazos y esperar. No pasó mucho tiempo hasta que la castaña llegara hasta el otro lado del lugar. Gritó a los cuatro vientos:
— ¡Aprendices de Hefesto, acudid al llamado!
Con esto, una horda de caninos en llamas aparece frente a su invocadora. No perdieron el tiempo y arremetieron contra la mujer de collar rojizo. Acercarse, sin embargo, fue imposible. Una barrera color rojo protegía a la señorita que se escondía junto a los rosales. Los canes se disolvieron en humo negro, bloqueando el campo visual de la castaña. Giró hacia los lados velozmente, pero la otra mujer no se encontraba por ningún lado. Entró en pánico: ¿qué pasaría si…?
Se apresuró a ver hacia arriba. Ahí, encima de donde se encontraba, podía ver el brillo del collar fundirse con el resplandor de la luna. Aquella visión, sin embargo, no duraría mucho: una lluvia de esferas con múltiples colores adornaba aquella noche, como si una nube decidiera alegrarla. Aquellas esferas chocaron con el cuerpo de la mujer con más volados en su vestido, dejándola tendida en el suelo. Suavemente empezó a levantarse, mas su rival no le daría tal privilegio: como ella al inicio, recitaba un conjuro susurrando. La única diferencia que podía apreciar era que en lugar de una mano, eran dos las que estaban en su pecho. Un hechizo fuerte, pensó. Tan rápido como pudo, recitaba otro.
— ¡Aparezcan, pléyades, y llenen el cielo con su bendición!
Respondiendo a su llamado, siete luces aparecieron en el cielo. Las nubes les hicieron espacio, intentando no ser un estorbo. En lugar del azul que las caracterizaba, las hermanas mostraban un tono cobrizo. Sus risas llenaron el silencio que tanto atormentaba a la mujer en el suelo. Bajaron con fuerza, brillando más, liberando energía. La primera que impactó en su cuerpo se evaporó como los canes que antes aparecieron para ayudarla, y el resto siguió su ejemplo. Otra vez, el campo se llenó de humo, esta vez blanco. La pelirroja sintió en su cuerpo algo similar a un puñal atravesando su corazón.
“Qué extraño” fue lo último que pudo decir antes de caer. Con tan sólo el chasquido de los dedos de la única que seguía en el cielo, su cuerpo se fue sin más.
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Recuerdos
¿Recuerdas aquel día?
Sí, ese día. El día de tu muerte.
Obviamente, ahora estarás pensando que cómo ibas a recordar tal día, ¿acaso no has muerto? ¿Acaso el recuerdo puede ir más allá de la propia existencia? Y, si has muerto, ¿podrás oír mis preguntas? ¿Cómo…?
Te lo explico: has muerto, para nacer.
Tu mente, tu alma o como quieras llamarlo, ha sido rescatada. No por Dios, jeje, no. Eso es lo que desearías. No estás en el cielo, ni en ningún otro lugar místico lleno de vírgenes. Tampoco en el purgatorio. Ni en el infierno. Aunque pronto comprenderás que, si a algo se parece tu futura existencia, es a esto último.
Eres ahora víctima de tu propia existencia. Tus obras, tus victorias, tus amores y traiciones, te acompañarán por siempre. Sobrevives con ellos, en el recuerdo de tantos conocidos.
Aclarado el motivo de tu cruel permanencia en este mundo, te repito la pregunta: ¿recuerdas aquel día? Sí, ya, el de tu muerte. ¿No respondes? Perdona, se me ha olvidado: no puedes hablar. Piénsalo, mejor. Así.
Bienvenido al mundo de las sombras. De los espíritus. De las ánimas errantes eternamente en este mundo infecto lleno de pústulas que se consideran seres inteligentes.
Porque ahora entenderás el resultado de tus acciones. Todo cuanto has hecho, sus consecuencias, pasarán ante tus ojos. Pasarán inadvertidas seguramente. O, quizá, sean recordadas durante un tiempo, para luego desvanecerse entre las dudas, las manipulaciones y los errores.
No, no te resistas. Me da igual que parte de tu obra figure por escrito, en imágenes o de cualquier otra forma. Mi poder es el tiempo. El tiempo acaba con todo: los papeles se deteriorarán, los formatos de imagen se volverán anticuados. Y, así, tu recuerdo se irá borrando, lenta pero inexorablemente, de la mente de tus conocidos.
¿Aún no sabes quién soy? Perdona, qué olvido. Soy yo, el olvido.
¿Te sigues resistiendo? Haberlo pensado antes. Tu irrelevante vida será olvidada con tanta facilidad como el titilar de una llama en una hoguera: una de tantas, de casi igual forma, color y olor que el resto en cualquier otro fuego. Indistinguible y, por tanto, desechable.
Lo siento, ya es tarde. Tu vida ya ha terminado. Lo sé, es cruel que te digan esto cuando el juego ha terminado. ¿Qué habrías podido hacer de haberlo sabido antes? No te preocupes, te respondo: nada.
Puede que en tu existencia hubieras podido hacer algo relevante: algo digno de ser recordado por toda la humanidad. Como exterminar a millones de judíos, o inventar la penicilina. Como fundar una religión, o inmolarte por ella. Bueno o malo, el resultado final es el mismo.
Oh, sé que algunas cosas se recuerdan durante milenios, pasando de padres a hijos por la siempre mutable tradición oral, mediante inexactos escritos y sus aún más inexactas traducciones. Mediante libros. Prensa, audio, vídeo. Internet.
Pero yo llevo aquí mucho más tiempo. Y, sorpresa, tengo todo el tiempo del mundo. Mi arma es infinita. Porque, en términos estelares, un milenio es una pequeña gota microscópica en un enorme océano.
Qué irónico que siempre os olvidéis de mí en vuestros pensamientos. Doblemente irónico, en realidad. Bueno, te dejo, tengo otros seres que atender. Ya te diré cuáles, si los recuerdo.
Por cierto, ¿te dije cómo me llamaba? Seguramente lo he olvidado, qué cabeza la mía. Disfruta de la eternidad, si puedes.[/spoiler]
Había una vez, una joven de cabellos rojizos a la que llamaban Diane. Dirigía una pequeña tienda en lo largo de la calle, en la que todos los días entraban hombres y mujeres para curiosear la variedad de productos que ofrecía. La vendedora había sido dotada de belleza e inteligencia, así como de una labia pícara y astuta que la ayudaba siempre a obtener todo lo que se propusiese y con quien quisiese.
Todos los días salía a trabajar temprano. Saludaba con un tono alegre a los clientes y les observaba como merodeaban entre sus productos. De vez en cuando, se paseaba y preguntaba si deseaban alguna cosa u otra, aunque solo fuese para engatusarles más a la compra. Si algo había en el mundo que realmente amase Diane, era el dinero. El tintinear del oro en sus bolsillos le producía el mayor placer que pudiese existir.
Dianne pudo ver cómo una señora se debatía por la compra de una exclusiva vasija de plata. La clienta se mostró amable, y le confirmó su intención de llevársela. Aun así dudando, preguntó el precio.
“Pues son cien monedas de oro” –Le dijo poniéndose el dedo índice en la barbilla, sonriente.
La clienta, decepcionada, preguntó si podían ponerlo más barato, pero la vendedora lo negó todo. Le ofreció la venta otra vez, insistiendo, pero esta vez, con el tono suave y adorable del que solía poner ella con los clientes difíciles. Al final, cedió. Mientras que la clienta se llevaba la vasija, Dianne no pudo evitar pensar que aquella vasija valía realmente setenta, y no cien, monedas de oro.
“¡Vuelva pronto!” Le despidió mientras salía.
Aquella señora no era un caso especial. Dianne siempre empleaba trucos y engaños para siempre conseguir un pellizco de oro más. Hombres que caían en sus atractivos, y mujeres derrochadoras o caprichosas. Ninguno escapaba. A fin de mes, Dianne ya tenía una fortuna en ingresos.
Un día, una canosa anciana se pasó por su tienda. Ataviada con un manto negro y bastón, de edad bastante avanzada, caminaba por la tienda con lentitud. Qué aburrida era aquella señora, aunque quizá fuese una adinerada que no supiese mucho de los precios de la cosas... Requiriese o no paciencia, era un cliente más. Al fin, la señora avanzó hacia ella, y preguntó con educación el coste de un simple manto para ponerse. Dianne, Tratándola educadamente y con cortesía hacia alguien mayor, elevó su precio a más de lo normal, ofreciendo falsos argumentos y comentarios. La anciana lo negó, y estuvo dispuesta a regatear, pero Dianne siguió subiendo el precio.
Dianne, al ver que la señora se negaba a comprar el manto, la echó de la tienda con delicadeza. La pobre vieja, decepcionada por aquella acción, le maldijo con frialdad. Le prometió, que todo lo que ella tanto adora quedaría destruido en el futuro, y que pronto se arrepentiría de la avaricia que le corroía, pero Dianne no la hizo caso alguno.
Meses después, Dianne continuaba engañando a sus clientes. Hasta que un día, de camino al trabajo, descubrió una muchedumbre de gente observando su tienda. Todos estaban apiñados y, ella, decidió adentrarse entre ellos.
Su tienda estaba ardiendo en llamas.
Una columna de humo negro llegaba hasta el cielo, y las proximidades emitían un suave calor. Dianne sumió en la locura al verlo: Su tienda… su preciada tienda.
Se giró hacia el montón de aldeanos: Antiguos clientes a los que ella había engañado, uno a uno, para ganar dinero. La vendedora sintió que sus miradas se clavaban en ella como púas, mientras que lloraba y lloraba. Entre aquella gente, una anciana de manto negro la observaba, sonriente ante el final de una promesa olvidada.
El verdugo
Tras los últimos destellos de luz, que conseguían burlar las cortinas y persianas del salón, sonó el timbre de la puerta. Curioso, puesto que no esperaba ninguna visita, abrí la puerta sin ninguna precaución, encontrándome tras ella, un desagradable destino.
Justo después de abrir la misma, se abalanzo sobre mí un tipo alto, de color y de fuerte musculatura, este tenía entre sus manos un hacha. Aprovechando mi sorpresa, logró asestarme un golpe no muy certero en el brazo, pero permitiéndole así, mi retroceso y su posterior intrusión en casa.
Palpitando por la situación, no pude evitar ver como transcurría mi sangre a través de la hoja del hacha. Este, al ver mi cara, soltó una sádica sonrisa. La cual me puso en lo peor, su único objetivo, era matarme.
Corrí lo más rápido que pude y con algo de suerte, logré refugiarme tras la puerta de roble, de la habitación de mi casa. El tipo, del cual desconocía su nombre, no hacía más que reírse, mientras que subía lentamente por los chirriosos peldaños de la escalera.
Para mi desgracia no tenía teléfono alguno a mi alcance y por anteriores reformas, todo grito que diera, quedaría en el olvido…
Cuando empecé a ver, como la puerta iba cayendo poco a poco ante el hacha, ya tenía una cosa clara, era mi fin.
Ahora, justo antes de que la puerta termine de ceder, dejo un mensaje en un pequeño papel que encontré en la mesita de noche:
Es preferible vivir y sufrir, que nunca haber vivido.[/spoiler]
El Doctor Maravillas
Hace muchos años, en un tranquilo y apacible pueblo cuyo nombre se ha olvidado ya, aconteció una curiosa historia con un risueño e inteligente doctor como protagonista. Estaba el buen doctor sentado en su butaca preferida, preparando un remedio casero contra el catarro, cuando alguien llamó a su puerta. -¡Toc, toc!-. El Doctor, que no estaba acostumbrado a las visitas a esas horas de la noche, se levantó de un salto. Abrió la puerta sin dilación, y se encontró de frente a un joven atractivo, conocido en el pueblo por ser algo lento de pensamiento. Tenía el pelo negro y rizado, y una nariz algo grande en comparación con el resto de su cara. A su lado se hallaba una mujer de mediana edad, morena, algo canosa ya, de cuerpo atlético y pechos tungentes. Era la prostituta de la aldea. -¡Doctor!- Gritó con voz aguda y hasta desagradable. -¡Tiene que ayudarme!- Sus ojos reflejaban terror y miedo, y el joven también estaba fuera de sí. Poco podía imaginar el Doctor J. M. de Chevalière que su rutinaria y apacible existencia iba a alterarse de manera inexorable y permanente para el resto de su vida…
-¡Pase, pase, prostitutilla, y siéntese en la camilla!- Apremió el Doctor a la mujer. Tras charlar atropelladamente con el joven, el Doctor pudo entender a duras penas lo siguiente. Estando el joven en momento íntimo previo pago con la señorita Lánica, que así se llamaba, éste sintió que algo –o alguien-, le mordió su miembro más preciado durante el acto. Entonces, Lánica empezó a experimentar unos dolores insufribles en el vientre, tan intensos que no tuvieron más remedio que acudir raudos al afamado Doctor. - ¡Le digo que esta meretriz está embarazada, y su hijo me ha mordido sintiéndose atacado!- Chillaba el joven como en trance. –Eso es del todo imposible- razonó el doctor- y para nada parece algo plausible-. Volvió la cabeza hacia Lánica. – ¡Ábrase de piernas, que para mí son eternas!- comentó ufano el Doctor, haciendo referencia a la considerable altura de la muchacha. Cogió su vaginómetro de plata y se dispuso a inspeccionar el interior de la mujer. Súbitamente Chevalière emitió un débil sonido de asombro. -¡Dios mío! ¡Usted pensará que mi cabeza está del revés! Pero dentro de su vagina… ¡Hay viviendo un Marqués!-.
Tardaron casi una hora en sacarlo de ahí. El marqués no ponía mucho de su parte, y Lánica estaba al borde del desmayo, tanto por la tensión del esfuerzo como por la contundencia de la noticia. Cuando por fin salió, perlas de sudor corrían afanosas por las caras de todos. El marqués tenía un aspecto imponente, con una capa negra como el tizón, un bigote oscuro con forma de serpiente, y un cojín elegante a modo de sombrero en la cabeza. El Marqués de la Vagina, que tal era su título nobiliario, cantó a viva voz lo siguiente:
Yo aquí estaba muy cómodo
Húmedo pero cálido
Pagaba mi renta
Olía a pescado
Aunque no soy vegetariano
Y mientras me acaricio la barbilla,
¡Oh, qué bien se vive dentro de esta prostitutilla!
Lánica estaba furiosa. -¡Usted debe irse! ¡Ésta ya no es su casa! ¡Ni lo será jamás!- Asió con decisión el vaginómetro, y lo incrustó con rabia en el ojo del Marqués. La sangre manaba a borbotones y el Marqués de la Vagina moría sin remedio. Pero antes de abandonar el mundo de los vivos, pronunció estas palabras. –Primero me desahucian, y luego me matan. Todos deberíamos tener derecho a un hogar.- Poco después, cerró los ojos, y ya no los volvió a abrir.[/spoiler]
Magikarp
Me encontraba caminando por la playa, solo trataba de cruzar para encontrar pokemons interesantes... a veces pienso que me hubiera gustado volver al pasado para corregir este error que se podría decir que prácticamente... "me costo la vida".
los vientos soplaban a una fuerza increíble, sin embargo entre la soledad que abundaba en la playa y el azote de las olas que se revolcaban en el mar se podía escuchar un pequeño chapoteo que situaba en la mitad de la corriente y la arena.
se apreciaba simplemente un magikarp que había parado por equivocación en la playa.
cuando me acerque a ayudarle un escalofrió y una imagen increíblemente siniestra vi. el origen de ese ruido era un magikarp parcialmente deformado, fusionado con otro magikarp era una especie de siamés chapoteando.
instantáneamente pensé en empujarlo suavemente hacia la playa para que se esfumara en la inmensidad del mar, pero pensé un momento y me detuve a observar al magikarp indefenso chapoteando y pensé en capturarlo, supuse que iba a evolucionar en un gyarados.
el primer combate y la primera experiencia que tuve con magikarp fue algo extraña, encontré un odish revoloteando en los campos que instantáneamente al ver a ese magikarp pego un grito y salio corriendo despavorido.
sucedió así con todos los pokemons a los que me encontraba y justo me empece a preguntar que era lo que estaba sucediendo.
tiempo después deje la pokebola de magikarp en mi habitación, me dirigí otra vez a la playa pero algo me erizo la piel, como si fuera un presentimiento.
me iba a devolver sin embargo me detuve por que empece a escuchar el mismo chapoteo de aquella vez pasada.
decidí voltear, efectivamente a 2 metros de mi estaba ese maldito magikarp chapoteando justo en donde las olas terminaban.
decidí correr a mi casa, me dirigí rápido a la habitación y efectivamente mi pokebola estaba justo donde la deje y magikarp seguía a dentro. desde entonces me pregunte que sucedía.
un par de días después salí a pescar pokemons con mi hermano.
desconcentrados y desorientados cuando nos dimos cuenta ya no podiamos ver la playa, instantáneamente me pregunte que pasaba y empece a sentir como algo empujaba nuestro bote desde abajo.
de repente algo hala a mi hermano y el se cae del bote.
ni si quiera se podía ver claramente instantáneamente recordé que tenia unas gafas en la parte de abajo. las tome y salte a rescatarle..
de repente empece a ver como una manada de magikarps con una apariencia terrorífica empezaban a devorar a mi hermano.
me fue difícil creerlo pero a hora venían hacia mi, sentía como me arrancaban pedazos de piel seguía tratando de aguantar la respiracion y vi comola luz del sol se iba desvaneciendo y el agua se oscurecia, lo ultimo que vi fue como un gyarados increíblemente gigante aparece del abismo y me engulle
los magikarps no son lo que tu crees cuando les llega luz suficiente.
Que? que por que entonces estoy acá escribiendo esto?
Seria mucho mas divertido que lo averiguaras tu mismo jejejej.[/spoiler]
Fuego
La puerta se cerró con un chasquido que hizo eco en sus mentes. De repente, un silencio eterno. No había prisa, así que lo paladearon como si de un manjar se tratara. A un lado, dos azabaches brillaban con la ilusión de una niña pequeña, a la espera de la magia. Torpemente, su compañero recibió aquella mirada, y como reconociendo que no podía superarla, intentó compensar con una sonrisa, la mejor que jamás se atrevió a revelar. Un sesgo ácido de sus labios, acogedor pero traicionero, que se abrió paso a través de su barba, poco poblada. Más una provocación que un regalo. Sin embargo, la provocación más oportuna jamás pensada.
Se besaron, como si uno hubiera querido gritar, pero el otro le hubiera callado de repente. Todo se hizo borroso mientras sus mentes sabían con certeza qué hacer. La magia en aquel lugar era tan espesa que se podía cortar con un cuchillo, ahogando su cordura por momentos y volviéndolos en los locos que deseaban ser. Una pequeña herejía, un hechizo de andar por casa.
Los dedos bailaban por la espalda. Los rostros serios, sabiendo que no había nada más importante que el pasear de aquel índice con yema de fuego, dejando ascuas a su paso. Otro beso, formal, cumpliendo con las expectativas del momento. Y la magia continuó. Cuando separaron sus labios, como dos perros peleándose tirados de la correa, fueron sus frentes las que se chocaron, ojos cerrados, conscientes de que nada que se pudiera hacer mejoraría el momento.
Con la oscuridad por manto, la noche movió los hilos. Entre risas, bailaron, la sonrisa de uno y los ojos del otro. Aunque no había música, ambos se imaginaban una misma canción, y la cantaban al unísono. Llegado un momento, ella susurró un fragmento en un acto de rebeldía contra el silencio.
"Birds flying high"
Tres palabras que volvieron la música de sus cabezas estruendosa. Temerosos de que el mundo entero escuchara, no, más que temerosos, egoístas de que les robaran aquella magia, respetaron el silencio abrazándose a la penumbra, sabiendo que el fuego estaba de su parte.
Y la noche no osó interrumpirlos.[/spoiler]
Regreso
Hacía un calor asfixiante. Se respiraba tranquilidad en el campo de trigo y girasoles, un silencio solo interrumpido por el chinchar de los saltamontes.
De repente un trote.
Un hermoso corcel negro cabalgado por un caballero de capa y espada, que corría como si se le fuese la vida en ello. Su cara estaba llena de cicatrices. Su rostro veinteañero aparentaba mayor edad por culpa de su barba poblada y de su cabellera negra y grasienta. Sin embargo, no llevaba armadura, sino ropas humildes. ¿A dónde iba? ¿Por qué corría? ¡Sigamos a nuestro caballero montando el grácil caballo de la imaginación!
Atravesamos densos bosques donde el camino se pierde. Cruzamos viñedos y olivares. Los paisajes rurales y las villas se entrelazan en este viaje. Hermosos castillos de dorado y duradero ladrillo se suceden.
Finalmente llegamos a un modesto pueblo. El hidalgo desmonta su montura y corre hacia una casa como puede. Su rostro, curtido y sucio, esboza una radiante sonrisa. Leamos su mente para contemplar su pasado más reciente.
Guerra. Llamada a armas. Tener que abandonar su esposa, sus hijos, su casa, sus campos, todo por la llamada del rey, para poder defender la frontera y alcanzar la gloria. Sin embargo, el enemigo era más numeroso, más poderoso. El regreso era imposible.
Pero nunca se sabe que tejen las parcas del destino, quienes protegieron al aguerrido guerrero en todo momento. Salir vivo de cruces de espadas, mantener el alma a través de lluvias de flechas. Suerte que compañeros no han tenido. Algunos más fuertes, otros más jóvenes, pero el azar ha estado con nuestro jinete.
Ser capaz de seguir pensando en el mañana en vez de volver al polvo es ya toda una recompensa. Pero poder volver a sus tierras tras cuatro años de feroces luchas es un milagro.
El monarca no se ha fijado en él. Otros aliados, algunos más débiles e inexpertos, si fueron escudriñados por los verdes ojos del gobernante y recibieron como premio títulos, privilegios y tierras. Pero a nuestro caballero nada le importaba eso. Volvamos al presente.
Unas caras tímidas se asoman por el portón. Los ojos del protagonista no pueden evitar humedecerse ante esta visión. Entonces se asoma una mujer, con una larga melena castaña y ojos almendrados. Se miran. Corren. Se funden en un abrazo. Segundos que se hacen horas, minutos que se hacen días.
La dama hace una seña a los cuatro niños y dos niñas que ahí había, cada uno con una edad diferente. El mayor tendría ya unos once años, ya era todo un hombrecito. Mientras, el más pequeño, con solo tres años, no había conocido nunca al padre que se marchó mientras él estaba en el vientre de su progenitora.
Finalmente nuestro querido caballero obtuvo su mayor tesoro tras años de cruentas batallas donde apostaba su vida por el futuro de otros. ¿Riquezas? ¿Poderes? Nada de eso. El calor y el amor de una familia es la mayor posesión que podría desear, el elixir de la eterna felicidad.[/spoiler]
Votos
Relato #1: IV
Relato #2: IV
Relato #3:
Relato #4:
Relato #5:
Relato #6:
Relato #7: VII
Relato #8: I
Relato #9:
Relato #10: III
Relato #11:
Relato #12:
Relato #13: III
Y, sin más que añadir...
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